Las bodas de Figaro en Estrasburgo, o cómo no sacar partido de un clásico

 

Las bodas de Figaro en Estrasburgo. Foto: Klara Beck
Las bodas de Figaro en Estrasburgo. Foto: Klara Beck

En anécdota queda esta representación de Las bodas de Figaro en Estrasburgo, en la Opéra national du Rhin (OnR). Retomar un clásico es siempre complicado, pues los responsables se enfrentan a un larguísimo historial de representaciones a cargo de las mejores voces. Pero también ofrece la posibilidad de un inmejorable material de base. La atemporalidad de la música de Mozart y la historia de Beaumarchais (adaptada por Da Ponte) evita que haya que preocuparse en disimular elementos que no hayan envejecido bien, como ocurre con buena parte de la Grand Opéra.

Sin embargo, la representación en la OnR consigue deslucir por momentos el brillo del clásico. La puesta en escena, a cargo de Ludovic Lagarde, no es capaz de integrarse bien en la historia. Lagarde traslada la acción al mundo de la alta costura, tan frívolo como podrían serlo los salones de corte de finales del siglo XVIII. La idea de base de este paralelismo es simpática pero su ejecución es descuidada. Es difícil encontrar una coherencia en los roles y el vestuario asignados a los personajes. La idea de la alta costura no conecta con el fondo de la trama ni con los personajes de Beaumarchais, y queda como mero recurso estético. Aunque la estética en sí es también bastante cuestionable: se nos presenta una escena llena de paredes móviles de fieltro gris oscuro sin más adornos. Visto esto, es difícil no preguntarse si los decorados responden a la intención primera de Lagarde o si éste, obligado por la carencia de medios, ha intentado hacer de la necesidad virtud. El resultado es una escena monótona que no consigue realzar la interpretación ni los cambios de situación. La iluminación del tercer y cuarto acto consigue compesar un poco la sobriedad del gris, tan poco propia de una ópera cómica.

Pasando a la reflexión general, no consigo entender ese continuo empeño de los directores de escena actuales en intentar innovar cuando con una escena clásica, bien cuidada en los detalles, podrían conseguir un resultado con mucha más fuerza. Y más si se trata de una obra de referencia como Las bodas de Figaro, que ofrece la oportunidad de hacer descubrir la ópera al público no iniciado. Bien está que se innove en la puesta en escena, pero la cosa ha llegado hasta un punto en el que es difícil encontrar representaciones actuales de ópera ambientadas en la época en la que fue creada.

Las bodas de Figaro en Estrasburgo. Foto: Klara Beck
Las bodas de Figaro en Estrasburgo. Foto: Klara Beck

En cuanto a las voces, los resultados son irregulares. La figura que sobresale es sin duda la de Davide Luciano, que interpreta al Conde Almaviva. Con una voz poderosa y con cuerpo, destaca su interpretación de “Che imbarazzo è mai questo”, al principio del tercer acto. Su esposa en la ficción, Vannina Santoni, es la que más destaca entre las voces femeninas. Oportunidad tiene para lucirse durante el aria “Porgi Amor”. Muy correcta es también la interpretación de Lauryna Bendžiūnaitė (Susanna) y Catherine Trottmann (Cherubino). De esta última hay que destacar también su faceta teatral. Los gestos de Trottmann consiguen dar vida a un convincente Cherubino, pícaro pero a la vez inocente. En el lado masculino, a excepción de Luciano, no encontramos el mismo nivel. A Arnaud Richard (Bartolo) y Gilles Ragon (Don Basilio) les falta potencia y empuje. Habría además que preguntar a los directores por qué éste último está travestido en mujer, cuando nada en la obra original parece indicarlo así. Si responde a un fin meramente cómico, parece un recurso innecesario en una obra que ya de por sí mueve a la risa, sin que haga falta recurrir a un travestismo de revista de poco presupuesto. En cuanto a Andreas Wolf, su representación no está a la altura de Figaro, la estrella de la obra. Si bien sus frases están bien medidas, le falta intensidad. Cuando interviene con otras voces, la suya se ve encogida por el resto. Lo curioso es su irregularidad: tiene momentos de nivel y otros en los que simplemente no llega a las notas o no articula correctamente.

La buena ejecución musical de la Orchestre symphonique de Mulhouse, dirigida por Patrick Davin, compensa en parte la irregularidad del resto. A Davin lo que le importa “no es tanto mostrar la actualidad de una ópera como resituarla en su época, dando a la audiencia las claves para comprenderla”. Su objetivo parece por tanto diferir enormemente del de Lagarde, y respalda la idea de una puesta en escena más clásica, situando la ópera en su contexto original no sólo a nivel musical sino también visual. La frase de Davin ha sido extraída del libreto editado por la OnR, que merece una mención especial por su cuidadosa presentación y por la selección de extractos para comprender la obra. Me ha parecido genial el largo fragmento de la carta en la que Amélie Houret de la Morinaie reprochaba a su amante Beaumarchais su libertino comportamiento. No es de extrañar que una trama como la de Las bodas de Figaro fuese concebida por alguien de vida tan disoluta. Se echa en falta, sin embargo, la ficha de composición de la orquesta, que sí se incluía la temporada pasada.

En definitiva, nos encontramos ante otra representación más de Las bodas de Figaro, irregular, con un reparto vocal cuyas carencias se hacen más evidentes por culpa de una inconsistente puesta en escena. Se desaprovecha así una buena oportunidad de recuperación de un clásico, que además es una pieza ideal para introducir a los neófitos en el mundo de la ópera.

Julio Navarro