El Nabucco de Sagi cierra la XXX Temporada del Teatro Principal de Palma

Nabucco en la XXX Temporada de ópera del Teatro Principal Palma. Foto: Margarita F. Villalonga
Nabucco en la XXX Temporada de ópera del Teatro Principal Palma. Foto: Margarita F. Villalonga

Durante la pausa de la representación, un buen amigo mío, entusiasmado por lo que acababa de escuchar, me preguntó si la soprano era rusa. Yo le contesté que sí, y más concretamente de la parte de Jerez. Bromeamos sobre la cuestión y él, que es médico, me confirmó que en un congreso los apellidos extranjeros, preferentemente norteamericanos, siempre le dan más brillo mediático al evento.

En las primeras temporadas líricas mallorquinas era muy infrecuente escuchar a cantantes españoles en papeles protagonistas, pero cuando en la década de los noventa se produjo la eclosión de artistas líricos nacionales (Bros, Álvarez, Zapater, Palatchi, Orfila, Ódena, Sánchez, Poblador, Moreno, Gallego, Blancas, Arruabarrena, Casariego, Herrera, y más que no cito para no hacer la lista interminable), todos tuvieron en Palma la oportunidad de demostrar su valía, y muchos de ellos han regresado con frecuencia a un escenario en el que son muy queridos. El magnífico “Don Carlo” de 1997, con un reparto casi por completo español (como excepción Dolora Zajick, que alternaba funciones con Sylvia Corbacho, la directora artística del Principal entonces, dueña de un olfato privilegiado a la hora de descubrir nuevos talentos), es probablemente el mejor ejemplo de la falta de prejuicios a la hora de no incluir nombres extranjeros en los repartos si no son mejores, o por lo menos igual de buenos, que los de aquí. En 2012, bajo la dirección artística de José María Moreno, se retomó esta tendencia un poco “chovinista”, que ha dado resultados artísticos muy satisfactorios. Sin ir más lejos, el “Nabucco” que procederemos a analizar. Cuando Carlos Forteza, el actual gerente de la institución, anuncie la próxima temporada, comprobaremos si se mantiene o no este criterio.

He planteado la cuestión porque me parece sorprendente que voces como las de Maribel Ortega o María Luisa Corbacho, enormes, profesionales, seguras, a las que el público aplaude con verdadero entusiasmo, que se entregan en el escenario más de lo que contractualmente se les puede exigir, se prodiguen tan poco en los carteles de muchos de nuestros teatros, que prefieren nombres de sonoridad extranjera para poner en sus programas. A veces se da la ridícula circunstancia de que se las incluye en un reparto “joven” alternativo, que por edad ya no les corresponde, y cuando tienen que salvar una función por cancelación de la “figura”, arrasan. Pero para el año siguiente siguen sin contar con ellas como protagonistas para sus producciones en los primeros repartos. Y como estas dos grandísimas artistas a las que acabo de citar, muchos más. Este papanatismo, por suerte, no lo sufrimos los espectadores del Teatro Principal, que se sigue llenando en cada función aunque los apellidos tengan zetas. En los últimos años, además, esta falta de prejuicios se extiende a los apellidos de los directores, que ya son Ortega, Pérez Sierra, García Calvo, Moreno, Mielgo, Salado o, en este caso, Díaz.

La obra. No procede, casi ciento setenta y cinco años después de su estreno, hacer aquí una crítica de “Nabucco” como ópera: está consensuado que es un título con valores que justifican su programación habitual. En Palma es la quinta vez que se representa en treinta años, siempre con excelentes repartos, a los que ya me referí en una crítica anterior. Pero no puede obviarse que Verdi evolucionó mucho, y para bien, por lo que este tercer título de su producción, una obra de juventud, llena de fuerza, tiene debilidades que saltan a la vista, como una trama que no se sostiene y una estructura en números cerrados que acaba propiciando que el público se harte de parar para aplaudir tantas veces. Lo de los aplausos durante la representación no acabó de componerse en la función a la que se refiere esta crítica, pero en cambio la cuestión del argumento se vio muy beneficiada por una producción que lo subraya todo tan bien, y con tanta claridad, que hasta parece que dote a la narración de una cierta credibilidad. La partitura tiene otra virtud añadida, que es la brevedad. En dos horas y cuarenta y cinco minutos, incluidos una única pausa de veinte y diez de aplausos entusiastas, se sale tan tranquilamente del teatro. Se han vendido todas las localidades para las cuatro funciones.

