Cuando Verdi viajó por España: 1864, la visita a Granada

Giuseppe Verdi
Giuseppe Verdi

Desde el cuatro de abril de 1847, fecha en la que las óperas de Verdi Nabucco y Ernani ocupan por primera vez el escenario del teatro del Campillo, el músico de Busseto se convierte, para los aficionados granadinos, en el genio indiscutible de la ópera italiana, ocupando un podio que perteneció, anteriormente, a Donizetti, Bellini y Rossini. La pasión por la ópera italiana era visceral, con tendencia a endiosar o condenar a divos y creadores, desde que en la década de 1830 se hicieron frecuentes las temporadas de ópera, que vinieron a sustituir a los habituales espectáculos de bailes, tonadillas y sainetes. Aunque el interés por el “bel canto” fue decayendo en favor del emergente género lírico español, Verdi se mantuvo durante todo el siglo XIX en la cima del olimpo operístico.

El gran barítono Giorgio Ronconi,   que había participado en el estreno de Nabucco en la Scala de Milán el 9 de marzo de 1842, aparece por Granada el 7 de noviembre de 1852, para cantar por primera vez en la temporada operística. Queda subyugado y entusiasmado por la ciudad… y por una malagueña de ojos negros y rasgados, llamada Antonia Onrubia, que se convierte en su abnegada y generosa compañera y, después, esposa. Compra el Carmen de Buenavista (hoy de Ronconi, junto al Alhambra Palace), donde vivirá con su hija Tonina, Antonia y la niña de ésta. Pronto se integra en el ambiente cultural granadino, dominado por el Liceo Artístico y Literario. Conecta con el humor de los simpáticos, jóvenes y excéntricos intelectuales de La Cuerda, de los que, por edad y por su carácter alegre y jovial, ejercerá de guía e instructor. Se convierte en activo benefactor, organizando funciones cívicas para ayudar a las familias pobres en casos de epidemias, insalubridades y reclutamientos por campañas bélicas. El poeta José Salvador de Salvador le dedica loas: “¡Siempre tú, Genio y corazón sublime! / ¡Siempre tú, grande como artista y hombre! / ¡Siempre tú, caridad para el que gime! / ¡Tú, siempre tú, de aquel a quien oprime la cadena del mal! ¿Cuál es tu nombre? / ¿Eres, acaso, la ficción bendita del Ángel del Señor que baja al mundo; / mensajero del bien que necesita, en su desgracia y su dolor profundo, la raza humana en el Edén maldita? /  Tú, Ronconi, cuyo noble pecho / aliento para el bien, tu voz alzaste: la piedad granadina estimulaste / y el bien, con ella y tu virtud, has hecho. / ¿Dónde habrá lengua que a tu elogio baste?”. A partir de 1860, Ronconi se desvivió en un proyecto ambicioso: la creación en Granada de una Escuela Nacional de Canto y Declamación, que en 1862 recibió el nombre de Isabel II, aprovechando la presencia de la soberana cuando apareció por estos andurriales, con el propósito principal de calmar los ánimos alterados a consecuencia de la sublevación campesina de Loja. Los tres años de funcionamiento de la Escuela acabaron desquiciando al pobre Giorgio, que tuvo que claudicar ante la canallesca empresarial y los irresponsables políticos. En 1864 dejó Granada y solo regresó en contadas ocasiones para visitar a amigos.

El 11 de enero de 1863, Giuseppe Verdi y su esposa, Giuseppina Strepponi, llegan a Madrid, procedentes de los fríos de San Petersburgo, vía París. El mes de noviembre anterior se estrenaba en el Teatro Imperial de aquella ciudad la ópera La Forza del Destino, que proporcionó a Verdi todo tipo de agasajos por parte de la aristocracia rusa, encabezada por el czar Alejandro II. En Madrid, el mismo compositor se encargará de los ensayos y del estreno en el Teatro Real, que no se produciría hasta el 21 de febrero. La ópera está basada en Don Álvaro o la fuerza del sino,del Duque de Rivas, y la acción se desarrolla en Sevilla. El dramaturgo español criticó con dureza el libreto adaptado por Francesco Maria Piave, que según él, “desfiguraba los personajes y desquiciaba el argumento”. Su relación con Verdi fue tensa, aunque el día del estreno se sentó junto a Isabel II en el palco del teatro, en el cual se encontraron otras celebridades del momento, como Pedro Antonio de Alarcón, Rosalía de Castro, Federico de Madrazo o los músicos Barbieri y Arrieta. Verdi quiso contar con la participación de Ronconi, a quien no veía desde hacía veinte años, pero la empresa ya tenía contratado a Antonio Cotagni, y su deseo no se pudo cumplir. La estancia en Madrid del maestro, reconocido liberal y miembro del primer parlamento italiano, no encajó con el empeño de la conservadora aristocracia de la Corte, que se disputaba al gran maestro para sus lucidas reuniones. Verdi rehusó varias invitaciones, disculpándose por la necesidad de preparar a conciencia los ensayos de la ópera, ganándose por ello fama de huraño y descortés. Viajó a El Escorial, monumento que calificó de “severo y terrible, como el feroz gobernante que lo construyó”; la visita, no obstante, le sirvió de inspiración para la que sería su siguiente ópera, Don Carlo. También visitó Toledo, donde quedó impresionado por su catedral. Y después del estreno y de una representación de la que también se encargó, comenzó su viaje a Andalucía. El 23 de febrero los Verdi montan en la diligencia de la empresa “La Cordobesa”, que en su servicio de “gran velocidad” los llevó a Córdoba en treinta y tres horas; allí pasaron dos días (aún puede verse con un buen andamio la firma a lápiz del maestro en los altos de la catedral). Después, una rápida estancia en Sevilla, donde fracasó un intento de homenaje que le habían preparado los aficionados, por discrepancias entre ellos, según se dijo, pero también por la influencia de los reaccionarios gobernantes del momento; sin embargo, disfrutó con sus monumentos y con los “Murillos” del Museo de Pintura. Pasaron después los Verdi a Jerez, donde visitaron algunas bodegas,  y compraron un barril de vino que embarcaron hacia su casa de Santa Ágata, en Piacenza.

