Con la sala llena, aunque no se agotaron las localidades, y sin percances, la “tragedia escocesa” de Verdi inauguró la primera temporada de ópera programada por el actual gerente del Teatro Principal, Carlos Forteza, con un resultado más que satisfactorio. De hecho salí de la función con una sensación positiva muy parecida a la que tuve después de las representaciones del Nabucco que puso fin la temporada anterior.
Aunque es otro título, basado en la obra del Duque de Rivas, el que causa el terror de los supersticiosos, y en el caso de Macbeth la mala suerte está más ligada a la obra de teatro original, lo cierto es que hasta la fecha la adaptación verdiana de la obra de Shakespeare no había tenido en Palma demasiada suerte: el teatro se quemó hasta sus cimientos el 12 de junio de 1858, después de la quinta función de la ópera, y cuando en 1995 se programó de nuevo, con Joan Pons de protagonista y el maestro Gandolfi a la batuta, digamos amablemente que no fueron ésas unas funciones para la historia. Por eso esta nueva programación del título, veintidós años después, supone una reconciliación del Teatro Principal con el Macbeth de Verdi. Crucemos los dedos para las funciones restantes.
Vemos ahora en Palma la versión revisada, sin ballet, en una producción del Teatro San Carlos de Lisboa estrenada hace diez años.
La versión de Elena Barbalich es tradicional, sin grandes conflictos entre lo que se dice y lo que pasa, con un vestuario de época (Tomasso Lagattolla) de gran calidad, y utiliza las proyecciones del mismo modo que en el XIX se utilizaban los telones pintados, consiguiendo junto con las luces (Giuseppe Ruggiero) efectos de apariciones y desapariciones muy eficaces. Quiero destacar que todos los elementos sobre el escenario soportan perfectamente tanto la penumbra como la luz potente, y lo segundo sólo es posible cuando los materiales son buenos.
La escenografía (también de Lagattolla) se limita a una escalinata en la parte de atrás y una serie de bastidores que van delimitando el espacio. Un círculo con aspecto de ojo que sirve a las brujas de espejo y de caldero, y que durante el banquete funciona como mesa, y un trono simbólico (es una silla de metal muy esquemática) que aparece primero en su tamaño natural y después muy alto, con una escalera lateral por la que el protagonista sube trabajosamente, canta relativamente cómodo, y luego debe bajar con cuidado de no caer desde más de dos metros, son los dos únicos elementos móviles relevantes del montaje. En algunas escenas no hay nada más que personas, con un fondo totalmente neutro, y sin embargo todo funciona bien. La producción se adapta al escenario del Principal, dejando espacio suficiente para que solistas, coro y figuración puedan moverse cómodamente. Muchas veces menos es más, y éste es un ejemplo.
La función se estructura en dos partes, de dos actos cada una, con una pausa de duración muy acertada.
Dos peros, de una cierta relevancia: hay un abuso de los tules, que nunca benefician al canto, y la escenografía da la impresión de ser demasiado abierta por los lados, lo que deja escapar el sonido y aleja mucho a los cantantes, y especialmente al coro de brujas, de los espectadores. Cuando la acción transcurre más cerca de la boca del escenario el volumen aumenta considerablemente.
En conjunto, la magnífica historia se sigue perfectamente, siendo el único añadido relevante, cosecha de la de la directora, su pretensión de que en esta obra no hay personajes ni completamente buenos ni completamente malos, lo que se intenta materializar con una dulcificación de Lady Macbeth que no acaba de funcionar: resulta muy efectista el beso de tornillo de los reyes de Escocia, y aunque ella aparezca más frágil y femenina de lo habitual, lo que dice (y eso no lo pueden cambiar todavía los registas) choca con esa pretensión de equidistancia. La Lady Macbeth de Verdi es aún más perversa que la de Shakespeare.
Iré comentando algunos aspectos particulares de la puesta en escena conectándolos con el análisis de la parte musical, porque se entenderán mejor.
Andrés Salado, responsable de la parte musical, no arriesgó demasiado con el tempo en los momentos que podían complicarse y consiguió una estupenda concertación durante toda la función, aunque quizás a costa de una leve monotonía. Su gesto es claro y seguro, y estuvo pendiente del escenario constantemente. El principal problema con el que tuvo que lidiar el maestro fue la reducidísima plantilla orquestal con la que cuenta para esta producción: es la misma que tuvo el año pasado para El barbero de Sevilla. Macbeth no es, a estos efectos, ni Otello ni Salome (óperas de las anteriores temporadas en este mismo teatro), pero tampoco es Rossini ni Mozart, y tengo la impresión de que en el último Don Giovanni hubo más atriles que aquí. El foso es ahora el doble de grande para que quepan más músicos, no para que estén el doble de anchos, y en Macbeth claramente faltaban cuerdas. Si la decisión ha sido de la dirección artística de la Orquesta Sinfónica de Baleares (OSIB), flaco favor se hace a sí misma limitando tanto el número de profesores que adjudica para la ópera, porque la imagen de insuficiencia se la lleva la propia orquesta. La OSIB es uno de los pilares de las temporadas de ópera de Palma y de Mahón, y tiene derecho a causar siempre la mejor impresión. El director sacó un buen sonido a los músicos con los que contaba, pero en los concertantes el desequilibrio era muy obvio.
