El Amor de las Tres Naranjas. Prokófiev. Riga

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Ópera Nacional de Letonia. 22 de agosto de 2014.

Serguéi Prokófiev se basó en una fábula de Carlo Gozzi para redactar el libreto de esta obra, encargada por la Ópera de Chicago en 1921 buscando, quizás, que el triunfo de la fantasía que la trama relata tuviera su correspondiente efecto en su estancia en Estados Unidos. No lo consiguió, pero El amor de las tres naranjas se ha posicionado como su ópera más representada y parece que va camino de convertirse habitual en los carteles europeos. La producción de la Ópera Nacional de Letonia se estrenó en la temporada anterior, firmada por el director escénico Aleksanders Titels. El espectáculo tiene ritmo y discurre con fluidez, enmarcada en una estética contemporánea. Los grupos humanos del libreto original (trágicos, cómicos, excéntricos, etc.) son presentados como policías, bomberos, periodistas. La imaginación Titels va a la par de la obra. La escenografía y el vestuario de Vladimir Arefjevs le acompaña en el viaje, creando situaciones de gran comicidad, como cuando Ninetta es convertida en rata. El diseño de iluminación (Kevin Wyn-Jones),  discreto, pudo haber potenciado aún más algunos momentos. Es una fábula estrafalaria, con la necesidad de hacer reír, y permite casi todo. Como tal, resulta impecable la factura de lo visto.  El plantel de solistas, muy bien en su conjunto, funcionó como una maquinaria de relojería. De la homogeneidad resultante sobresalieron el incisivo Raimonds  Bramanis, intérprete del el hipocondríaco Príncipe, y Mihails Čulpajevs, estrafalario Truffaldino, por su aseada voz de tenor lírico-ligero. Sin embargo quiero nombrar a los bajos Romāns Polisavods (el Rey) y Kārlis Saržants (Heraldo y la Cocinera) por sus potentes y dúctiles instrumentos, así como a la soprano Dana Bramane (Ninetta) y la mezzosoprano Aira Rūrāne (Fata Morgana) cuyas cualidades canoras y escénicas se ganaron los mayores aplausos del público. El coro de la Ópera Nacional de Letonia se integró con soltura y buen hacer a la vorágine de esta farsa increíble. A pesar de este gran nivel artístico lo más suculento de la noche estuvo en el sonido tan brillante de la orquesta, con cuerpo y hechuras en todas sus secciones. El director musical Mārtins Ozolinš realizó una labor de calado. No descuidó detalles y dio el empujón final para que una historia tan disparatada como la que nos cuenta esta ópera pasara deliciosamente de principio a fin.

*Federico FIGUEROA.