Tras el exitoso concierto junto al tenor Jonas Kauffman en el Palau de la Música catalán, la soprano Diana Damrau (Gunzburgo, 1971) ha visitado en solitario el Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela de Madrid con un recital en el que se convocaban dos de los máximos representantes de la canción alemana posromántica, Hugo Wolf y Richard Strauss.
Acompañada al piano por el veterano Helmut Deutsch, Damrau interpretó en la primera parte una selección de los dos libros del Italienisches Liederbuch de Wolf, la misma obra que ella y Kauffman recorrieron íntegramente en su cita barcelonesa, un ciclo con textos anónimos de la tradición popular traducidos al alemán por Paul Heyse. Este viaje por 21 aforísticas canciones de la colección más amable y feliz de la producción liederística de Wolf sirvió para que la germana exhibiera todo su excepcional carisma y genuina personalidad musical en un sensacional recorrido caleidoscópico donde fueron alternándose una gran diversidad de expresividades: desde el primoroso desenfado de las canciones iniciales, pasando por el desencanto amoroso, hasta la maliciosa picardía de las últimas. En todas ellas Damrau se acompañó de una sugerente y encantadora expresión facial y corporal que hizo las delicias del público, con el que supo conectar al instante, convirtiendo en sumamente amena y estimulante la experiencia recitalística.
Son rasgos de su arte canoro la asentadísima técnica, el completo manejo del vibrato, o el fiato bien administrado, que le permiten domeñar con soltura el instrumento, pleno de luminosidad, rico en armónicos, nada ayuno en graves cuando es requerido, y que discurre en su mayor parte en el registro central que es el que demanda la mayoría de las canciones de Hugo Wolf, a excepción de aquellas en las que se exige una mayor expresión dramática y es donde el agudo emerge dúctil, cristalino, broncíneo.
Si la primera parte pudo resultar para muchos mero divertimento, la segunda, consagrada a Richard Strauss, demostró ser la de mayor consistencia, la verdadera prueba de fuego de la velada. Tras cuatro exquisitas canciones (Einerlei, Ständchen, Meinem Kinde y Muttertändelei) que Damrau bordó en expresión, finura y diversidad de carácter, y en cuya última acusó leves máculas en el legato debido a una flema inoportuna, llegó el abordaje de los Vier Letzte Lieder del bávaro, muy esperados por el público. Si la interpretación de una entregada Damrau consiguió elevadas cotas de excelsa pureza y emoción trascendente, erigiendo sobremanera los meandros melódicos y la escritura vocal acusadamente melismática, aquí el soberano acompañamiento del maestro vienés Helmut Deutsch, que ya venía de ser descriptivo, atento y riguroso, consiguió en el canto de cisne straussiano que nos olvidásemos de su majestuosa (y anhelada) orquestación neowagneriana, demostrando como ninguno que por medio del piano se puede evocar de forma más que elocuente la trompa final de September, el celestial solo de violín de Beim Schlafengehen o los divinos trémolos de flautín que concluyen Im Abendrot.
Al conseguir llegar cantante y pianista a la facultad de detener el tiempo en esta última canción, el público brindó una clamorosa ovación a la pareja de intérpretes, tras lo cual Damrau regaló al enfervorecido respetable nada menos que seis propinas, cinco de ellas del compositor de Garmisch: Nichts, Malven (anunciada por la cantante como el quinto y último lied surgido de su octogenaria pluma), Cäcilie, la siempre irresistible Wiegenlied y Zueignung, amén de una postrera incursión a la canción española con piano, susurrada y con una más que estimable dicción: Del cabello más sutil de Fernando Obradors. Soberbio colofón a una noche que coronó a Diana Damrau como la dama que enseñoreó el lied posromántico.
Germán García Tomás