La Orquesta Sinfónica de Vancouver se atreve con Falla y Ravel

La Orquesta Sinfónica de Vancouver se atreve con Falla y Ravel
Angela Hewitt. Foto: Peter Hundert

La Orquesta Sinfónica de Vancouver VSO (Canadá) se pone estos días a las órdenes del maestro japonés Kazuyoshi Akiyama interpretando Le Tombeau de Couperin de Ravel. Completa además la velada el concierto para piano Para la mano izquierda del mismo compositor y las Noches en los Jardines de España de Falla, con la apasionada pianista canadiense Angela Hewitt.

Como apetitoso comienzo, Akiyama, una de las batutas asiáticas más reconocidas, dirigió a la VSO en la Danzón No.2 del afamado compositor mexicano Arturo Márquez. La pieza, de enorme belleza expresiva, es considerada como todo un himno a la cultura mexicana. El sonido sorprendió al público vancuverita por la carnosidad en las cuerdas, una percusión en estado de gracia y una sección de vientos que parecía sacada del Caribe. Un lujo que puso el listón muy alto para lo que quedaba de tarde, y que demostró la versatilidad de esta orquesta.

Fue un acierto su inclusión en el programa, por enlazar graciosamente con la obra maestra impresionista de Manuel de Falla, Las Noches en los Jardines de España. Aquí la canadiense Angela Hewitt se esforzó por explorar toda la sonoridad de la pieza, y alcanzar un registro creíble. Sin embargo, es esta una obra que exige una sensibilidad especial. Falla elevó la música popular andaluza, el flamenco, al altar eterno de la música clásica. Consiguió mantener la frescura del flamenco pero imbricándolo en la seriedad del ámbito sinfónico. De esta manera, para que la obra funcione y no parezca más una caricatura que un homenaje al folklore andaluz, es necesario que el pianista entienda que debe aportar esa pizca de arte, gracia o espontaneidad. Pese a la incontestable seguridad técnica de la pianista canadiense, los jeribeques y adornos flamencos le quedaron afectados y melindrosos. El público, de los más internacionales que existen en el mundo, no llegó a conectar con la obra, y el conjunto resultó un tanto deslucido.

Tras el descanso, Hewitt apareció con la misma entrega que en la primera parte. Esta vez dio en el clavo con una versión del concierto Para la mano izquierda de Maurice Ravel que dejó frases hermosísimas. Hewitt supo encajar a la perfección su visión cálida y femenina en el acompañamiento orquestal de Akiyama, por lo demás adusto e imponente. De esta manera, la frialdad de la guerra se contrapuso en perfecto balance a la calidez del piano. Todo ello, con una unidad de estilo impecable. Tanto temática como estilísticamente, podemos pensar que Ravel daría por bien servida su obra. La interpretación levantó de sus asientos al público del Orpheum Theatre.

Le Tombeau de Couperin fue servido con delicadeza por la Orquesta Sinfónica de Vancouver, tal vez demasiada. Pese a momentos de concentrada expresividad, Akiyama no consiguió la necesaria ligazón entre números, y la interpretación quedó bella, aunque algo rutinaria.

A orillas del Pacífico, esta hermosa ciudad canadiense da la bienvenida a la primavera con una intensa agenda de conciertos. El público está acostumbrado a la belleza en un lugar rodeado de naturaleza inmarcesible, donde desde la cumbre de las montañas azules se pueden descubrir puestas de sol imposibles sobre el océano. Con el gusto por la belleza directa y natural a flor de piel, aún queda espacio para la buena música. El concierto de la Orquesta Sinfónica de Vancouver de ayer fue tan solo un ejemplo.

Carlos Javier López