La producción. El montaje es una coproducción confiada a Emilio Sagi por cinco teatros, entre ellos el Principal, que antes de llegar a Palma ha pasado por Oviedo, Gijón y Pamplona, por lo que ya ha sido ampliamente comentada, también en esta revista. Todo es sencillo en su concepción y de mucha calidad en su ejecución. El escenario diseñado por Luis Antonio Suárez es el mismo durante todo el espectáculo: un pórtico gris altísimo que forma una caja acústica muy eficaz, con un espacio principal delante y otro más atrás que permite mostrar acciones secundarias, que con la utilización de algunas telas enormes y elementos de atrezzo muy bien elegidos, más una iluminación de primera categoría (de Eduardo Bravo), no aburre en ningún momento. La ambientación es atemporal, con un vestuario de Pepa Ojanguren un poco aburrido y gris para los hebreos, que parecen oficinistas de los años cincuenta, y unos abrigos “matrix” con adornos dorados y gafas de sol para los babilonios, que permite saber quién es quién en todo momento, sin que la historia se vea afectada, salvo para bien, como ya he apuntado antes. Sagi no quería una puesta en escena de barbas y túnicas, que es con lo que se suele identificar este título, y lo ha conseguido sin traicionar el espíritu de la obra. Y además lo ha hecho sin sacar nazis al escenario, lo que no deja de ser una originalidad en estos días. Las telas y las sillas son elementos característicos de las producciones del director ovetense. Aquí funcionan bien, especialmente las telas con los textos en hebreo del templo y la gasa roja que se utiliza para el célebre coro de los esclavos. La sillas tienen sentido en el salón del trono, pero las que quedan en la escena del “Va, pensiero” acaban utilizándose para un cuadro plástico que forma una barricada y recuerda demasiado a un conocido musical. De todas las escenas quiero destacar la preparación de la ejecución de los hebreos, porque con cuatro sogas rojas, cuatro sillas rojas y una escalera de mano roja que lleva el verdugo, pone los pelos de punta a los espectadores, que identificamos perfectamente esta manera de ajusticiar. Fenena canta su breve aria sobre la silla y con la cabeza metida en el lazo de la horca. Es un momento sobrecogedor. Otro momento resuelto brillantemente es el del rayo que fulmina a Nabucco cuando se autoproclama Dios, con unos efectos de luz muy eficaces. A continuación, cuando el coro canta tendido, con las voces resonando en el suelo, se produce un minuto de sonoridad muy curiosa, casi de ultratumba.

Al adelantarse un año la presentación de la producción en Palma, Sagi no ha podido ocuparse de los ensayos, que han corrido a cargo de Pablo López, el responsable de la programación y ejecución de esta trigésima temporada, al que corresponde felicitar por sus logros, y de Alejandro Carantoña, miembro del equipo de Sagi, que fue quien subió a saludar al final del estreno. No está Sagi, pero sí su obra, que siempre es respetuosa con el canto.

Los cuerpos estables. La orquesta titular, la Sinfónica de Baleares, aparece ampliada con respecto a “La Traviata”, pero aún se ve bastante espacio libre en el foso. Seguro que todavía caben algunas cuerdas más, que mejorarían el resultado final sin comprometer la seguridad de los músicos. De todos modos sonó muy bien: aprovecha los muchos momentos de protagonismo que Verdi le concede y acompaña a la perfección a las voces, sin taparlas en ningún momento. El artífice de este perfecto equilibrio sonoro es el ovetense Óliver Díaz, que estuvo atento a todo y a todos durante todo el tiempo, consiguiendo que no se observara desde la sala ni un solo desajuste en toda la función. Los tiempos fueron vivos, bien contrastados, nunca caprichosos ni superficiales, logrando una lectura global de la partitura moderna y coherente, muy ajustada a la propuesta escénica. Fueron justamente ovacionados ambos, director y orquesta.

