Pelléas y Mélisande por fin en Oviedo       

Pelléas y Mélisande en Oviedo. Foto: Iván Martínez - Ópera de Oviedo
Pelléas y Mélisande en Oviedo. Foto: Iván Martínez – Ópera de Oviedo

Ciento cinco años después de su estreno la ópera de Debussy Pelléas y Mélisande se representa por primera vez en Oviedo, y una noche histórica, tanto por la magnitud del evento como por la calidad del cast, se vio enturbiada por el nulo respeto a la obra de una parte del público.

Decía Boulez que Pelléas y Mélisande era el comienzo de la ópera moderna, en un lenguaje que, no nos engañemos, aunque ampliamente superado, aún resulta incómodo para un sector del público. La estructura en escenas separadas por telones negros propició el desinterés y vergonzosas tertulias sobre los intermedios escritos por Debussy («total, no se canta», suele ser la contestación a cualquier llamada de atención), por no hablar de las continuas toses que enturbiaron el ambiente. Una injusticia de trato hacia una representación de primer nivel.

Porque el trío protagonista se reveló como ideal, no solo por sus intervenciones solistas, sino por la capacidad de empaste en una obra donde cantantes y orquesta avanzan de una manera tan imbricada, con la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias dirigida por Yves Abel llena de colores y matices, tan necesarios para completar el discurso que se ve encima del escenario y dar así todo el sentido al simbolismo de la obra.

Es muy difícil evaluar en este ambiente tan homogéneo las voces por separado, sin embargo es justo señalar la dulzura y el bello color de Anne-Catherine Gillet, que aportaba una inocencia no exenta de picardía, lo acertado de la elección de un bajo ligero, Edward Nelson, para un Pelléas que ganó cuerpo especialmente en los agudos, y que contrastaba de manera sublime con el timbre de Paul Gay, quien con su poderosa voz de bajo y su imponente presencia física se convertía en el ‘gigante’ que describe el libreto. Destacar también a Eleonora de la Peña como Yniold, en un papel pensado inicialmente para niño que quiso recuperar ese matiz con una emisión infantil, muy abierta, que dramáticamente supuso un acierto.

Pelléas y Mélisande en Oviedo. Foto: Iván Martínez - Ópera de Oviedo
Pelléas y Mélisande en Oviedo. Foto: Iván Martínez – Ópera de Oviedo

René Koering se ocupó de la dirección escénica y el vestuario. Si bien se escuchó algún conato de pateo hacia su propuesta, que respeta la intimidad de la historia, pero que elimina algunas imágenes muy icónicas de la historia, como el pozo o Mélisande en la torre y su larga cabellera, contribuye con proyecciones a reforzar la idea metafórica del texto, y se apoya además en un vestuario que define claramente la luz y la oscuridad en cada momento, ayudado por un magnífico uso del claroscuro en la iluminación de Patrick Méeüs.

Una noche histórica, con un reparto magnífico y una orquesta en plenitud que quedó enturbiada por un sector del público asistente al estreno, que puede ser minoritario, pero desde luego muy molesto, que llegó a destrozar el final recogiendo, levantándose y hablando antes de que terminase de caer el telón y dejase de tocar la orquesta. Inaceptable comportamiento e injusto recibimiento a un cierre de temporada de la Ópera de Oviedo de altísima calidad.

Alejandro G. Villalibre