La Sinfónica de Seattle, punta de lanza musical contra Donald Trump

La Sinfónica de Seattle, punta de lanza musical contra Donald Trump
La Sinfónica de Seattle, punta de lanza musical contra Donald Trump

La segunda semana de febrero ha sido muy intensa para la Orquesta Sinfónica de Seattle. Junto a los conciertos programados en los ciclos Masterworks y Distinguished Artists, con la violinista Hilary Hahn interpretando el concierto para violín de Max Bruch y el mano a mano de Yuja Wang y Leonidas Kavakos, la compañía vivió otro momento importante el miércoles día 8. El evento se llamó Música más allá de las fronteras: voces desde los siete, en clara alusión a los siete países de Oriente Medio afectados por la prohibición de viaje firmada por el presidente de los EU Donald Trump el 27 de enero.

Ese mismo miércoles, en la costa opuesta, Alex Ross escribía en NewYorker un artículo titulado Making Art in a Time of Rage. Ross reflexionaba sobre el papel de la creación musical y artística en los EU, y el papel que deben adoptar los artistas e intérpretes ante las variadas iniquidades de Donald Trump, entre las que se incluyen un descenso en las ya exiguas partidas que el gobierno federal dedica a las artes. Probablemente, Ross no imaginaba que la solución estaba muy lejos de Manhattan, y se manifestaba con inusitada elocuencia en Seattle. Los ciudadanos abarrotaron las dos mil cuatrocientas entradas del Benaroya hall, y muchos otros siguieron el evento por las redes sociales. El concierto se programó de manera espontánea gracias al liderazgo del director general de la SSO Simon Woods e incluyó la participación de músicos provenientes de los siete países prohibidos. Cabe destacar que, al contrario de lo que ocurre en muchos países de Europa, en EU a menudo las capas sociales más acomodadas son las más progresistas. De esta manera, no es extraño que esta respuesta haya ocurrido en el estado de Washington, tradicionalmente demócrata; y en Seattle, una de las ciudades más liberales y más prósperas de Norteamérica.

Con Voces desde los siete, se pretendía subrayar el papel que el arte tiene en el ejercicio de la libertad de expresión y en la creación de una conciencia social inclusiva, que permitan a las comunidades crecer en el respeto a los diferentes. Desde la organización del evento, se apuntó que cerca de la cuarta parte de los profesores de la orquesta son inmigrantes, incluidos el director musical Ludovic Morlot y su número dos, el español Pablo Rus. De nuevo, la SSO volvía a demostrar su pujanza creativa y su influencia social, ambas basadas en un apoyo total por parte tanto de los vecinos y como de las élites de Seattle.

Sin embargo, la relevancia musical de la SSO es más importante para nosotros que los gestos políticos, siendo estos a veces inevitables. Más allá de las protestas, lo que la Orquesta tiene que ofrecer hoy a la sociedad no está tanto en las pancartas como en el papel pautado. Por eso, es importante dedicar un tiempo a revisar lo acontecido también el jueves y el viernes.

El concierto del jueves se abrió con una versión plácida e intimista del Prélude à l’après-midi d’un faune de Debussy, en el que la SSO, dirigida por su titular Ludovic Morlot, sonó canónica y en estilo, bastante conservadora para el tono habitual de Morlot. La flauta principal cosechó un éxito merecido. Le siguió la aparición de Hilary Hahn en el concierto Núm. 1 para Violín de Max Bruch. El público, que no llegaba a llenar el auditorio, disfrutó con la embravecida interpretación de Hahn. En nuestra opinión, pese a la implicación de la artista y lo arrollador de su personalidad, el concierto resultó forzado y algo superficial. Hahn ofrece un sonido juvenil que busca crear relieve expresivo mediante el juego de intensidades. Esa manera de tocar fuerte, casi torturando el instrumento para extraer cada gota de sonido es algo característico de Hahn. Es una manera controvertida de tocar, que se puede disfrutar si se deja a un lado la ortodoxia. Durante el primer movimiento, Ludovic Morlot consiguió trenzar el violín de Hahn con la voz de la orquesta, de manera que el resultado fue intenso pero equilibrado. En el segundo, Hahn tiró de legato para conseguir una pizca extra de emoción, con frases eternas que dejaban sin aliento. El emocionante tercer movimiento sirvió para el lucimiento de la SSO, que sirvió la partitura con brío y variedad cromática. Esta vistosidad de la orquesta encajaba bien con la propuesta general de la solista, más modernista que romántica, acaso un tanto naif.

