Finaliza este viaje a Berlín y Dresde con un interesante Parsifal, no sólo por el hecho de ser una de las mejores óperas jamás compuestas, sino por haber contado con una producción escénica tradicional y un tanto kitsch, una buena prestación musical y un reparto vocal digno de un teatro de importancia.
La producción escénica es de Philipp Stölzl y fue estrenada hace 4 años, sustituyendo a la bien conocida de Götz Friedrich. Su trabajo llama la atención en un tiempo en el que, particularmente en Alemania, pocas son las producciones respetuosas con los libretos de las óperas, sino que parecen tener como finalidad ofrecernos las originalidades de los distintos directores de escena. No ocurre así en este caso o, al menos, no ocurre totalmente. De hecho, en los dos primeros actos estamos ante una producción que sería ideal para representarla en un teatro donde nunca se hubiera ofrecido Parsifal, ya que el trabajo escénico no puede ser más tradicional y apegado al libreto.
En la obertura asistimos a la Crucifixión de Jesús en el Gólgota, en un cuadro viviente – de los que hay varios a lo largo de la ópera – donde se nos muestra la lanza de Longinos atravesando el costado del crucificado y la recogida de su sangre en un cáliz o grial, que es el que guardaron sus discípulos en la última cena. A continuación estamos en un paisaje rocoso, con una fortaleza en lo alto y los caballeros del Grial vestidos de Orden Militar medieval, siendo la única excepción Parsifal, que entra en escena vestido con ropas actuales, queriendo posiblemente significar que él no pertenece a ese mundo. En el segundo acto la acción se desarrolla en un castillo con dos niveles y todo es muy tradicional, aunque no me convence el final, ya que Parsifal mata por la espalda a Klingsor y después se lleva la lanza, lo que no parece la acción más noble de semejante
héroe. Finalmente, en el tercer acto estamos en el mismo escenario que en el primero, con la fortaleza en ruinas, y todos vestidos con trajes actuales, seguramente queriendo significar la intemporalidad de la acción. Es verdad que el libreto dice que han pasado varios años entre el primer acto y el tercero, pero me parecen demasiados lo que aquí transcurren para interpretar libreto.
La acción está bien narrada, con apariciones de personajes, cuando el libreto los menciona, resultando poco interesante el acompañamiento de Amfortas en los dos actos. En el primero su marcha a tomar el baño lo hace acompañado de sus caballeros, que se flagelan continuamente, como si fueran auténticos picados de procesiones de Semana Santa en España. En el tercer acto, Amfortas es llevado a la fuerza a descubrir el grial, cargado con una cruz, mientras sus caballeros le golpean una y otra vez.
Como digo, la producción es muy tradicional, pero hay cambios de importancia en este último acto. En primer lugar no es Kundry quien lava los pies a Parsifal, sino una de las figurantes. Tampoco es a Kundry a quien bautiza Parsifal, sino a los figurantes, quienes a continuación hacen algo parecido con Kundry, a la que someten a una especie de bautismo por inmersión.
La citada escenografía se debe a Conrad Moritz Reinhardt y al propio Philipp Stölz, mientras que el vestuario es obra de Kathi Maurer. La iluminación de Ulrich Niepel deja bastante que desear. Al frente de la dirección musical ha estado nuevamente Donald Runnicles y he vuelto a congraciarme con él, tras su poco interesante lectura de Cosí Fan Tutte de dos días antes. Su dirección me ha parecido sólida y convincente, aunque ha tenido el gran inconveniente de tener lugar al día siguiente de asistir a la dirección de Christian Thielemann en Dresde. No ha sido la dirección de Runnicles de esas que a uno le dejan un recuerdo imborrable, pero ha sido digna de un teatro importante ofreciendo lo mejor en el tercer acto. A sus órdenes estuvo una notable Orquesta de la Deutsche Oper y el siempre estupendo Coro de la Deutsche Oper, ahora bajo la dirección de Raymond Hughes, puesto que William Spaulding está ahora al frente de coro del Covent Garden.
Una vez más Parsifal fue Klaus Florian Vogt, personaje que es para mí una de sus tres grandes especialidades en el repertorio wagneriano, junto con Lohengrin y Meistersinger. Su voz blanquecina, siempre magníficamente proyectada, y su gran calidad de cantante hacen de él un estupendo intérprete de los personajes mencionados. Nuevamente, volvió a ser un Parsifal brillante y muy convincente.
La mezzo soprano Daniela Sindram me produjo una muy buena impresión en la parte de Kundry. Cantó y actuó siempre con entrega y ofreciendo una voz atractiva y muy bien manejada, apenas algo apretada en las notas más altas.
El bajo Stephen Milling fue un intachable Gurnemanz, que ofreció una voz pastosa y muy adecuada al personaje, aunque le puede faltar un punto más de nobleza.
Buena también la prestación del barítono Thomas Johannes Mayer como Amfortas, aunque con un centro menos brillante que lo que uno puede desear.
Buena impresión la dejada por el bajo barítono australiano Derek Welton en la parte de Klingsor. La voz tiene amplitud y calidad y es un buen intérprete.
Finalmente, Titurel fue un sonoro Andrew Harris, aunque no muy brillante en términos de belleza vocal.
La Deutsche Oper ofrecía una entrada algo superior al 80 % de su aforo. El público braveó a los principales protagonistas, así como a Donald Runnicles.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 5 horas y 7 minutos, incluyendo dos intermedios. Duración musical de 3 horas y 59 minutos, es decir en línea con la de Philippe Jordan en Bayreuth, algo más rápida que la de Semyon Bychkov en el Teatro Real, y 20 minutos más lenta que la inolvidable de Pierre Boulez. Nueve minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 130 euros, habiendo butacas de platea desde 69 euros. La entrada más barata costaba 41 euros.
José M. Irurzun