La Forza del Destino en Las Palmas: gente honrada (pero exagerada)

La forza del destino
La forza del destino en Las Palmas

El recuerdo emocionado de José Sampedro, fundador de la Opera de Las Palmas y directivo de ACO hasta su reciente fallecimiento, presidió la primera función de la temporada con un título dedicado a su memoria en el programa de mano y la megafonía. Martín Chirino firma un magnífico texto explicativo del vínculo plástico iniciado por su Fundación con este acontecimiento anual. Y José Manuel González , secretario de ACO, hace un completo análisis de La forza del destino, obra desigual, peligrosa y difícil donde las haya. En 51 años, solamente tres veces, con ésta, ha llegado al cartel del Pérez Galdós. Pero es de aplaudir que estemos ante una coproducción de ACO y Lopesan, cuyo presidente escribe a su vez un texto relativo a los porqués –impecables- de la generosa ayuda que comenzó hace un año, con el medio siglo de estas temporadas.

 Luces y sombras, cumbres y abismos, orden  y caos han sido secuencias de la versión. En valoración global, esta primera no ha sido una buena función; sí en ciertas partes y en algunas de sus muchas escenas vocales y corales.

Lo mejor es la dirección escénica de Alfonso Romero sobre diseño escenográfico de Carlos Santos: tenebrista en luces y vestuario (salvo monjes y coro), y encajada en la sola estructura de una gran perspectiva frontal que se pierde al fondo de la mirada,  sin agobios de espacio y casi exenta de atrezzo. La austeridad constituye per se una atmósfera interior en armonía con las desdichas de la trama. Figuras negras, hieráticas y sin rostro componen con sus movimientos un doble relato, que es el de visualizar precisamente la fuerza del destino, su control implacable de la conducta humana. Bien medida y sin nada que la estorbe, esa alegoría del conflicto de la voluntad y el destino funciona teatral e intelectualmente. En cuanto al  movimiento escénico del coro, es el mejor de los últimos años.

No me gustó el director musical Sergio Alapont, responsable de una obertura de puro disparate, así como de flagrantes desajustes  en entradas y tempi durante el muy largo decurso de la obra.  La sensación dominante es de falta de ensayos para una acción abrupta que progresa sobre un mal libreto morborromántico. Los cantantes tienen momentos de evidente brillantez junto a otros de despiste en la entonación y, sobre todo, un volumen general desgañitado. La gran voz de la soprano Sae Kyung Rim, una spinto poderosa; la de nuestro casi familiar tenor Aquiles Machado en una réplica que afecta a su lirismo y empaña sus agudos; y la del muy considerable barítono Sergey Murzaev, parecen desconocer o despreciar la emisión piano en una lectura exagerada que poco favor hace a Verdi. La mezzo Belén Elvira, muy grata en la primera escena de su Preziosilla, perdió en el resto el sentido métrico. Muy a tono el Melitone de Pietro Spagnoli y expresivo sin gritos el Guardiano de In Sung Sim. Los canarios Jeroboam Tejera, Andrea Gens, Francisco Navarro y Elu Arroyo, impecables, como siempre en segundos papeles.
Excelente en general el coro de Olga Santana, bien concebido y ensayado, con movimiento escénico de calidad en la idea del regista. Y eficaz por momentos, no siempre, la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria. Siempre son bienvenidas las grandes voces, pero el dramón ululante ya no es de recibo. 

“Gente honrada”, diría el inolvidable Sampedro. Lo son todos porque dan todo lo que tienen, aunque a veces en detrimento de la musicalidad.

G. García-Alcalde