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La noche terminó con la Sinfonía Núm. 5 de Sergei Prokofiev. Bajo la batuta de Ludovic Morlot, la SSO se valió de su densidad sonora para cuadrar un primer movimiento solemne, en el que el director parecía buscar ante todo el empaste de la orquesta en las notas largas. El segundo movimiento, mucho más desinhibido, destacó por el buen rendimiento del viento madera. Sin embargo, probablemente el mejor momento del concierto llegaría con el tercer movimiento, mucho más lento, en el que la amplitud del sonido orquestal y un tempo sensible permitieron una escucha detallada. También disfrutamos de la calidad sonora de clarinetes y flautas durante el cuarto movimiento. Ludovic Morlot y la Sinfónica de Seattle salieron bien librados del compromiso, con una versión atractiva, en la que se hizo palpable un cuidado trabajo de conjunto.

El viernes trajo consigo el recital de la pianista china Yuja Wang y el violinista griego Leonidas Kavakos. Ambos son herederos, y en cierta forma exponentes, de tradiciones musicales muy distintas entre sí. Verlos actuar juntos, en sonatas de Janáček, Schubert, Debussy y Bartók, tuvo la emoción propia de los grandes acontecimientos. El salón del Benaroya estaba lleno, a lo que contribuyó la afluencia de muchos aficionados asiáticos que querían ver actual a Wang.

En la sonata para violín de Janáček, disfrutamos de la flexibilidad volumétrica de la pianista china, que obligó a Kavakos a emplearse a fondo sobre el violín para compensar la pujanza de su compañera. Destacaron la balada, con sus cuidados apianamientos; y el allegretto, plagado de sugerentes contrastes tonales y coronado por un aura de misterio.

Más aplaudida aún fue la Fantasie en Do mayor de Schubert, que puso de manifiesto el gran entendimiento entre los intérpretes. Esta conexión, que como todos los productos exquisitos lleva tiempo cultivar, les sirvió para transitar la partitura de manera natural, casi respiratoria, dejando aflorar las aristas de una de las partituras más ricas del compositor austriaco. Huyeron también del almíbar con que a veces se cubre la obra de Schubert.

El dúo Kavakos/Wang fue fiel al carisma de un Debussy tardío que incluyó en su caleidoscopio sonidos exóticos y futuristas. En esta ocasión resultaba más costoso seguir a los músicos, pues por momentos parecían heraldos de posturas divergentes; si ben ello pudo deberse a que el violín no quiso imponerse sobre la línea del piano.

La Sonata para Violín Núm. 1 de Béla Bartók colmó las expectativas de la afición de Seattle, con una interpretación que combinó las notas lacerantes y alucinadas de Kavakos con la más sobria y etérea versión de Yuja Wang. Del allegro appassionato, que sonó elevado y espiritual, los dos solitas pasaron al adagio, suministrado de a poco y que dejó momentos de una belleza sobrecogedora. Kavakos se desquitó de esta contención rítmica en el allegro, que sonó desafiante, casi montaraz, en una apoteosis sonora que puso en pie a la audiencia.

De manera orgánica, sin pretender traspasar las fronteras de su naturaleza de institución cultural, la Sinfónica de Seattle ha sabido ser un relevante canal de comunicación del grito de protesta que recorre estos días los Estados Unidos. La vanguardia social y artística no se detenta por casualidad. La compañía recoge ahora los frutos de su estrecha relación con la ciudad, su apuesta por nuevas formas de expresión y su permeabilidad a las esperanzas y las preocupaciones de hoy.

Carlos Javier López