Y por fin, su última parada andaluza, Granada. El domingo 8 de marzo a última hora de la tarde, después de un tortuoso viaje por los embarrados senderos de la olvidada Andalucía, llegan a la Estación de Transportes Generales de la calle Tablas, donde esperan su amigo Ronconi junto a “muchos notables de la ciudad”. Las tres bandas militares con guarnición en Granada se unieron junto a espontáneos instrumentistas de cuerda y socios coristas del Liceo para dedicarle una serenata con coros y piezas de sus óperas más conocidas. Un carruaje subió a los Ronconi, padre e hija, y a sus ilustres y exhaustos huéspedes al Carmen sito en la cima del cerro de Mauror, donde quedaron alojados.

Pedro Antonio de Alarcón y su esposa Paulina Contreras, después de asistir al estreno madrileño de La Forza del Destino, tuvieron que viajar hasta Guadix, donde el padre del dramaturgo accitano moría el 27 de febrero. El día 9 de marzo aprovechó su paso por Granada de vuelta a Madrid para hacer de cicerone a los Verdi en su visita a la ciudad. Primero la Alhambra, cuyo marco le hizo exclamar: “In primis et ante omnia”;efectivamente, en varias ocasiones manifestaría que la Alhambra fue el monumento que más lo cautivó en su recorrido por España. Luego, la Catedral, donde tuvo lugar una emotiva anécdota: cuando se hallaba en la bóveda de la Real Capilla, Alarcón le dijo: “la escena me recuerda la visita que Carlos V hace al sepulcro de Carlo Magno en Ernani”. Verdi extendió la mano sobre el ataúd del ilustre abuelo de Carlos V y cantó a media voz aquella frase de dicha ópera, “¡O Summo Carlo!”. Por la tarde, los alumnos más destacados y los profesores de la Escuela de Canto y Declamación Isabel II quisieron dedicarle una función en el teatro Principal o del Campillo, el único en la ciudad (faltaban seis meses para la inauguración de un nuevo teatro, el antiguo Isabel la Católica, en la parte del espacio que hoy ocupa el Cuarto Real de Santo Domingo); pero en éste actuaba una compañía de zarzuela, que ese día ponía en cartel En las astas del toro, de Gaztambide y Frontaura. Verdi no parecía muy interesado en el teatro lírico español, como demostró en sus días en Madrid cuando desagravió a Barbieri (el castizo maestro madrileño intentó en vano una entrevista con él) y rehusando las invitaciones que se le hicieron para acudir a las representaciones del Teatro de la Zarzuela. La velada en la que Ronconi quiso mostrar a su amigo los avances hechos en dicha Escuela se realizó en los salones donde ésta tenía su sede; es decir, en la calle Duquesa nº 41. Ronconi y sus huestes órficas ofrecieron variados ejemplos de su quehacer artístico, en el que se incluían coros y arias de Elixir d’amore, Nabucco, y Norma. Los músicos de la ciudad que más actividad tuvieron en la Escuela fueron: el entonces apreciado compositor y organista de la catedral, Bernabé Ruiz de Henares, que hacía las funciones de subdirector; Francisco Rodríguez Murciano, bajo cantante, pianista, guitarrista y compositor, hijo del popular y mítico guitarrista del mismo nombre, que llenó de fandangos, seguidillas y vino los meses del ruso Glinka en Granada; y el  compositor y excelente pianista Antonio Segura Mesa, a quien le bastó esa tarde para afirmar durante toda su vida que era alumno de Verdi. Pero donde más disfrutó el maestro italiano de su breve, pero intensa, estancia granadina fue en la intimidad del Carmen de la Alhambra, rememorando los viejos tiempos con su paisano.

Granada era la única ciudad española sin carretera terminada en dirección a la capital española (le faltaban cuatro años para inaugurarla), y no mencionemos la red ferroviaria, en cuyas infraestructuras Granada andaba a la cola de España (en fin, que la cosa viene de lejos). Por lo tanto, el día 10, en servicio privado contratado a la empresa de transportes del “Norte y Mediodía de España”, con billetes que incluían dos noches de parada y fonda, los Verdi y los Alarcón abandonan Granada rumbo a Madrid. En la Villa y Corte dirige la séptima representación de La Forza del Destino, con clamoroso éxito y once salidas al escenario; y se despide cortésmente de Isabel II y su séquito. Al día siguiente, ya con el moderno ferrocarril del Norte, vía Biarritz, Giuseppe y Giuseppina seguirán rumbo a París. Una compañía de ópera copará el interés de los aficionados granadinos entre finales de marzo y junio. En los escenarios figuraron conocidas óperas de Bellini, Donizetti, y, por supuesto, Verdi: Ernani, Macbeth, La Traviata, Vísperas Sicilianas, y Un ballo in Maschera, única inédita, hasta ese año, en el Teatro del Campillo.

José Miguel Barberá Soler