Salado estuvo pendiente también del coro (Pere Víctor Rado continúa al frente de la formación), y obtuvo, como es habitual, un gran resultado. Las brujas sonaron algo alejadas por su ubicación y los sicarios parecían un poco desperdigados (más empastados los tenores que las voces graves), pero juntos los hombres y las mujeres sonaron magníficos en los concertantes, trasladando a la sala una sensación de fuerza que subió el nivel de la función. “Patria oppressa” fue uno de los números impactantes de la velada: la composición visual del campo de batalla, con cadáveres estratégicamente situados y el coro dispuesto en grupos magníficamente iluminados, creando unos relieves totalmente pictóricos, se complementó hasta casi alcanzar la perfección con un canto de dinámicas muy contrastadas e interpretación del texto muy sentida.
Los partiquinos estuvieron bien servidos por miembros del coro y del coro infantil. Los personajes secundarios los interpretaron cantantes locales muy competentes: Natalia Salom fue una dama que tuvo presencia escénica y peso vocal en los concertantes, y en en la escena del sonambulismo, compartida con el doctor, interpretado por Joan Miquel Ribot, ambos comentaron con acierto los desvaríos de la reina. El Malcolm de Antoni Lliteres resultó potente, valiente y muy bien cantado. No le tocó en suerte al tenor mallorquín la peluca que mejor le sentara, lo que no deja de ser una anécdota.
El tenor ruso Arseny Yakovlev, de no más de veinticinco años si atendemos a la fecha de nacimiento que figura en el programa de mano, encarnó a un Macduff muy adecuado tanto en lo escénico como en lo vocal, y su aria “Ah! La paterna mano…” funcionó como el bombón que es, dando un momento de brillo tenoril a tanta oscuridad bajo-baritonal.
Rubén Amoretti fue un sólido Banquo. La escena con su hijo es complicada ya en su planteamiento (hay demasiados asesinos para solo dos víctimas, y encima se escapa el niño de la manera más tonta; Shakespeare previó para esto dos sicarios, no un coro entero), y todo resulta increíble desde un punto de vista teatral, pero el bajo emocionó en “Come dal ciel precipita…”, con una voz oscura y elegante.
Maribel Ortega fue el año pasado un óptima Abigaille, lo que le valió el galardón a la mejor voz femenina en papel protagonista que entregan los Amigos de la Ópera del Teatro Principal. La soprano jerezana recibió la distinción en un encuentro con el público en el que apareció como una excelente contertulia y como una persona realmente agradable. En la entrevista que le hizo Joan Carles Vidal, Ortega explicó su experiencia como Lady Macbeth, papel que ha interpretado ya en varias producciones, y advirtió del giro que observaríamos en ésta de Elena Barbalich: la feminización del personaje, haciéndolo más humano y más débil de lo habitual, y menos maligno. No sé si el motivo fue la concepción del personaje, o la prudencia con la que salió a cantar el día del estreno (la soprano explicó en la entrevista que en todas las producciones anteriores de Macbeth había sufrido percances, ya la rotura de un pie, ya la gripe, ya problemas de diafragma), pero lo cierto es que su Lady Macbeth tuvo en conjunto menos fuerza que la Abigaille de la temporada anterior. Es verdad que Verdi echa a la soprano a los leones con la tremenda escena de la carta como primera intervención sin anestesia, y aquí le faltó a la intérprete garra y más volumen en la zona media. Estuvo muy inspirada en “La luce langue”, con unos agudos finales liberados y brillantes. En el gran dúo con Macbeth pudo más el barítono, pero el momento tuvo intensidad en lo teatral y en lo vocal, y empastaron bien. La escena del sonambulismo es teatralmente complicada y musicalmente difícil y desagradecida, pero la sacó adelante. Le faltó algo para llegar a conmover. Seguramente maldad. Pero aunque el otro día no impactara tanto en este papel inhumano, no se le puede negar a Maribel Ortega que es una cantante excelente.
Dario Solari es un Macbeth joven que llega a Palma con el papel muy rodado, incluso en teatros importantes (entre otros, Roma, con Muti), por lo que tiene muy interiorizado el personaje, que canta con autoridad y credibilidad. Estuvo bien durante toda la función, y solamente se le puede objetar, en lo escénico, la poca credibilidad de su muerte, en una lucha a espada muy mal concebida (no es culpa suya). “Pietà, rispetto, amore…”, la gran aria del barítono, de estructura muy similar a todas las que Verdi compuso en esa época, es el momento en que el rey se da cuenta de que nada de lo que han hecho tiene sentido, y precipita el final de la tragedia. Solari la cantó dentro de la noble tradición verdiana.
Todos los protagonistas, excepto Maribel Ortega, debutaban en Palma.
El público del estreno aplaudió muy poco durante la función, y creo que si lo hubiera hecho con más entusiasmo habría ayudado a subir la temperatura y a mejorar el espectáculo, pero se mostró satisfecho al final de la función.
Se ha sustituido el programa de toda la temporada por uno gratuito para cada título. La información es suficiente, pero es extraña su distribución según los idiomas. Otra novedad es un tercer idioma, el inglés, en la sobretitulación, y el resultado es sorprendentemente bueno: al contrario de lo que pueda parecer, la disposición de los tres textos en la pantalla no crea ningún tipo de distracción, y es perfectamente posible elegir uno sin que los otros causen interferencias.
Un comienzo de temporada acertado. Seguirán “Cosí fan tutte”, “María Moliner” y un concierto de Josep Bros, espectáculos de los que espero mantenerles informados.
FCNiebla