Nabucco en la XXX Temporada de ópera del Teatro Principal Palma. Foto: Margarita F. Villalonga
Nabucco en la XXX Temporada de ópera del Teatro Principal Palma. Foto: Margarita F. Villalonga

El Coro del Teatro Principal, dirigido interinamente durante esta temporada por Pere Víctor Rado, estuvo a la altura de las circunstancias. La formación lleva muchas funciones a sus espaldas y ha trabajado con grandes maestros (sin ir más lejos, con Romano Gandolfi, que fue muchos años director de los coros de La Scala y del Liceo), por lo que tiene un gran potencial y mucha experiencia en óperas grandes. Lo que le hace falta a veces para materializar grandes actuaciones es “conectar” con la batuta, y en este “Nabucco” la conexión con el maestro Díaz ha sido total. El coro suena poderoso y compacto, sin estar especialmente reforzado, y consigue unos fortes eficaces por contraste con unos pianos emocionantes. Escénicamente es creíble, y la dirección escénica ha previsto un movimiento de masas que le favorece, permitiéndole incluso cantar el número de inicio en la boca del escenario. Como la partitura tiene tantos momentos de lucimiento para el coro, ya sea solo, ya acompañando a los solistas, o dando fuerza a los concertantes, sólo puedo decir que estuvo bien siempre. El aria “Va, pensiero” sonó elegante y refinada, con un piano inicial brutal. Curiosamente, pese a ser el número más esperado por una parte importante del público, no fue de los más aclamados, tal vez porque los asistentes ya estaban aburridos de tantas interrupciones para aplaudir. Por encontrar un pero, diré que la cabaletta inmediatamente posterior, cuando el bajo anima a los hebreos, sonó algo menos potente porque el coro estaba situado muy atrás, en la parte abierta del escenario. Por poner otro pero más, no entiendo qué aporta el texto revisado de la edición que ha elegido el director, que no cambia nada de la trama pero despista a los espectadores que conocen bien la versión tradicional. Además, la sobretitulación no recoge estos cambios, por lo que la cosa se queda a medias.
La banda interna sonó muy bien, consiguiendo una marcha fúnebre de gran categoría.

