Die Liebe der Danae, una ópera casi olvidada con un último acto sublime

Die Liebe der Danae
Die Liebe der Danae. Foto: Barbara Aumüller

Die Liebe der Danae o El Amor de Danae es la penúltima ópera compuesta por Richard Strauss y la última en estrenarse. Su composición tuvo lugar en el año 1940 y se programó para su estreno absoluto en el Festival de Salzburgo de 1944, pero el frustrado intento de asesinato de Hitler el día 20 de Julio trajo consigo el cierre de todos los teatros del Reich, aceptándose, excepcionalmente, una representación privada o más bien ensayo general de la ópera en Salzburgo con la presencia del compositor. El estreno absoluto de la ópera tuvo lugar tras la guerra, en el Festival de 1952, con la misma producción y dirección de 1944 (Rudolf Hartmann y Clemens Krauss). Su autor no pudo asistir al estreno oficial, puesto que había fallecido en 1949.

Con esta ópera pasa algo parecido a lo que ocurre con la última ópera de Richard Strauss, Capriccio. En ambos casos se da la coincidencia de que la ópera discurre musicalmente por senderos de calidad, aunque no particularmente inspirados, hasta que se llega al último acto, en que la música de Richard Strauss alcanza la categoría de sublime. El último acto de Die Liebe der Danae es excepcional, particularmente a partir del intermedio orquestal conocido como la Renuncia de Júpiter. Ese intermedio y la media hora siguiente está entre lo mejor que compusiera su autor y todos estarán de acuerdo en que hay mucho donde elegir en la obra de Strauss. A pesar de ello, la ópera es muy escasamente representada, como pasa con otras óperas de su autor. Siempre he pensado que los argumentos mitológicos resultan bastante anacrónicos hoy en día y quizá ésta sea la causa de la rareza de estas óperas.

La Deutsche Oper de Berlín estrenó la producción escénica que nos ocupa en Enero de 2011, siendo la autora la entonces intendente del teatro, Kirsten Harms. Su trabajo es atractivo e interesante, aunque no plenamente conseguido. La acción la trae a tiempos modernos, lo que parece perfectamente adecuado, ya que estamos ante un argumento mitológico, con presencia de dioses, y bien sabido es que estos viven cuando les viene en gana, que para eso son dioses. La escenografía de Bernd Damovsky presenta en el primer acto un amplio salón con paredes sólidas, de las que se van retirando obras de arte por parte de los acreedores de Pollux, quedando colgado en el aire un piano boca abajo para el resto de la representación. En el último acto las paredes de la sala se han venido abajo, quedando un paisaje en ruinas adecuado para la vida en la pobreza de Midas y Danae. El vestuario de Dorothea Katzer resulta muy atractivo e impactante, todo en blanco y negro en el primer acto. La iluminación de Manfred Voss es una garantía de calidad, como siempre. La dirección escénica de está bien hecha, con buen movimiento de masas, aunque se echa en falta un mayor sentido cómico en el primer acto, como ocurría con la producción de Günter Kramer.

Al frente de la dirección musical estaba Sebastian Weigle, el actual director musical de la Opera de Frankfurt. Es bueno decir que Weigle ha venido con la lección bien aprendida, ya que el año pasado ofreció unas representaciones concertantes de esta ópera en su teatro y eso siempre se nota. A un director hay que juzgarle en esta ópera de modo especial por su trabajo en el último acto y Sebastian Weigle me convenció plenamente ahí, muy por encima de Andrew Litton, que fue quien la dirigió hace 5 años. En el resto de la ópera la dirección de Weigle no estuvo a la misma altura, pero el último acto quedó para el recuerdo. Nuevamente, la Orquesta de la Deutsche Oper brilló con luz propia. Muy buena también la prestación del Coro de la Deutsche Oper, uno de los mejores del mundo, siempre bajo la dirección de William Spaulding, que deja Berlín para hacerse cargo del Coro del Covent Garden. Le echaremos en falta.

Volvía a interpretar el personaje de Danae la soprano alemana Manuela Uhl y su actuación fue buena, muy adecuada desde el punto de vista vocal, ya que Danae está muy en línea con Chrysothemis en cuanto a exigencias vocales. Manuela Uhl es una sólida cantante, aunque se echa en falta mayor variedad de colores en su voz, que resulta a veces un tanto monótona, estando algo comprometida por arriba.

Die Liebe der Danae. Foto: Barbara Aumüller
Die Liebe der Danae. Foto: Barbara Aumüller

También volvía a repetir el barítono americano Mark Delavan en la parte de Júpiter y una vez más volvió a decepcionarme. Es un buen cantante y la voz tiene calidad, pero tiene un problema de emisión que ensombrece todo. La voz se queda siempre atrás, llegando con dificultades a la sala, y no por falta de volumen.

El tenor americano Raymond Very fue Midas y lo hizo bien, aunque hubo aviso de indisposición, si bien no se notó mucho durante la representación. La voz no es muy bella, pero resuelve bien las dificultades de la partitura, que no son tantas como en otras partituras de su autor.

En los personajes secundarios Thomas Blondelle lo hizo bien como Mercurio, aunque no creo que sea este tipo de roles cómicos los que mejor le van a sus características vocales. No me gustó el tenor Andrew Dickinson como Pollux, con voz de poco interés y poco audible. Buena impresión la dejada por la mezzo soprano Adriana Ferfezka en la sirvienta Xanthe. En cuanto a las 4 Reinas, las mejores vocalmente fueron Martina Welschenbach (Europa) y Katharina Peetz (Leda), mientras que Nicole Haslett mostró una voz de poca entidad en Semele, cumpliendo Rebecca Jo Loeb como Alkmene. Los 4 Reyes lo hicieron bien en sus intervenciones en el primer acto. Eran Paul Kaufmann, Clemens Bieber, Thomas Lehman y Alexei Botnarciuc,

El teatro ofrecía una ocupación algo superior al 80 % de su aforo, con huecos en los pisos altos. El público se mostró muy satisfecho con el resultado de la representación con muestras de entusiasmo para Manuela Uhl y Sebastian Weigle.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 3 horas y 13 minutos, incluyendo un largo intermedio. Duración musical de 2 horas y 31 minutos. Siete minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 95 euros, habiendo butacas de platea al precio de 54 euros. La entrada más barata costaba 30 euros. Ya no nos queda sino Rosenkavalier y una vez más, como en Tosca, alla Cantata mancherà la Diva…

José M. Irurzun