El pianista Eduardo Frías debuta en el Carnegie Hall de Nueva York

Eduardo Frías
Eduardo Frías

Eduardo Frías confirmó en el Carnegie Hall de Nueva York, el pasado día 3, lo que ya había dejado entrever en actuaciones anteriores. De él se ha destacado a lo largo de su carrera musical su enorme capacidad para adaptarse a cualquier tipo de estilo, desde el romanticismo más primigenio a las últimas tendencias contemporáneas; su facilidad para conjugar corazón y cerebro o, lo que es lo mismo, sentimiento y técnica; y su enorme capacidad para comunicar con el público. Pero en esta ocasión había dos condicionantes que hacían diferente la cita. En primer lugar, el escenario: aunque Frías ya ha actuado, pese a su juventud, en salas importantes como la Fundación Juan March, el Auditorio Nacional o la National Gallery de Londres, por citar algunas, el Carnegie Hall tiene un aura especial que muy pocas salas del mundo presentan. Y en segundo lugar, el repertorio: acostumbrado a abastecerse hasta ahora de los grandes clásicos, Frías se presentó en la mítica sala estadounidense con la obra integral para piano (hasta 2016) de Jorge Grundman, un autor contemporáneo y tonal, bastante más conocido allí que aquí. La obra, que genéricamente se ha titulado “Little Great Stories” presenta el gran aval de haber sido grabada por el sello discográfico Sony Classical.

Pero, afortunadamente, nada pudo con la personalidad musical de este gran intérprete, siempre austero en el respeto incondicional a la partitura que tiene delante, pero tremendamente generoso en los matices que la engrandecen. Decía recientemente Jorge Grundman que “no soy de anotar muchos ‘tempi’ en la partitura; es importante que cada intérprete la haga como la siente”. Y ahí, el autor ha encontrado un buen socio en Frías, quien le ha dado a la obra un matiz intimista que emociona.

Eduardo Frías comenzó sin dilación con la “Mozartiana” y la “Haydniana”, dos obras compuestas al estilo de estos dos autores, convencido de su discurso musical. Comienzo transparente, puro, que se sentía como un soplo de aire fresco, antes de la interpretación de “Will Not Remove my Hope” y la “Chopiniana”, obras con las que se incrementaba la dificultad técnica. Con los dos estudios para piano -en especial el Número 1, que embargó la sala de un color y calor especial- y “Lullaby for the Son of a Pianist” concluyó la primera parte sumergiendo al público, que casi abarrotaba la sala, en nuevas sensaciones íntimas y meditadas.

La segunda parte comenzó fuerte, con “Streams”, la obra más virtuosística, a la que siguieron “Who Remenbers Beauty When Sadness Knocks at Your Door”, dedicada por el autor al propio Frías, “The Loneliness of the Central Park Runner” e “In the Still of the Night”, en las que el intérprete pudo jugar con toda la amplitud del teclado, logrando una musicalidad excepcional que hizo emanar del piano demostrando que para llegar al público no son imprescindibles ni los gestos artificiales, ni las escalas apresuradas. Basta con ser claro en la ejecución y mantener el equilibrio en la interpretación.