Termina la temporada de ópera de ABAO y lo hace dentro de la mediocridad que parece haberse instalado desde hace tiempo en el resultado de las temporadas bilbaínas. Efectivamente, mediocre ha sido el resultado de este Barbero de Sevilla, con una producción escénica más bien antigua y bien conocida, una dirección musical insuficiente y un reparto vocal con demasiados errores.
Sorprendía que ABAO nos ofreciera la conocida producción de Emilio Sagi, que se estrenara hace once años en el Teatro Real, habiendo sido retransmitida entonces por televisión y teniendo posteriormente ocasión de verla en Pamplona en el año 2007 con un reparto superior en su conjunto al de Bilbao, pero con precios que apenas llegaban a un tercio de los que se pagan por aquí. A esto habría que añadir la reposición que hizo el Teatro Real de esta producción hace dos años.
Hacer una producción del Barbero no es tarea fácil, ya que las obras de gran repertorio tienen la gran dificultad de tener que moverse entre lo ya visto y lo novedoso, que a veces desata reacciones airadas, y ya se sabe que no es fácil que llueva a gusto de todos. En esta ocasión Sagi se mueve entre dos aguas y consigue un resultado aceptable, aunque no excepcional. La producción se caracteriza por el constante movimiento de los decorados, manejados por “artistas-tramoyistas”, cuyos movimientos van cambiando las ambientaciones. Los decorados son siempre en tonos blancos o grises y no presentan demasiada originalidad ni atractivo, debiéndose, como es tradicional con Sagi, a Llorenç Corbella. El vestuario también anda entre blancos y negros con algunos tintes bufos y no resulta demasiado conseguido hasta la escena final, en la que Renata Schussheim apuesta por colores vivos, que componen la escena más conseguida de toda la ópera. Correcta la iluminación de Eduardo Bravo. Lo más conseguido de la producción surge a partir de la escena de la tormenta, ganado a partir de ahí en movimiento y colorido para terminar en una fiesta. Sigo considerando que hay exceso de movimiento en escena por parte de un modesto cuerpo de baile, lo que resulta en muchos casos contraproducente. Aunque el programa no hacía referencia a ello, supongo que la dirección escénica de esta reposición la llevó adelante Javier Ulacia, toda vez que Emilio Sagi no apareció en los saludos finales.
Al frente de la dirección musical estuvo siempre anunciado Ottavio Dantone, cuya presencia me resultaba un tanto sorprendente, ya que es bien sabido que el director italiano ha hecho del barroco su auténtica especialidad. El caso es que Ottavio Dantone canceló su participación hace unas semanas, siendo sustituido por José Miguel Pérez Sierra, que se está convirtiendo en uno de los directores más asiduos en la temporada de Bilbao. El refranero español dice que de víspera se conoce el día y lo mismo podría decirse del resultado de una ópera, cuando ésta tiene una obertura, como es el caso de Il Barbiere di Siviglia. Normalmente, la interpretación de la obertura nos pone en la pista de lo que va a ser el resultado musical de la representación. No diré sino que la lectura que hizo José Miguel Pérez Sierra de la citada obertura fue de una languidez desesperante. No hubo gracia por ningún sitio. A partir de ahí su lectura resultó muy plana y rutinaria, especialmente durante el largo primer acto. Rossini es ligereza y chispa y de eso hubo muy poco. Las cosas mejoraron en el segundo acto, pero para entonces el aburrimiento se había apoderado de quien esto escribe. Actuación nada más que correcta por parte de la Orquesta Sinfónica de Navarra. El Coro de Ópera de Bilbao tampoco elevó el nivel musical de la noche, quedando muy descolorido durante el Cessa di più resistere, que parecía poco ensayado.
Suelo empezar por referirme en los repartos vocales al protagonista de la ópera, que en este caso no es Fígaro, puesto que el título original de la ópera no es otro que Almaviva, ossia l’inutile precauzione. Su intérprete fue el americano Michele Angelini, cuya actuación se puede calificar como de error de reparto. No sé qué resultado habría dado este tenorino en un teatro reducido y a la italiana, como sería el Teatro Arriaga, pero no tiene el más mínimo sentido su presencia en el Euskalduna y eso los organizadores lo tienen que conocer y tenerlo muy presente. Su volumen vocal es tan escaso que resulta inaudible en muchas ocasiones, especialmente en los concertantes. Tiene un cierto gusto cantando, pero eso no basta para tapar sus enormes carencias de volumen y sus excesivas nasalidades por arriba. En estas condiciones abordar el Cessa di piú resistere me parece una mala elección.
Annalisa Stroppa hizo una buena Rosina, con una voz de no excesiva calidad, pero bien timbrada y perfectamente audible en la caverna del Euskalduna. No tiene problemas en agilidades y resulta desenvuelta en escena.
El barítono Marco Caria fue un insuficiente Fígaro. La voz tiene cierta calidad, pero tiene el inconveniente de que su emisión se queda atrás, lo que es una desgracia en el Euskalduna. Su canto me resultó tan monótono como me ha resultado en ocasiones anteriores y tampoco es capaz de dar vida a su extrovertido personaje. Habría sido decepcionante, si no fuera porque había tenido ocasión de escucharle en varias ocasiones anteriormente.
El gran triunfador de la noche fue Carlos Chausson como Doctor Bartolo, que dio todo un recital de cómo interpretar el personaje. El barítono aragonés es uno de los mejores bufos de los últimos años, si es que no es el mejor de todos ellos, y lo ha vuelto a demostrar una vez más. Por cierto, espero que muy pronto le sea concedido el merecido Premio Campoamor a toda su carrera.
Finalmente, el barítono Nicola Uliveri fue un insuficiente Don Basilio. Este personaje requiere un bajo de voz amplia, si ha de convencer en el aria de la calunnia, mientras que Uliveri es un barítono, con voz casi más adecuada para Fígaro que para Don Basilio. El colpo di cannone de la mencionad aria parecía una broma. Un nuevo error de reparto.
En los personajes secundarios hay que hacer referencia a la estupenda actuación escénica de Susana Cordón como Berta. Hizo una gran demostración de tablas y cantó de manera adecuada su aria. A ello hay que unir que lo hizo muy bien en los concertantes.
Alberto Arrabal cumplió bien en Fiorello, mientras que David Aguayo fue un Oficial de voz sonora y basta. El actor Mitxel Santamarina lo hizo bien como Ambrogio.
El Euskalduna ofrecía una ocupación de alrededor del 90% de su aforo. No hubo entusiasmo a escena abierta y en los saludos finales los más aplaudidos fueron Carlos Chausson, Annalisa Stroppa y Susana Cordón.
La representación comenzó con 5 minutos de retraso y tuvo una duración de 3 horas y 13 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 39 minutos. Cuatro minutos de aplausos, o sea la mitad que en el Requiem de Verdi.
El precio de la localidad más cara era de 214 euros, costando nada menos que 89 euros la más barata.
José M. Irurzun
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