La sala del teatro de Bellas Artes convertido en un salón de clases. “El profesor se encuentra aquí, el profesor te enseñará. Uno por uno vamos todos a pasar…”. A ritmo de Mozart. El conocido bajo-barítono Jesús Suaste sale al escenario y mira nervioso su reloj. Observa con detenimiento a todos los presentes en la sala. Sentimos su mirada. Nos sentimos observados. Vuelve a mirar su reloj. La soprano Patricia Santos, la sirvienta Despina, entra apresurada. Nos saluda a los que esperamos que comience la función. Sube al foro. El viejo filósofo Don Alfonso (Suaste) da la señal para que comience la función. El director concertador, maestro Srba Dinic, aparece en el foso de la orquesta. Da la orden a los músicos que comiencen. Los profesores sacan sus útiles escolares. Pizarrón y gis. Material audiovisual. Todo esta listo. La clase va a comenzar. Nos convertimos en alumnos. La escuela de los amantes imparte su lección. La música empieza a surgir y nosotros empezamos a aprender. Così fan tutte. Así hacen todas. Y todos.
La propuesta escénica de Mauricio García Lozano, quien en tres años ha dirigido la Trilogía Da Ponte-Mozart, (Don Giovanni, Le nozze di Figaro y ahora Così fan tutte) es presentada apostando por “…una manipulación de titiriteros (…) al servicio de dar una lección (…) que más parece dirigida al público que ve la ópera que a los propios protagonistas.” Más que al problema aparente de la “fidelidad” de las mujeres, que aparece en la superficie en este juego de enredos producidos por una apuesta entre amigos, la historia muestra los caracteres diversos y contradictorios de los seres humanos, siempre cambiantes y variables, que nos llevan a todos y a todas, a la aventura compartida de la vida sobre la tierra. Todo es una farsa, una ficción, una comedia. Los personajes que aparecen en el escenario, las dos parejas amorosas y pretendidamente estables, los soldados y aristócratas Ferrando, el tenor Orlando Pineda y su amigo Guglielmo, el barítono Armando Piña, y sus prometidas esposas Fiodiligi, la soprano Silvia Dalla Benetta y Dorabella, la mezzosoprano Isabel Stüber Malagamba.
Para ello contribuyen todos los recursos teatrales y musicales con una escenografía del creativo, talentoso y experimentado Jorge Ballina; funcional, didáctica, surrealista, movible y colorida, donde los elementos externos y los símbolos que manejan subrayan o contrastan con los pensamientos y sentimientos exteriores de los personajes. La palmera, el mar o el río, el agua, la roca, nunca son reales sino que flotan, danzan, oscilan, ondulan, se ponen de cabeza, sin echar raíces jamás, sin permanecer firmes o sólidos. Tan variables y cambiantes, tan susceptibles como los supuestos amores eternos que se desvanecen y se transforman en un segundo. Amores intercambiables y fortuitos. Rocas tenues como nubes y nubes sólidas como piedras. Los espacios son parte misma de la “inasible levedad del ser”. Como en el río de Heráclito las aguas siguen su curso y nunca nos bañamos en el mismo río. Como las sombras aparecen en la cueva de Platón distintas a la realidad que las proyectan afuera.
Muy sólido y solvente el elenco. El veterano Jesús Suaste hace una creación de su personaje que le viene muy bien a su propia personalidad que encarna a la perfección, un filósofo inteligente, agudo y sabio, conocedor de la debilidad y la decadencia. Pero también de la posibilidad fluctuante. Patricia Santos se gana el cariño del público que la ovaciona al final, con una Serpina simpática, atrevida, desparpajada, con un saber popular y experimentado. Los varones amantes cornudos e infieles tanto como sus mujeres los cantan muy bien Orlando Pineda, tenor triunfador y de bella voz, la alta escuela de su canto, su técnica cabal y depurada, conocedor del estilo, sorprende y gusta. Armando Piña es buen actor y tiene presencia, carácter y temperamento. Apasionado y nervioso, de bello timbre baritonal, va aprendiendo los secretos de los diversos estilos y maneras de interpretar. Las enamoradas y enamoriscas hermanas tienen en la soprano italiana Silvia Dalla Benetta una voz sorprendente y privilegiada, capaz de abordar partituras diversas, instrumento grande y poderoso, bien timbrado, dúctil, que logra matices y agilidades con aparente facilidad. La alemana-mexicana Isabel Stüber Malagamba brinda un personaje seductor y delicioso, de aparente ingenuidad pero en realidad de osado atrevimiento. De figura alada y voluptuosa, de fuerza y agilidad, va ganando tablas y experiencia. Muy profesional todo el equipo de producción, iluminación, vestuario, movimiento escénico, maquillaje y pelucas, cuidados en todos los detalles. Una función de la que salimos satisfechos y estimulados, contentos y esperanzados. Así somos. Ojalá sigamos siendo.
Manuel Yrízar Rojas