Teatro Arriaga de Bilbao. 26Abril 2014. Estreno Mundial
El estreno en Bilbao de esta ópera del austriaco Christian Kolonovits ha despertado una gran expectación en los círculos operísticos, especialmente por la reaparición de Josep Carreras. El Teatro Arriaga y su director, Emilio Sagi, se han apuntado un tanto muy importante, ya que no solamente el teatro estaba a rebosar, sino que era totalmente inusual la presencia de aficionados procedentes de otros países de Europa y del mundo, entre los que destacaba un numerosísimo grupo de japoneses, venidos a Bilbao a rendir homenaje a su ídolo, exhibiendo una gran senyera. El Teatro Arriaga no había ofrecido en ópera una entrada tan importante desde aquel Otello que cantara Plácido Domingo hace casi 25 años. En este aspecto, no cabe duda de que el acontecimiento ha sido un éxito total.
El compositor austriaco Christian Kolonovits es más conocido en el mundo musical por sus composiciones de música pop (ha estado presente con sus temas en Eurovisión), sus bandas musicales para el cine y por sus arreglos orquestales, que por sus óperas, de las que únicamente tengo registrada Antonia und der Reißteufel, que suele estar presente en las programaciones de la Volksoper de Viena.
El Juez o Los Niños Perdidos tiene libreto de Angelika Messner y está basado en un suceso dramático y de gran actualidad hace unos años. Me refiero al famoso caso ocurrido durante el franquismo, en el que hubo numerosos niños dados por muertos al nacer, que la monja Sor María (recientemente fallecida) daba a otros padres para asegurarse una “formación cristiana ejemplar”. Sobre este dramático caso de actualidad, Angelika Messner escribe un auténtico culebrón digno de una interminable serie televisiva, en el que se retuercen y se alargan las cosas en exceso, construyendo un libreto (aquí en castellano) muy largo y premioso.
En estos mimbres literarios tiene que basarse Christian Kolonovits para componer su música, que tampoco ofrece mucho interés. Se trata de una composición totalmente tonal y que podría responder a la música que se hacía a mediados del siglo pasado. El compositor austriaco sabe perfectamente que está escribiendo para un ídolo de la ópera y salpica su composición de páginas cantábiles, ente las que destacan los dos ariosos que dedica al protagonista, un dúo para la pareja de jóvenes (Alberto y Paula) y otros dos ariosos para, respectivamente, Morales y la Abadesa (también llamada la Urraca Negra). Aparte de estas páginas para solistas, en la que el dúo referido es lo que me parece más interesante, hay mucho recitativo – demasiado – y con una música en general de escasa inspiración. En mi opinión uno de los grandes problemas de esta ópera es su premiosa e innecesaria duración. Si al libreto y la partitura se le amputara unos 45 minutos (más o menos un acto entero), la cosa podría resultar más aceptable. En cualquier caso, el público que ayer llenaba el Teatro Arriaga no parecía estar muy de acuerdo con mi opinión, ya que la recepción final fue casi triunfal, incluyendo al compositor y la libretista.
El protagonista que da título a la ópera y gran foco de atención del acontecimiento era el tenor catalán Josep Carreras, sin cuya presencia la ópera habría pasado desapercibida. Han pasado más de 30 años desde la última vez que Carreras cantó una ópera en Bilbao (Abao 1981) y 13 desde la última vez que cantó una ópera completa en España (Barcelona 2001). Mucho ha llovido desde entonces y es evidente que Josep Carreras no es sino un recuerdo de lo que fue. Tiene 5 años menos que Plácido Domingo y, sin embargo, su estado vocal está claramente por debajo del madrileño. Hoy le quedan unas pocas notas en el centro, aunque el timbre ha perdido aquel brillo que le hizo famoso en el pasado. Los dos extremos de la tesitura son casi inexistentes.