Los cantantes. Los papeles secundarios, interpretados por cantantes de la casa, resultaron bien en conjunto. Antoni Lliteres cantó ajustado y seguro, pero es muy joven para hacer creíble al anciano consejero Abdallo. Inma Hidalgo interpreta a Anna, un personaje raro, ya que únicamente tiene una frase en solitario, pero que es la responsable de dar los agudos en los concertantes y canta en todos los números de conjunto. La soprano mallorquina sacó partido de todos esos momentos y demostró su gran calidad como solista. En esta producción Anna tiene mucha presencia escénica, e Hidalgo aprovecha cada segundo que está sobre las tablas. Jomi Ribot, con una voz potente y un carácter agresivo, al que ayuda su estatura, es un excelente Gran Sacerdote de Baal. El madrileño Enrique Ferrer tiene que lidiar con un personaje secundario, Ismaele, que necesita voz de tenor protagonista, pero sin aria ni momentos de especial lucimiento. El día del estreno empezó con los agudos de sus frases de presentación un poco opacos, pero remontó rápidamente y se afianzó, integrándose en un elenco de solistas de gran nivel. Fenena es otra secundaria que pide una voz de primera categoría, y Maria Luisa Corbacho, que literalmente se ha criado en este teatro, es un lujo para el papel. Su voz es enorme (la Santuzza que interpretó al inicio de la temporada quedará para el recuerdo), pero también muy flexible, y guiada por el maestro Díaz canta con mucha delicadeza. En los concertantes ella y Abigaille compiten para demostrar qué voz es más potente, dándole al espectáculo esa justa dosis de circo que el aficionado agradece tanto. Su breve aria “Oh dischiuso il firmamento!”, cantada con las manos atadas y el cuello rodeado por la soga, pone la piel de gallina. Gran ovación en su saludo al final. Luiz-Ottavio Faria tiene una voz oscura y sonora, con una octava grave muy buena. Cantó con elegancia su papel de Zaccaria, destacando especialmente en los números con el coro, en los que el personaje luce más. El aria “Vieni, o Levita!” no es de las mejores para bajo, y aunque esté bien cantada, como lo estuvo en esta ocasión, deja bastante indiferente al público. Da la impresión de que está ahí para que el bajo tenga también su aria, porque realmente no aporta nada a la trama y sólo sirve para dar paso a la escena de Ismael enfrentado a los hebreos. Un Verdi más maduro hubiera aprovechado mejor esta escena. El brasileño fue muy aplaudido por el público al final de la función. Maribel Ortega no es rusa, sino jerezana, y Ángeles Gulín nació en 1939 en Orense. Esto quiere decir que las voces que pueden con un papel casi inhumano como el de Abigaille (con tantas coincidencias con el de Turandot) van apareciendo aquí y allá, y si en una misma generación hay varias sopranos en todo el planeta que tengan estas características vocales, entonces el mundo de la ópera está de enhorabuena. En Palma somos afortunados, porque Maribeluska canta con una entrega muy de agradecer todo lo que está en la partitura sin despeinarse (cierto es que lleva un tupé rubio sólidamente engominado), dando un poco la impresión de que lo que hace no tiene mayor importancia, a pesar de los bruscos cambios de humor del personaje, bastante bipolar, que se traducen en unos saltos vocales peligrosos. También sabe cantar piano, y su gran escena del principio del segundo acto, atacada sin pausa desde el concertante final del primero, es una demostración de cómo debe cantar una soprano dramática de agilidad, por lo que recogió el mejor aplauso de la noche a telón abierto. Sinceramente, no me explico cómo una voz de este tamaño y calidad no canta protagonistas en el Real o el Liceo, cuando, aunque no sea más que por un criterio de audibilidad, les da cien vueltas a otras sopranos que no se puede justificar racionalmente que canten es escenarios tan grandes. Por si fuera poco, durante el dúo del tercer acto con Nabucco, la soprano se replegó un poco vocalmente, cediéndole parte de su protagonismo al barítono y consiguiendo un equilibrio exquisito. Brava sin reservas. Ovación de gala de un público impactado. Lucio Gallo, de voz oscura y suficientemente potente, interpreta a Nabucco. La noche del estreno empezó la función con síntomas de fatiga, pero se repuso y fue in crescendo, hasta conseguir un dúo (al que ya me he referido) y una escena del cuarto acto que explican bien por qué el barítono italiano tiene un nombre en el mundo de la ópera. Como actor evolucionó desde el rey soberbio de los dos primeros actos hasta el padre que quiere impedir a toda costa la muerte de su hija en el cuarto, pasando antes por el loco patético del tercero, siempre entregado y creíble, y siempre elegante. También fue muy aplaudido.

Todos los protagonistas, excepto Corbacho, debutaban en Palma.

Al ser día de campaña electoral, en el teatro no faltó ningún político saludando en el vestíbulo a diestro y siniestro antes de empezar la función, y en le foyer durante la pausa. Cuando no estamos en período electoral se les ve menos, y a algunos no se les ve en la ópera ni por casualidad. El público llenó por completo la sala y aplaudió mucho. Yo también. De hecho salí muy satisfecho, con la impresión de haber asistido a una función satisfactoria en todos los sentidos. Para hacer un brevísimo balance de esta XXX Temporada de Ópera del Teatro Principal de Palma, diré que “Pagliacci / Cavalleria Rusticana” fue un buen comienzo, con una producción sencilla pero eficaz y algunas voces excelentes, que la “Salome” semiescenificada hizo historia, que “La Traviata” y la reposición de “Il Barbiere di Siviglia” cumplieron dignamente con su cometido de llenar el teatro sin exprimir demasiado un presupuesto escaso, y que “Nabucco” ha puesto un broche de oro a esta edición tan importante para la historia lírica mallorquina.

Ahora empiezan los festivales de verano, de los que espero mantenerles informados.

FCNiebla