La Prohibición de amar en Buenos Aires: Poco Wagner para el único Wagner de la temporada.

La Prohibición de amar en Buenos Aires. Prensa Teatro Colón /Arnaldo Colombaroli
La Prohibición de amar en Buenos Aires. Prensa Teatro Colón /Arnaldo Colombaroli

En su segunda ópera (1836) un joven Richard Wagner hecha mano a lo que podríamos considerar un resumen del gusto de la época: Unas cucharadas de Auber, unos cuantos gramos de Donizetti, unos toques de Weber, todo condimentado con una retórica wagneriana que, en este caso aún no alcanza la trascendencia ni el vuelo poético de sus obras mayores, pero que muestra la inimitable tendencia a alargar parlamentos y escenas innecesariamente. Todo da como resultado una obra de Wagner con poco Wagner, si tenemos en cuenta los postulados que el propio compositor intelectual desarrollará con el tiempo. No en vano Don Ricardo se ocupó en vida de cubrir con un manto de olvido esta pieza, y cuanto más pesado el manto, mejor.

No es este el momento de preguntarnos las razones que llevan a grandes casa de ópera (recordemos que esta es una coproducción entre el Teatro Real de Madrid, el Colón de Buenos Aires y el Covent Garden de Londres) a volver su atención sobre una obra tan intrascendente tanto por su música, como por su trama y su impacto en la historia del género… Menos aún arriesgaremos explicaciones o teorías sobre la cuestión. No  quiero, amigo lector, que lloremos juntos pensando en dorados ayeres ni en inciertos mañanas…

Vamos a centrarnos en lo que hemos visto y oído en el Teatro Colón en este estreno argentino de La Prohibición de amar.

Ante una obra de por si tan flaca, con casi ninguna referencia en la memoria colectiva y sin “modelos” que nos hagan sombra, la puesta de Kasper Holten apuntó a brindar un espectáculo ligero, divertido y desenfadado que resaltara, hasta por el absurdo, los contenidos más farsescos de la trama, su costado cómico y aún satíricos de un argumento cuyo punto de origen no es otro que la shakespereana Medida por medida.

En este sentido, y no sin olvidar constantes guiños a la cotidianeidad del espectador, asistimos a un espectáculo grato, fresco y muy divertido.

La muy cuidada la marcación escénica de los protagonistas (no tanto las de las escenas de masas) acertados gags, alusiones a la sociedad de consumo, las angustias existenciales y, desde luego, a la política mundial actual, se combinaron para obtener un resultado de muy buena calidad en el que los artistas brindaron lo mejor de sí, dentro de lo que la partitura les permite o les ofrece.

La Prohibición de amar en Buenos Aires. Prensa Teatro Colón /Arnaldo Colombaroli
La Prohibición de amar en Buenos Aires. Prensa Teatro Colón /Arnaldo Colombaroli

Acertada y funcional resultó la escenografía y el vestuario de Steffen Aarfing, muy bien iluminados por Bruno Poet.

Jaquelina Livieri compuso una graciosa Isabella compenetrada con el carácter del rol (un poco el centro absoluto de una trama que gira en torno a este personaje) y dio cuenta de talento y entrega en un rol que la lleva al extremo de sus posibilidades sin permitirle lucir sus más gratas virtudes plenamente por las características del estilo mestizo de la partitura.  Isabella es un verdadero tour de force para la soprano, y Livieri, sin ser una wagneriana, cantó y actuó con verdadero compromiso artístico.

Esperamos que los programadores hagan justicia a su valor y nos permitan disfrutarla en roles más afines a su registro y carácter.

Mónica Ferracani derrochó gracia y sapiencia en una coqueta Dorella, un rol para el que le sobran capacidades. Divirtió, cantó con registro seguro, una voz contundente y franca que corre sin problemas en la inmensa sala del Colón y dio cuenta, una vez más, de su talento. Lamentamos que la temporada no la incluya en roles de mayor compromiso este año… No perdamos las esperanzas… Tal vez el año próximo prima la sensatez y podemos aplaudirla en un rol que le haga justicia decididamente.

El Luzio de Pablo Pollitzer resultó un poco desvahído tanto desde lo actoral como desde lo vocal donde el caudal no acompaña la musicalidad del artista.

Graciosísimo el Brighella de Mariano Gladic. Cantado con una voz de bello timbre baritonal, buen fraseo y línea cuidada; su voz supo acompañar sus desopilantes intervenciones escénicas. ¡Bravo!

Gustavo Gibert desbordó comicidad en su Friedrich. Su voz se enriquece cuando no se asoma a los extremos de la tesitura. En su interpretación escénica hizo gala de histrionismo y comicidad, aunque hubiéramos preferido no subrayar más de la cuenta lo que alcanza con ser sugerido. En cualquier caso, ductilidad y gracia hicieron las delicias del público.

Ivan Maier cantó un Claudio con buena voz, aunque se desearía un mayor cuidado en los detalles y matices. Actuó con convicción y tuvo su recompensa en los aplausos finales de la sala.

Nos dejó una muy grata impresión Vanesa Aguado Benítez como Mariana. Buen caudal, bello timbre, efectividad y convicción escénica; todo se conjuga para que auguremos un futuro más que promisorio a esta artista.

Muy bien, por su parte; Gabriel Centeno, Duilio Smiriglia, Sebastián Sorarrain, y Alejandro Spies como Antonio, Poncio Pilato, Angelo, y Danieli, respectivamente.

La orquesta y el coro estables del Teatro tuvieron una lucida actuación bajo la batuta del Mtro. Oliver von Dohnanyi.

La noche porteña nos recibió divertidos y felices gracias al talento de nuestros artistas que con un buen trabajo en equipo mantuvieron a flote y llevaron a buen puerto esta Prohibición de amar.

Prof. Christian Lauria