Nadie podía suponer que el presente concierto de temporada de la Orquesta Sinfónica de RTVE, que recibía la esperada visita del que fuera durante dos largas etapas su director titular, el afamado maestro valenciano Enrique García Asensio, se convertiría por azares del imprevisible destino en todo un homenaje póstumo al compositor palentino Claudio Prieto, tristemente fallecido el pasado domingo 5 de abril a los 80 años de edad.
Quiso la coincidencia que estuviera programada en los atriles de la orquesta de la radiotelevisión pública su obra Ensoñaciones para ser interpretada por ella en primera ocasión justo la semana siguiente a cuando se ha producido la muerte de Claudio Prieto. Por ello, el ambiente al que asistimos en el Teatro Monumental durante la ejecución de esta bellísima pieza para orquesta de cuerdas, estaba revestido de un profundo respeto y veneración hacia una importante figura de la composición actual española.
Casi como en una oración colectiva, el ánimo general de los presentes asistía a los arrebatos de lirismo que la obra experimenta por doquier, un lirismo concentrado que por sus mismas aspiraciones expresivas la acerca en cierta medida a la estratosférica Verklärte Nacht de Schönberg, aunque no tan encrespado ni tan recargado cromáticamente, pero explotando igualmente con gran brillantez los registros más agudos de la cuerda mediante un complejo entramado contrapuntístico en base a la repetición de pequeñas células melódicas que se hilvanan en episodios fugados y de canon. García Asensio revivió en la sala al difunto Claudio Prieto regulando con fuerte pulso las crecientes intensidades que recorren y son la misma esencia de la partitura hasta ceder paso finalmente al reposo, que, tras el cúmulo de vívidas ensoñaciones experimentadas en los minutos precedentes, parece imponer un silencio resignado (en ocasiones creando un ambiente musical de una cierta parálisis ligetiana por medio de una nota “clúster” sostenida sin tensar las cuerdas) con el que concluye una pieza poliédrica y repleta de atractivas aristas expresivas. De esta forma se rindió homenaje póstumamente al maestro Claudio Prieto.
A continuación volvía a presentarse ante nosotros una partitura española, en este caso una obra tan divulgada y asentada en el repertorio orquestal como es El amor brujo de de Falla, que coincidía con la cercana fecha del estreno hace un siglo de su versión original, como “gitanería en un acto”, presentada oficialmente el 15 de abril de 1915 en el Teatro Lara de Madrid. No obstante, en este caso se ofrecía la versión musical revisada como ballet en 1925 y con la parte vocal original (curiosa paradoja), que contó con la presencia de una cantaora flamenca de raza en el presente panorama musical español como es Carmen Linares, que imprimió una moderada rudeza y un noble carácter a sus partes solistas, pese a que su voz, aun usando una sonora amplificación, se percibía ahogada en ocasiones (muy especialmente en la recitación sobre música del “romance del pescador”) por el volumen orquestal a cargo de un maestro valenciano desatado, que sirvió la obra de Falla con garra y fuerte apasionamiento (de una gran vehemencia y muy marcados en momentos como la “Danza ritual del fuego”), explotando de forma atenta la rica gama de acentos, colores y ritmos de la partitura, dando en definitiva sobradas muestras de su magisterio musical y del profundo conocimiento que posee de la partitura del compositor gaditano.
Para coronar la velada se ofreció una antológica lectura de la Segunda Sinfonía de Brahms, donde más se puso de manifiesto esa comunión casi espiritual de García Asensio con la que ha sido durante gran parte de su carrera artística su orquesta indiscutible, la que conoce a la perfección como ningún otro y de la que extrajo lo mejor de sí misma.
Asistimos a una lectura fuertemente expresiva, entregada y temperamental donde las haya por parte del maestro levantino, de milimétrica construcción, de aseado discurso y excelente definición en las líneas melódicas, con unos contrastes dinámicos que perfilaban con nitidez los claroscuros (nostálgicas brumas y arrebatos de felicidad) de esta, al fin y al cabo, amable sinfonía. Grandes dosis de profundidad y lirismo fueron sobre todo alumbradas en el preponderante discurso cantabile de la cuerda, esbozado de una forma sublime en el tiempo lento. El finale, de esos de auténtico pálpito, sirvió para que García Asensio exhibiera una vez más su entrega en favor de la música asignando indicaciones sumamente precisas y regulando vigorosamente las cambiantes rítmicas y dinámicas, que condujeron a la triunfal y sonora coda, acelerada hasta cotas de una gran efectividad, valiéndole la respuesta entusiasta de todos los presentes en la sala, en reconocimiento al enorme esfuerzo desplegado por dos entes, orquesta y director, plenamente compenetrados. Majestuosa rúbrica para cerrar este concierto que todo aficionado debería guardar en la memoria.