María Moliner en el Teatro Principal: Antonio Parera, profeta en su tierra

María Moliner en el Teatro Principal: Antonio Parera, profeta en su tierra. Marga F. Villalongaⓒ2017
María Moliner en el Teatro Principal: Antonio Parera, profeta en su tierra. Marga F. Villalongaⓒ2017

Estrenada con gran éxito la pasada primavera en el Teatro de la Zarzuela, poco más de un año después se repone en Palma la primera ópera “grande” del mallorquín Antoni Parera Fons (Manacor, 1943), también con gran éxito y con un importante triunfo personal del compositor, que puso al público de pie cuando salió a saludar al final de la función.

María Moliner, ópera-documental sobre la vida de la autora del “Diccionario de uso del español”, no deja de ser una apuesta arriesgada en una temporada tan escueta como la que ofece este año el Principal, y aunque no acabe resultando rentable en cuanto a las entradas efectivamente vendidas, será sin duda el mejor espectáculo escénico del año.

La obra, imaginada por Paco Azorín, que buscó al compositor y a la libretista Lucía Vilanova para materializar su idea, se tiene que entender como una conjunción de la música, el texto (siempre inteligible y perfectamente integrado en la partitura) y la propia puesta en escena de Azorín. Estos tres elementos conforman un todo que funciona a la perfección, y el objetivo de ilustrar al espectador sobre las peripecias de la lexicógrafa aragonesa y sobre su diccionario (omnipresente, como un personaje más), además de explicar con bastante objetividad una etapa oscura de la historia reciente de nuestro país, se cumple plenamente.

En la más que interesante mesa redonda previa al estreno, con todos los responsables de la ópera presentes, al ser preguntado el compositor por sus referentes, Parera se declaró “todista”, aclarando que el término supone que no rechaza nada de todo lo bueno que conoce, sin identificarse en concreto con ningún autor. Aunque la del compositor sea una respuesta políticamente correcta, la partitura es ecléctica (obviamente) y tiene clarísimas influencias de la música de la segunda mitad del siglo XX, incluyendo el musical, la zarzuela grande y quizás el jazz (éste último con unos momentos de piano que funcionan como eficaces motivos conductores). María Moliner, aunque estrenada en 2016, es más una ópera del XX que del XXI, y esto debe entenderse como un elogio: el espectáculo, de una duración y estructura en diez escenas calculadas milimétricamente, no pretende que el espectador huya de la sala en cuanto tenga ocasión, sino todo lo contrario, quiere que el público entre en la representación y se sienta cómodo e interesado. De hecho no hubo deserciones después de la pausa, cosa tan habitual en las representaciones de ópera contemporánea.

Todo lo anterior no quiere decir que la música sea “fácil”: el canto es fundamentalmente declamado y el compositor parece huir intencionadamente de la melodía, o por lo menos de la melodía “recordable” (estando dotado para ella, como ha demostrado sobradamente a lo largo de su extensa carrera); la orquestación, sin ser “dura”, a veces desasosiega un poco, pero cuando es pretendidamente amable consigue que el público se relaje, como en las divertidas escenas del linotipista (puro musical), de las cuatro damas y de la Academia (zarzuela de la mejor clase), o la emocionante escena del jardín (con una música de piano evocadora y emocionante); la utilización del piano, el teclado y el acordeón le dan a la orquesta un sonido moderno, pero no rompedor. El final de la Escena V (27 de abril de 1972), cuando María Moliner se imagina presentándose para cubrir la vacante del sillón B de la RAE, que pone fin a la primera parte, es brillante y pucciniano, con el himno “Gaudeamus igitur” sonando a la manera del hinmo norteamericano en Madama Butterfly. Al no existir más referentes que el estreno absoluto en Madrid (dirigido por Víctor Pablo Pérez), y teniendo en cuenta que el autor de la partitura ha estado presente y supervisando los ensayos de la reposición en Palma, debemos entender que la labor de Cristóbal Soler al frente de la orquesta es exactamente la que el compositor pretendía. Parera no ha escatimado elogios al trabajo de la Orquesta Sinfónica de Baleares (OSIB), y no seré yo quien se los quite.

Marga.f.Villalongaⓒ2017
La trama no es exactamente “trepidante” (una mujer que hace un diccionario, confeccionando fichas durante quince años en la mesa de la cocina de su casa), y sin embargo la contextualización óptimamente documentada (la segunda república, los exiliados, los muertos y los depurados, la dictadura y sus fuerzas de control), así como la estructura no lineal de la narración (idea de Paco Azorín, quien un mes antes de empezar los ensayos “obligó” a Lucía Vilanova a cambiar de orden algunas escenas, un poco a lo “Pulp Fiction”), hacen que la vida de María Moliner se siga con interés desde el día que decide hacer la competencia a la Real Academia Española creando su propio diccionario (16 de julio de 1951, Escena I) hasta que el alzheimer hace que sus recuerdos desaparezcan (8 de septiembre de 1977, Escena X).

