Crítica de «Boris Godunov» (M. Mussorgski). Madrid

Teatro Real de Madrid. 3 Octubre 2012.

Cuando se trata de escribir sobre una representación de Boris Godunov, lo primero que uno tiene que hacer es referirse a la versión que ha sido ofrecida. En los últimos años se ha puesto de moda por parte de los teatros de ópera decantarse por la versión inicial de Mussorgski, de 1869, que no es la que se estrenó en 1872, y que ahora se conoce  como la versión original. Independientemente de otras consideraciones, los teatros de ópera han tenido que poner en la balanza, a la hora de decidir la versión a ofrecer,  el hecho de que hay una diferencia de coste considerable entre una versión y otra. Pasamos de 7 escenas en la versión inicial a 9 en la original, a lo que hay que añadir la presencia de dos nuevos personajes (Marina y Rangoni) para el acto polaco, aparte de necesitarse un tenor más importante. En la última ocasión en que el Teatro Real ofreció esta magna obra de Mussorgski, la versión ofrecida fue la inicial, es decir la que podríamos llamar la más económica.

En esta ocasión el Teatro Real se ha decantado por la versión original de 1872, es decir la de las 9 escenas y con el acto polaco, a la que se ha añadido la escena de San Basilio, que Mussorgki eliminó de la versión inicial. Así pues, se trata de una versión muy completa, ya que contiene 10 escenas. En cuanto a la orquestación, la versión ofrecida se ha decantado por la original de Mussorgski en lugar de la más habitual de Rimski Korsakov. De hecho, es la versión preferida por Gerard Mortier, ya que es la que pude ver en París hace ahora 10 años y en la producción de Francesca Zambello.

Para esta ocasión el Teatro Real nos ha ofrecido una nueva producción con dirección escénica del  holandés Johan Simons, que en buena medida es el responsable de que la representación no haya sido un triunfo. Son muchas las clasificaciones que se pueden hacer con las producciones escénicas (realistas, minimalistas, simbolistas…), pero finalmente hay únicamente dos que cuentan: las buenas y las malas. La que ahora nos ocupa pertenece por derecho propio a la segunda de estas dos categorías.

La producción ofrece una escenografía única (Jan Versweyveld) en forma de un edificio decadente, de típica arquitectura civil soviética, que tiene el inconveniente de que resulta muy poco adecuado para las escenas de masas, mientras que las escenas intimistas se pierden en el amplio espacio que deja el edificio en el centro. La acción se trae a la última época del comunismo, aunque aparezcan trajes en la escena de la coronación, que más bien responden a la época histórica de Boris Godunov. El vestuario de Wojciech Dziedzic no tiene mayor interés, mientras que el mismo escenógrafo se encarga de la iluminación, que tampoco destaca por su calidad. En el acto polaco el edificio se cubre a medias con un gran tela en color rosa, dejando una mesa en el centro.

La dirección escénica de Johan Simons resulta poco interesante y molesta en más de una ocasión. Señalare dos momentos, pero podrían añadirse más. Mientras Pimen canta su relato en el monasterio, dos empleados van recogiendo la alfombra, que se puso para la escena de la coronación. Durante el dúo de Marina y el falso Dimitri una parte del coro se retira a cambiarse de ropa para la escena de San Basilio, mientras otra buena parte del coro se cambia de vestuario a la vista del público, lo que no hace sino distraer la atención sobre la música que Mussorgski escribió para este dúo. Al final de las casi 4 horas de duración de la ópera, uno tiene la impresión de que el drama de Boris resulta casi inexistente y que el pueblo ruso no se convierte en el protagonista de la ópera hasta el final, en la escena de Kromi. Un Boris Godunov tan completo como el ofrecido exige una producción mucho más viva. En resumen, lo dicho antes, una producción simplemente mala, sin paliativos.

