Termina por este año mi visita al Festival de Munich con esta representación de Don Carlo, que no ha tenido mucho destacable escénica ni musicalmente, pero que ha contaado con una Elisabetta excepcional en la figura de Anja Harteros.
He tenido oportunidad de ver esta producción de Jürgen Rose en varias ocasiones, la primera de ellas hace ya 10 años y recuerdo que entonces me pareció un trabajo escénico muy malo. En las siguientes ocasiones no me pareció tan malo como la primera vez. Ocurre que hace 10 años en España no estábamos acostumbrados a trabajos escénicos minimalistas y de escenario único para toda la ópera. Hoy, sin embargo, este tipo de producciones se han convertido en el pan nuestro de cada día y uno se acaba acostumbrando a ellas. No me gustan, pero es simplemente lo que hay.
Esta producción de Jürgen Rose se estrenó en el Festival de Julio del año 2000 y fue entonces dirigida por Zubin Mehta, ofreciéndose la versión de 5 actos y en italiano. La producción resulta pesada y reiterativa, además de no ofrecer ni el más mínimo atisbo de originalidad. Comprendo que no es fácil salirse del camino trillado de los capirotes, el color negro y los crucifijos, cuando se trata de Don Carlo, pero algo más se podía esperar. Jürgen Rose es responsable también de escenografía, vestuario e iluminación. La escenografía consiste en un decorado único en forma de paredes laterales, otra al fondo y un techo, o sea una especie de caja de música, que tiene el mérito de ayudar a la proyección de las voces. Este escenario sirve para todo con la presencia permanente de un gran Cristo crucificado. Si se cierra totalmente, nos sirve de prisión y de Fontainebleau. Si le ponemos una cama, de aposento de Felipe II. Si le abrimos unas puertas para que entre algo de luz, para la Canción del Velo. Si abrimos una trampilla, para San Giusto. Únicamente se abre la escena para el Auto Da Fe, con el Coro situado al fondo viendo pasar una Procesión de lo más hortera que uno pueda imaginar. Nazarenos por delante, unos siete u ocho pasos, a cada cual más feo, más nazarenos y algún que otro preboste de la jerarquía eclesiástica. En el centro se sitúa una hoguera con herejes a punto de ser quemados.
La dirección escénica es muy rutinaria, lo que es bastante normal en estas producciones que salen a escena sin ensayos. En esta ocasión la supuesta dirección escénica volvió a correr a cargo de Franziska Severin.
La dirección musical estuvo encomendada al israelí Asher Fisch, al que tuve ocasión de referirme en términos poco elogiosos por su dirección de Elektra el pasado día 16 de Julio. Aquí este director se encuentra más cómodo y su lectura se movió en términos de corrección, sin molestar a los cantantes y dirigiendo con seguridad. Algo pasa, sin embargo, con Asher Fisch en Munich. En Elektra recibió un abucheo, no diré que generalizado, pero bastante sonoro, lo que estaba más o menos justificado. El caso es que la historia se ha vuelto a repetir en esta ocasión, aunque no acabo de entenderlo. Son muy escasas las veces que uno asiste a un abucheo en Munich, especialmente si de ópera italiana se trata. He visto en este teatro medianías en el foso, perfectamente comparables a Asher Fich, que han sido bien recibidos por el público. Creo que no fue una sorpresa para él, ya que su cara y las palabras que parecía farfullar mostraban su malestar con los alborotadores, que no eran muchos, pero sí ruidosos y conseguían amedrentar a los dispuestos al aplauso. La actuación de la Bayerisches Staatsorchester fue francamente buena a sus órdenes A destacar también la actuación del Coro de la Bayerische Staatsoper.
El reparto vocal tuvo que echar mano de sustituciones, que tuvieron su efecto negativo en el resultado final, aunque la presencia de Anja Harteros y de René Pape nos hicieron olvidar las insuficiencias de otros compañeros de reparto.
