6 Toros 6 de Shostakovich para Rus Broseta en Seattle

Rus Broseta en Seattle
Rus Broseta en Seattle. Foto:Brandon Patoc (www.brandonpatoc.com)

Pablo Rus Broseta dirige a la Orquesta Sinfónica de Seattle (SSO) en el Shostakovich Concerto Festival, un programa de dos conciertos que tuvieron lugar en el Benaroya Hall de Seattle los pasados días 19 y 20 de enero. Por la enjundia de la empresa, su solvencia en el podio y el éxito que cosechó entre el público de Seattle, Rus Broseta entra en la lista de las batutas jóvenes más relevantes de Norteamérica.

El maestro valenciano contó con tres jóvenes y virtuosos solistas: el violinista ukraniano Aleksey Semenenko, el chelista francés Edgar Moreau y el pianista canadiense Kevin Ahfat. Escucharlos brindó la emoción de presenciar los primeros pasos de tres estrellas en ciernes, pese a los pecados interpretativos propios de su juventud.

La primera jornada del festival se abrió el jueves diecinueve con el Concierto Núm.1 para piano. Shostakovich comenzó a componer la obra como un concierto para trompeta, de ahí la importancia de este instrumento en la pieza. El trompetista principal de la SSO, David Gordon, superó sin problemas el compromiso, con un sonido redondo y empastado en la orquesta. La obra, con su tono festivo y solemne, fue muy apropiada para abrir el festival. En el primer movimiento, Rus llevó a la orquesta con el tempo justo, mientras que Ahfat se mostró natural y seguro, y sacó colorido de sus frases. La trompeta, ralentizada por el director, dejó en el aire un aura nocturnal que parecía anticipar el segundo movimiento. Éste se abrió con un sabroso enroque de cuerdas, que sonaron con cálida sencillez. El piano respondió con brusquedad, si bien las frases sinuosas de la trompeta parecieron taimar su ímpetu. Mientras tanto, Rus Broseta les regalaba a ambos un lienzo de notas largas de chelos y contrabajos. En el tercer movimiento, el piano de Ahfat pareció explotar en efervescencias incontenibles. Pese a la precisión en el ritmo, se entreveían cierta ansiedad por demostrar técnica y carácter. En la parte central del movimiento, Shostakovich ofrece un juego de melodías que se acechan expectantes, como queriendo matizar la superficialidad de su tono burlesco. El resultado, pese a las brusquedades del solista, resultó ser un sugerente (y algo pueril) canto vital que fue muy aplaudido por el público de Seattle.

Le siguió el Concierto Núm. 2 para Violín, donde Aleksey Semenenko ofreció un sonido de quilates, de extraordinaria carnosidad. El trabajo de los vientos destacó tanto por afinación como por intención expresiva. Rus Broseta, por su parte, le daba el contrapunto al violín sin perder precisión o equilibrio, como en los deliciosos pizzicatos del primer movimiento. Semenenko regaló un solo de lujo por su sensacional densidad armónica, pese a un exceso de volatilidad. En el segundo movimiento, pudimos vivir el dolor que transmitían las cuerdas; o acaso un quebranto cansado y una quietud que, bajo la batuta de Rus Broseta, evocaban pérdida. La obra, compuesta en 1967, es parte del testamento sonoro de Shostakovich y fue abordada por el director de Godella con una discreta melancolía, dando la iniciativa al solista. Siempre dentro de la moderación y el respeto a la partitura, fue muy interesante cómo Rus jugaba con el volumen orquestal, creando texturas que envolvían o desnudaban al violín a placer, y subrayaba la fuerza expresiva de sus evoluciones. En el tercer movimiento, Adagio-allegro, la orquesta engordó de a poco y abordó melodías de más complejidad, bien marcadas por la percusión. Semenenko sirvió sus intrincados compases con sorprendentes solvencia y virtuosismo, huyó del balanceo en las notas en estacato y mantuvo un pulso contante de calculada intensidad. Gracias a su virtuosismo y cierta contención en el discurso, Semenenko consiguió hipnotizar al público, hasta el bravo final del concierto. La SSO estuvo muy cómoda, siempre por encima de la partitura.

