Bach. Herencia y Legado: épica tarde de concierto en El canto de Polifemo

El canto de Polifemo
El canto de Polifemo

“Nadie ha logrado explicar jamás cómo consigue la música contar historias sin usar palabras, pero aún así compositores y compositoras de todos los tiempos construyen con sus sonidos relatos impresionantes. […]” Con esta lapidaria y posiblemente premonitoria frase se iniciaban las notas al programa de este concierto que quizás deberíamos calificar de épico: de relato impresionante.

Tras una apacible mañana (que a cualquiera que no tuviera a mano nuestras modernas tecnologías hubiera hecho imaginar un bello atardecer de sábado), se desató una incómoda tarde de lluvia que no fue impedimento para que un aparentemente modesto concierto, en un rinconcito de la bulliciosa ciudad de Madrid, tuviera cola para entrar desde más de una hora antes de su inicio. Y es que al calor de las propuestas musicales de El Canto de Polifemo parece consolidarse un público ávido de selectas experiencias culturales.

Pero si épico ya parece el relato de la llegada del público, que llenó completamente esta escondida joya del Barroco madrileño que es el Convento de las Mercedarias de Góngora, mucho más épico fue todo lo que inesperadamente llegó después: en las carpetas de unos músicos que se anunciaban como amateurs, un muy exigente ramillete de partituras que nos llevarían por los más espirituales y crípticos caminos de la música sacra alemana del Barroco; los protocolarios aplausos de recibimiento resonando en la hermosa cúpula; y cuando el órgano se disponía a desgranar las primeras notas, la técnica, esa que tantas maravillas hace, obraba el desastre: a pesar de los arduos intentos de arreglar un fallo eléctrico en el único instrumento que debía acompañar a las voces esa tarde, fue imposible hacer nada. Surgieron entonces los nervios, la tensión… Sin embargo, en medio de la catástrofe que se vaticinaba, surgió la determinación del director que, aunque seguro temblando internamente, se dispuso a calmar la impaciencia del público, explicando la enorme complejidad y genialidad de la obra culmen de la tarde: el motete Jesu, meine Freude BWV 227 del universal maestro Johann Sebastian Bach. Pero aquello no fue suficiente, pues no presagiaba cercana la resolución del problema técnico, que impedía al fuelle del precioso órgano positivo, que ocupaba el centro del presbiterio, llenarse para hacer sonar su bosque de tubos. Mas donde no faltó el aire, fue en el impetuoso Daniel de la Puente que, para sorpresa de propios y extraños, salió de nuevo a escena con un diapasón en la mano… Atónito se miraba lo más granado del público asistente, pues el concierto se iniciaba a capella: ¡obras de los más difíciles autores del barroco alemán a capella! Parecía imposible, porque en esas condiciones hasta los más profesionales hubieran optado, con toda la razón, por suspender. Pero Madrid Estudio Coral decidió seguir adelante con la sola ayuda para afinar de un simple diapasón, que nada más podía servir de apoyo entre número y número de obras de un complejísimo contrapunto, entre los que se incluía hasta una fuga del maestro de maestros. ¡Toda una osadía! pero ¡toda una lección! lección de arrojo, lección de pasión, lección de profesionalidad, ¡lección de música!

El resultado de todo esto fue un bellísimo concierto lleno de emociones. Poco importaba que alguna pieza no tuviera más remedio que quedar en silencio en las carpetas, pues los asistentes pudieron vibrar con un conjunto vocal camerístico que brilló por su gran empaste, el equilibrio de las distintas cuerdas, la limpieza de las coloraturas, una afinación que apenas sufrió la falta del apoyo del órgano, la clarísima dicción de los textos en su mayoría en alemán y una gran variedad de dinámicas muy bien trabajadas para destacar los momentos más sublimes de cada pieza. Igualmente los solistas mantuvieron el extraordinario nivel del conjunto. Y todo ello fue llevado en volandas por la dirección del sin duda intrépido Daniel de la Puente, de gesto muy expresivo, claro y elegante, que fue capaz de mantener una depurada técnica en tan épico momento. ¡Bravo!

Francisco de Asís Manzanero Osuna