Don Carlo tenía que haber sido Ramón Vargas, pero canceló, lo que no es la primera vez que me ocurre con él en este teatro y en esta misma ópera. Su sustituto fue el tenor surcoreano Alfred Kim, que no pasó de la pura modestia como protagonista de la ópera. Si de dar las notas de la partitura se tratara, Alfred Kim habría cumplido con creces, ya que no se escapó de ninguna, pero su canto es monótono y su voz tiene tendencia a quedarse atrás, resultando muy poco convincentes sus escenas con Elisabetta.
Isabel de Valois fue Anja Harteros y aquí habría que decir como Ford en Falstaff.: ¿Es sueño o realidad? Si su Arabella fue extraordinaria, su Elisabetta no se queda atrás. La Harteros tiene la voz perfecta para el personaje y canta como los ángeles, uniendo poderío y calidad en grandes dosis. Su interpretación del último acto y en particular su aria Tu, che le vanitá fueron un auténtico monumento verdiano. aHoy la soprano alemana está en un momento vocal y artístico de una madurez excepcional. Es de las muy pocas cantantes que justifican por sí sola cualquier desplazamiento para poder disfrutar con su voz y su canto. Cuando se habla de Bayreuth y Salzburgo, déjenme que les pregunte dónde pueden ver en cuatro días seguidos a Diana Damrau, Anna Netrebko, Anja Harteros y Jonas Kaufmann. Efectivamente, en Munich.
El otro lujo de la representación era la presencia una vez más de René Pape en el personaje de Felipe II. Sigue siendo para mí uno de los mejores intérpretes del personaje desde hace años – si es que no es el mejor de todos ellos -. Le he encontrado con un canto menos matizado que en ocasiones anteriores, con sonidos más abiertos, buscando el volumen en más de una ocasión. En cualquier caso, sigue siendo un Felipe II muy bueno, tanto escénica como vocalmente.
La otra sustitución del reparto fue la de Simon Keenlyside, que hace tiempo que viene cancelando sus actuaciones. En su lugar actuó como Marqués de Posa el italiano Simone Piazzola. Evidentemente, no es lo mismo, Su actuación fue correcta, pero no me gustó nada su manera de encarar el aria que precede a su muerte a manos de la Inquisición. Hubo exceso de sonidos abiertos y falta de elegancia. Alguien tendría que decirle que tiene volumen suficiente y que no tiene que forzar nada para hacerse oír. Es una cuestión de simple buen gusto.
También repetía la mezzo soprano rusa Anna Smirnova como Princesa de Éboli. Esta cantante no tendría ningún problema para figurar en el podio de cualquier concurso que premiara el poderío vocal. Más crudo lo tendría para triunfar en puro canto. Su Canción del Velo se caracterizó por su escaso gusto, mostrando sus grandes medios y poderío en el aria O, don fatale.
El Gran Inquisidor fue interpretado por Rafal Siwek, que me resultó poco convincente. Mete ruido, pero hace falta algo más. Es una pena que no estuviera a la altura requerida para esa gran escena del enfrentamiento de Felipe II y el Gran Inquisidor. Goran Juric fue un notable Monje y el Fantasma de Carlos V, con voz sonora y pastosa.
En los personajes secundarios hay que señalar la presencia en el personaje de Tebaldo de la soprano Eri Nakamura, así como la de Golda Schultz en la Voz del Cielo. La primera de ellas es una soprano en alza, que actúa en los principales teatros y en roles importantes. La segunda es habitual en roles de importancia en este teatro, donde le recuerdo una estupenda Sophie en Rosenkavalier. Así las gastan en Munich. Francesco Petrozzi fue un adecuado y sonoro Conde de Lerma y Heraldo del Rey en el Auto da Fe.
Huelga decir que el Nationaltheater estaba nuevamente totalmente lleno. El público se mostró cálido con los artistas, siendo las mayores ovaciones y bravos para Anja Harteros y René Pape.
La representación comenzó con los 5 consabidos minutos de retaso y tuvo una duración de 4 horas y 10 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 3 horas y 18 minutos. Ocho minutos de aplausos.
El precio de la localidad máscara era de 193 euros, habiendo butacas de platea por 117 euros. La localidad más barata con visibilidad plena era de 64 euros.
José M. Irurzun