La producción del Teatro de la Zarzuela es magnífica desde todos los puntos de vista. Utiliza como base dos enormes escaleras curvas móviles (como elementos para enmarcar la acción) y las proyecciones (la mayor parte realizadas en directo por el videoartista Pedro Chamizo), con una iluminación (Pedro Yagüe) y un vestuario (María Araujo) impecables. El trabajo de Azorín como director escénico (la escenografía también es suya) es muy bueno tanto con los solistas como con el coro y los actores: todo está medido, nunca falta algo en lo que fijar la atención y nada distrae innecesariamente. Muy acertada también la coreografía de Carlos Martos de la Vega, haciendo que resulte brillante la escena del linotipista Goyanes.

El coro del teatro tuvo una noche memorable, apreciándose un gran trabajo de su director Pere Víctor Rado, y un perfecto entendimiento con Cristóbal Soler. La formación, por exigencias de la partitura y del libreto, a veces funciona como un coro griego, a veces como un eco o una voz en off, otras simplemente ocupa espacio, en ocasiones los coristas deben cantar y moverse como en un musical, en otras pronuncian palabras del diccionario en una polifonía endiablada, y siempre lo hacen muy bien. Se hace necesario destacar la Escena VIII (19 de marzo de 1971), de los hombres interpretando a los académicos de la RAE, con Joan Pons como sillón B de la Academia, en uno de los momentos inolvidables de la función. El barítono menorquín ya ha regresado hasta en cuatro ocasiones al Principal de Palma desde que se “retiró” en la Aída liceísta de 2012, y debe reconocerse que en papeles como el que aquí interpreta, lucido pero no excesivamente comprometido, cómico pero nunca ridículo, el veterano cantante hace todavía gala de su maestría y es un placer verlo sobre el escenario.

De entre los numerosos actores, que interpretan sus papeles más o menos extensos con total profesionalidad, no puedo evitar mencionar a David Ordinas, que tiene una fuerza y una presencia escénica que captan la atención del público inevitablemente.

El elenco de cantantes es tan extenso que no es posible dedicarle a cada uno un comentario particular. Todos los partiquinos y secundarios estuvieron bien o muy bien, incluyendo a los solistas procedentes del coro y los cantantes de la casa. Los tres almanaques actuaron y cantaron con brillantez, a veces pareciendo una especie de Ping-Pang-Pong (Turandot). Las damas funcionaron como un grupo compacto y coordinado. El Goyanes de Gerardo Bullón resultó simpático en lo teatral y eficaz en lo musical. Isabel Rey quizás estuvo más cómoda como Carmen Conde que como inspectora, pero fue de menos a más. José Julián Frontal, como Fernando (el marido de la protagonista) también fue de menos a más vocalmente (empezó un poco sobrepasado por la orquesta), y su interpretación del personaje, que envejece casi tanto como su esposa y además pierde la vista (y acaba apareciendo como un fantasma), fue excelente. No hay suficientes elogios para valorar la interpretación de María José Montiel como María Moliner: también progresa, pero en este caso de más a muchísimo más, tanto en lo vocal (sin disponer de arias como tales, ya que su canto es casi siempre declamado, con un texto denso y muy extenso, participando en nueve de las diez escenas, con el esfuerzo que esa presencia constante supone) como en la interpretación del personaje, con el que se identifica plenamente en todas las etapas de su vida que se relatan en la ópera. Brava sin ninguna reserva.

El teatro estaba llenado hasta unas dos terceras partes de su capacidad y ofrecía un buen aspecto. El público aplaudió satisfecho al final del espectáculo, muy especialmente a la mezzo protagonista y al compositor, al que se vio feliz y emocionado.

El programa de mano sigue teniendo una distribución muy dispar de la información según el idioma, pero es elegante y apetece conservarlo. Esta vez, por exigencias de la enorme escenografía (supongo) los sobretítulos quedaron relegados a una franja muy estrecha y muy alta, por lo que el tamaño de la letra se redujo hasta casi el absurdo. Menos mal que la obra, con un texto en castellano cuidadísimo, se entendía sin que hiciera falta levantar la vista hacia la proyección.

Una función muy satisfactoria, sin duda, y un acierto de programación.

El 14 de mayo, Josep Bros, Elisabet Pons y Marco Evangelisti, con el espectáculo “Non ti scordar di me”, cerrarán la parte lírica de esta demasiado breve XXXI Temporada de Ópera. Les mantendré informados.

FCNiebla