Foto:Brandon Patoc (www.brandonpatoc.com)
Foto:Brandon Patoc (www.brandonpatoc.com)

La primera jornada del Shostakovich Concerto Festival terminó con el Concierto para Violonchelo Núm.1. Rus Broseta propuso un primer movimiento de agradable simetría y supo transmitir el universo equívoco y cambiante, algo sarcástico, de Dmitri Shostakovich. El jovencísimo chelista francés Edgar Moreau no estuvo muy inspirado en el solo del primer movimiento, como si no se encontrara del todo cómodo con la obra. La técnica está ahí, pero falta una idea clara que transmitir. El inicio del segundo movimiento se abrió con la belleza de las notas soleadas y el irresistible zigzagueo de las cuerdas. Por algunos chispazos de conexión entre Rus y Moreau, creímos contemplar el futuro de la música clásica europea en eclosión.. Moreau consiguió aquí sonoridades expansivas y sugerentes, sin poder librarse de esa desconcertante inconsistencia expresiva. Se transpiraba, no obstante, una tristeza resignada que sabía a derrota. Durante el tercer movimiento, Rus supo ahormar el chelo en el torrente de la orquesta, al tiempo que negociaba las capas superpuestas de una orquestación que tal vez pedía mayor altura.

La segunda jornada del Festival contó con el aliciente que daba la expectativa tras el éxito del día anterior. Edgar Moreau fue el protagonista del Concierto Núm.2 para Violonchelo. La limpieza de su línea, perfectamente imbricada en el conjunto orquestal, destacó por su sencillez y fuerza. La conexión con la SSO fue irreprochable y su concentración hizo que olvidáramos las inconsistencias de la víspera. El segundo movimiento destacó por la frescura del sonido orquestal, con afilados glisandos en las cuerdas, escalas con la tilde graciosa de la pandereta, la trompas abriendo el sonido con soltura… La claridad y el mimo con los que Rus Broseta desarrolló la obra, dejaban aflorar los matices. Así, incluso en los momentos de mayor sosiego, cabía espacio para una inevitable inquietud en el violonchelo. El tercer movimiento, pese a ofrecer una aguja de dolor, hizo que echáramos en falta un mayor poso vital. Ciertamente, la ejecución de la SSO era de tal naturalidad que resultaba algo impersonal y aséptica.

El Concierto Núm. 2 para piano, posiblemente la obra más célebre del ciclo, trajo consigo un primer movimiento cuajado de detalles al piano. La solidez técnica del canadiense Kevin Ahfat permitió al público solazarse en la declamación de cada frase. El solista pasaba de la épica al patetismo en un suspiro; y esta densidad expresiva se disfrutaba sin problemas gracias al extraordinario acompañamiento de la SSO. De nuevo, en el segundo movimiento Rus Broseta nos regaló con golosas volutas en los violines, mientras el canto oscilante y delicado del piano se elevaba. En el tercer movimiento, allegro, Shostakovich mantiene un desequilibrio que impide que el espectador se acomode a la melodía y le obliga a transformar la escucha a cada poco, en una evolución excitante. Rus Broseta y la SSO consiguieron un trabajo imponente que se pudo disfrutar de lo lindo y demostró las posibilidades de la compañía.

Foto:Brandon Patoc (www.brandonpatoc.com)
Foto:Brandon Patoc (www.brandonpatoc.com)

El Shostakovich Concerto Festival finalizó con el Concierto Núm.1 para Violín. La SSO capturó el ambiente nocturno de la pieza. Asistimos a una romanza ensoñadora que Shostakovich destila como queriendo llegar a la entraña de cada nota. Rus Broseta consiguió unir orquesta y violín en un todo significante y completo. El segundo movimiento, scherzo, sirvió para que Aleksey Semenenko luciera de nuevo su técnica en los trepidantes grupetos del violín. La orquesta, en su pulsión expresiva, decía tanto como el solista y ambos pujaban por un protagonismo que Shostakovich parece dejar al albur de un capricho. El tercer movimiento se abrió con un fulgor de fagotes que pedía mayor nitidez. Semenenko se entregó aquí a una emotividad exagerada, como si la esquiva melodía necesitara de refuerzo. Por suerte, el joven violinista pudo contener sus bríos y replegarse en pos de un sonido más auténtico y puro en el passacaglia. En su solo, el violín cargó toda la suerte sobre el virtuosismo. Sin embargo, superó las escalas vertiginosas y los saltos abruptos de una partitura desafiante. Rus Broseta también salió ileso de su último concierto de la serie: la SSO estuvo siempre a la altura y parecía cómoda en manos del español.

Tanto Aleksey Semenenko como Edgar Moreau y Kevin Ahfat fueron justamente ovacionados por los aficionados de Seattle, que supieron premiar su esfuerzo y la calidad de sus interpretaciones. La SSO cosechó un nuevo éxito al mando de Pablo Rus Broseta. El director español sigue creciendo en la compañía; e intervenciones de la importancia de este Shostakovich Concerto Festival permiten confiar en un futuro que traerá cosas buenas tanto para él como para la música sinfónica española.

Carlos Javier López