Me atrevería a decir que su centro es más baritonal que el de Domingo, pero tiene menos frescura y brillo. No veo cómo podría hoy el gran Carreras afrontar una ópera de repertorio, ya que la tesitura de cualquiera de ellas estaría fuera de su alcance. Otra cosa es lo que ocurre en una ópera, como la que ahora nos ocupa, que ha sido escrita para él y conociendo el compositor perfectamente las limitaciones vocales del intérprete. Sigue manteniendo una cierta intensidad cantando, que le hace transmitir bien emociones a un público siempre deseoso de que su ídolo triunfe. Fue ésta una ocasión para rendir tributo y merecido homenaje a una gran carrera, truncada parcialmente por la enfermedad.
En el resto del reparto destacó poderosamente la interpretación de José Luis Sola en el personaje de Alberto (el hermano biológico del juez). Creo que es la mejor actuación que le he visto en un escenario, cantando con gusto, manejando muy bien su instrumento y atacando con seguridad y brillo las notas altas. El Arriaga es mucho más amigable a sus características vocales que la caverna del Euskalduna.
Sabina Puértolas interpretó la parte de Paula, la periodista que sigue la trama de los niños robados y se enamora del cantautor Alberto. Desde mi punto de vista el personaje requiere una soprano de mayor fuste que la navarra, que es una soprano ligera y de volumen un tanto reducido, con un agudo bastante ácido. La vi tan poco adecuada vocalmente como hace unos meses en el Requiem de Verdi.
Carlo Colombara fue un adecuado y sonoro Morales, el dirigente de extrema derecha que quiere echar tierra sobre el asunto. Ofreció su pastosa voz en el centro, algo descolorida por arriba, y una buena presencia escénica. Anecdóticamente, diré que no funcionó la pistola con la que mata al final de la ópera a Alberto, muriendo éste por simples exigencias del guión.
Ana Ibarra ofreció una voz amplia y bien timbrada en la parte de la Abadesa, que viene a representar a Sor María, aunque aquí no reparte niños, sino que los lleva al convento y los educa en la única religión verdadera.
Los personajes secundarios estuvieron bien cubiertos por Milagros Martín (Mujer Mayor), María José Suárez (Monja y María), Manel Esteve (Paco, el cameraman) e Itziar de Unda (Monja).
La producción de Emilio Sagi resulta adecuada al drama, ofreciendo una ambientación siempre oscura, con una escenografía fija (Daniel Bianco) a base de muros en los laterales y un espacio cerrado por unas verjas, que representa el convento. El vestuario de Pepa Ojanguren resulta adecuado, contando con una buena iluminación de Eduardo Bravo. La producción no tira la casa por la ventana ni mucho menos, pero funciona bien.
La dirección escénica no es particularmente brillante, quedando un tanto cortos de dirección los dos jóvenes, mientras que se notan las tablas de los más veteranos. En resumen, no es de los mejores trabajos de Sagi, que siempre brilla más en argumentos ligeros que en los más dramáticos.
La dirección musical estuvo encomendada a David Giménez Carreras, que llevó a buen puerto la nave musical sin mayor brillo, pero sin accidentes y cuidando el volumen del foso. Prestación no más que solvente de la BIOS Orkestra. Las partes corales fueron correctamente cubiertas por el Coro Rossini y la Kantika Korala, ésta última en las intervenciones de los niños perdidos fuera de escena.
Como decía más arriba, el Teatro Arriaga ofrecía un lleno absoluto y el público dedicó una acogida triunfal a los artistas, muy especialmente al divino Josep Carreras. Entre los mortales las mayores ovaciones fueron justamente dedicadas a José Luis Sola.
La representación comenzó con 5 minutos de retraso y tuvo una duración total de 2 horas y 46 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 21 minutos. Nueve minutos de entusiastas aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 47 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 28y 38 euros. La entrada más barata con visibilidad plena costaba 19 euros. Así da gusto.
José M. Irurzun