Volvía al podio del Teatro Real el director alemán Harmut Henchen, que tan buen recuerdo dejara el año pasado en Lady Macbeth de Mtsenk. En esta ocasión las cosas no han rodado de la misma manera. Durante la primera mitad de la ópera (escenas 1 a 5) su dirección me resultó pesada y aburrida, con la excepción de la escena del Monasterio de Novodevichy. En la escena de la coronación faltó brillantez, y en la escena de la posada faltó ligereza. Las cosas mejoraron notablemente en la segunda parte, una vez pasado el acto polaco, donde tampoco su dirección me resultó convincente. En cambio en las tres escenas finales volví a encontrarme con el director que tanto me gustó en la ópera de Shostakovich. La Orquesta Sinfónica de Madrid ofreció una destacada prestación en el foso, habiendo alcanzado un notable nivel de calidad en los últimos dos años. Notable también el Coro Intermezzo, especialmente en la última parte de la ópera. Entre sus componentes pude reconocer a Santos Ariño, quien parece que definitivamente ha cambiado la seda por el percal. Buena así mismo la actuación de los Pequeños Cantores de la JORCAM.

Günther Groissbock es un notable cantante, como lo ha demostrado en otras ocasiones, pero no resulta un adecuado intérprete de Boris Godunov. A su voz le falta poderío en el centro y más todavía en la parte superior de la tesitura. Esta opera pide a gritos un gran protagonista y no lo hemos tenido. Me llamó mucha la atención que fuera Groissbock el protagonista, cuando en el reparto estaba como Rangoni Evgeny Nikitin, que es el titular de Boris Godunov en el teatro Mariinsky de San Petersburgo.

Vocalmente, lo mejor de la noche correspondió al bajo ruso Dmitri Ulyanov en la parte del monje Pimen. La voz es amplia, rotunda, atractiva y bien proyectada. Ha progresado mucho desde la primera vez que le vi en Varlaam en Toulouse en el año 2005. Creo que en este repertorio es donde más puede brillar, aunque tengo muy buen recuerdo de su Marcel en Hugonotes, pero bastante menos de su Sparafucile en La Coruña.

El tenor eslovaco Stefan Margita es uno de los mejores intérpretes hoy en día en estos personajes de medio carácter, como es el caso de Shuiski. Es un consumado actor y su voz corre muy bien por el teatro. Este verano fue uno de los triunfadores en el Oro del Rhin de Munich en el personaje de Loge.

Michael König fue el falso Dimitri y parece que es el tenor preferido por Gerard Mortier, ya que es un fijo en los repartos del belga en Madrid. La voz de este cantante funciona razonablemente bien, sin brillantez en ningún caso, mientras la tesitura no asciende. Cuando esto ocurre, como en el dúo con Marina, surgen las deficiencias, con notas calantes,  y el accidente puede llegar en cualquier momento. Pasó sin pena ni gloria, pero pasó, lo que no ocurrió en Barcelona en su Erik del Holandés.

Julia Gertseva ofreció una Marina con una voz grande en el centro y de no excesiva calidad. Es una de esas voces de mezzo sopranos tan abundantes en Rusia. A su Marina le faltó sensualidad y no me resultó particularmente creíble. Sus notas altas son tirantes y tienen poco que ver con su registro central.

Evgeny Nikitin fue Rangoni y resultó adecuado, más untuoso que amenazante. No es ésta una parte para brillar y tampoco destacó en un reparto, que tampoco era excepcional

En las partes más secundarias hay que destacar la presencia del incombustible Anatoli Kotscherga en el personaje del monje Varlaam. Sigue siendo un intérprete de garantía. El Inocente siempre se lleva el favor del público a poco bien que lo haga y Andrei Popov no fue excepción a la regla, cantando francamente bien. Los hijos de Boris no pasaron de la pura corrección. Eran Alexandra Kadurina (Fiodor) y Alina Yarovaya (Xenia). Sonoro, Yuri Nechaev como Chelkalov, el secretario de la Duma. Pilar Vázquez cumplió como la Posadera. Sin importancia Margarita Nekrasova como la Nodriza. Correcto el tenor John Easterlin en el Monje Mishail. El resto del numeroso reparto lo hizo bien.

El Teatro Real ofrecía una ocupación de alrededor del 95 % de su aforo. El público no paso de la cortesía en la recepción final a los artistas. Hubo algunos bravos para Dimitri Ulyanov y Andrei Popov.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 3 horas y 53 minutos, incluyendo un intermedio de 33 minutos. Duración musical de 3 horas y 20 minutos. Los aplausos finales no llegaron a los 5 minutos y fueron más bien arrastrados en su parte final.

El precio de la localidad más cara era de 203 euros, habiendo localidades en los pisos superiores entre 125 y 34 euros. Las de visibilidad nula costaban 8 euros.

Fotografías: Cortesía del Teatro Real

Fotógrafo: Javier del Real

José M. Irurzun