Concierto de la OCRTVE. Yaron Traub con Ruth Ziesak

Yaron-Traub

17/1/2014. Teatro Monumental (Madrid). Temporada de la OCRTVE. Orquesta Sinfónica y Coro de RTVE, Yaron Traub (dirección), Ruth Ziesak (soprano). Programa: Pavana para una infanta difunta (Ravel), Stabat Mater (Poulenc), Concierto para orquesta (Bartók).

Contemplación y colorismo a partes iguales

Tras el paréntesis navideño en el Monumental, el israelí Yaron Traub, conocido en nuestro país por ser el director artístico y titular de la Orquesta de Valencia, se puso al frente de los conjuntos orquestales y corales de la Radiotelevisión Española para ofrecer un atractivo programa centrado exclusivamente en el siglo XX, con un especial protagonismo de la música francesa.

El programa lo abría la hermosa Pavana para una infanta difunta que su autor Maurice Ravel orquestó del original pianístico. Tras su escucha el ambiente de la sala pareció quedar contagiado del carácter feérico de la obra, cuya lectura el maestro israelí cuidó en dinámicas, sabiendo traslucir con exquisitez las texturas evanescentes y la tímbrica de la obra, sin caer en la lentitud y el amaneramiento de ciertas interpretaciones, algo que tanto irritaba en su época al propio Ravel. Meramente anecdótico resultó el pequeño descuido de afinación en una de las trompas casi al término de la pieza.

Lo que se puso de manifiesto desde su primer entrada es que Traub es un director que transmite, y en su dirección elegante y expresiva consigue dar la impresión de que la música fluye con suma naturalidad a los ojos del espectador, generando la tan ansiada comunión entre público y orquesta.

Una comunión que podríamos decir espiritual se consolidó en la siguiente obra del programa, que venía a hermanarse con el precedente universo impresionista raveliano, a través de uno de sus epígonos estilísticos, el compositor Francis Poulenc, miembro del Grupo de los Seis, verso libre dentro del mismo y cuya personalidad musical siempre está asociada a su profunda religiosidad. Ha sido grato encontrar un ejemplo de su producción en la programación oficial de una orquesta española, ya que desgraciadamente la música del francés ha brillado bastante por su ausencia el pasado año con motivo de la conmemoración del cincuentenario de su fallecimiento. Nos llegaba en esta ocasión una de sus obras sacras menos conocidas e interpretadas: su sugerente y contemplativa versión del texto latino de Jacopone Tori, el Stabat Mater, donde se narran los sufrimientos de la Madre de Dios ante la visión de su hijo crucificado. La obra está fechada en 1950 y dedicada a la memoria del pintor y escenógrafo Christian Bérard, fallecido un año antes. El compositor francés decidió utilizar el texto medieval del Stabat Mater para honrar la memoria de su amigo, y en cierta medida la inspiración de la pieza es fruto de la honda impresión que le produjo a Poulenc su peregrinaje en 1936 para renovar su fe católica a la remota capilla de la Virgen Negra de Rocamadour, situada en el sur de Francia, días después del fallecimiento en accidente de coche de otro de sus grandes amigos, el crítico y compositor Pierre Octave Ferroud.

Ruth-Ziesak

Como doce apóstoles, doce son las pequeñas secciones corales que conforman estructuralmente la obra, con intervenciones puntuales de una soprano en tres de ellas (Vidit suum, Fac ut portem y Quando corpus). Esta particular característica la usará de nuevo Poulenc en su Gloria de 1959, donde destinará a la voz de soprano momentos de mayor protagonismo como solista para complementar y contrastar con el coro. Para este Stabat Mater se contó con la prestación de la alemana Ruth Ziesak, soprano de penetrante registro agudo y cuyas inflexiones vocales se contraponían con especial belleza a la masa coral, aunque en ocasiones sus medias voces se percibían ahogadas por éste.

Poulenc, siempre con el apoyo melódico, va retratando los dolores de la Virgen mediante una armonía eminentemente tonal y de evocador estilo impresionista que posee su inconfundible sello personal y que produce en el espectador la vívida sensación de sometimiento y resignación ante un destino inevitable y trágico. Ya se atisba aquí la esencia de su grandiosa ópera Dialogue des Carmelites, de 1957: escuchando el calmado ritmo procesional de la primera secuencia del Stabat (Stabat mater dolorosa) es difícil no sustraerse a rememorar el dramático final de la mencionada ópera en el que las monjas son ejecutadas una a una en la guillotina.

Al contrario que en los precedentes Stabat Mater de la historia, Poulenc no necesita en el suyo más que unos pocos compases para retratar ciertas partes del texto, creando números corales realmente aforísticos a un tempo enérgico y con una expresión épica, como en el Cujus animan gementen, el Quis est homo o el Eja mater. En otros momentos se manifiesta el Poulenc más íntimo, a través de un austero acompañamiento orquestal o simplemente con el coro a capella, recordando sus pequeñas piezas corales religiosas, como por ejemplo el Salve Regina. Muchos espectadores han tenido la oportunidad de descubrir esta espléndida obra gracias a la magnífica labor del Coro de RTVE, cuya solidez y homogeneidad entre todas sus secciones vocales es una muestra que se aprecia cada vez que se asiste a sus interpretaciones, sea cual sea el género musical abordado. Y para que la obra llegase a feliz término importante es de señalar la determinante contención de Traub a la hora de centrar su atención preferente en el coro, que una vez más recibió una cálida y entusiasta ovación por parte del público.

De la contemplación religiosa de la obra de Poulenc pasamos en la segunda parte del concierto a uno de los formatos musicales surgidos en la música del siglo XX, el “concierto para orquesta”, un híbrido entre concierto y sinfonía cuya invención innovadora del término y primer obra así denominada la debemos al alemán Paul Hindemith, pero fue la que escribiera hace ochenta años el rumano Béla Bartók por encargo de Serge Koussevitsky la que consiguió mayor fama y popularidad mundiales, siendo aún hoy una de lo más importante y carismático dentro de su producción.

El Concierto para orquesta de Bartók es una obra ambiciosa y compleja que por su atípica naturaleza, la de atribuir el carácter concertante o solístico a determinadas secciones de la orquesta, exige de todo el conjunto una continuada coordinación, como por ejemplo en ese juguetón y camerístico segundo tiempo, “Giuoco delle copie”, donde parejas de instrumentos (muy especialmente toda la sección de las maderas) separados entre sí por diferentes octavas se disputan el absoluto protagonismo del movimiento. A nivel de sonoridad se logró un notable empaste, y como viene siendo habitual en conciertos precedentes de la Orquesta de RTVE, pudimos comprobar a lo largo de la obra el contundente e incisivo despliegue de toda su sección de metales. El maestro israelí consiguió dibujar la siempre dificultosa sonoridad netamente bartokiana (esencial en las disonancias de la inquietante Elegía) y saber perfilar con definición las melodías y ritmos sincopados de la música tradicional húngara que atraviesan la obra, especialmente en los movimientos extremos. Una versión sustentada sobre la vigorosidad y el colorido orquestal que alcanzó su punto álgido a nivel epatante en el virtuosístico y contrapuntístico Finale, para rubricar de esta forma el éxito de Traub en su visita a Madrid.

Germán García Tomás

@GermanGTomas