Pablo Sainz-Villegas y la ORTVE: retrospectiva del siglo XX

Pablo Sainz-Villegas y la ORTVE: retrospectiva del siglo XX
Pablo Sainz-Villegas

Cita monográfica con el siglo XX a través de sus múltiples estéticas y estilos musicales con Pablo Sainz-Villegas y la ORTVE a las órdenes de su titular Carlos Kalmar.

El joven riojano Pablo Sainz-Villegas y la ORTVE, ofrecieron una nueva lectura de una obra que aquel pasea con frecuencia en sus actuaciones, el universal Concierto de Aranjuez de Rodrigo. El Teatro Monumental recibía así la visita de uno de los más prometedores solistas de guitarra de su generación. Es el suyo un acercamiento mesurado, un tanto sobrio y tendente al equilibrio de la forma, más cercano al intimismo y la introspección que a la garra e incisividad (en el rasgueo, por ejemplo) de otros afamados guitarristas españoles que han hecho inmortal la partitura del maestro valenciano, la más famosa e interpretada de todo el repertorio para este instrumento. Esa aludida intimidad se pone de manifiesto en el Adagio, movimiento que se alarga mucho más de lo acostumbrado donde Villegas dilata los silencios de sus cadencias y retarda el tempo a intención. La técnica es sólida y depurada a pesar de que el sonido pierde proyección, especialmente cuando existe acompañamiento orquestal, el cual se mantuvo en los límites de la corrección. Como propina, el guitarrista riojano ofreció un guiño a su tierra con una pieza de Francisco Tárrega con aires de jota en la que al margen de los dificultosos cambios rítmicos, se lució ampliamente en efectos acústicos varios: golpes en la caja de resonancia, simulación de redobles de tambor con las cuerdas, etc, que encantaron al respetable, pues pieza y versión fueron realmente deliciosas.

El concierto se inició con una obra de título latino interpretada por primera vez por la orquesta de RTVE, Ínsula Deserta del estonio Erkki-Sven Tüür (1959). Al igual que la obra del difunto Claudio Prieto a la que pudimos asistir hace dos semanas en este mismo teatro, la partitura de Tüür está también escrita para orquesta de cuerdas, pero difiere en el carácter; aquí la sensación predominante es la de quietud. El compositor experimenta con las diferentes formas de sonido y con los registros agudos de la cuerda, además de añadir en la parte central un aparentemente sencillo canon de estética minimalista que produce una percepción estereofónica en la sala, concluyendo la pieza con la calma y el apaciguamiento que puede evocar esa solitaria sensación de encontrarse aislado en una isla desierta. El director uruguayo sirvió la obra con la precisión y la atención que siempre destina a las obras del siglo XX, sin lugar a dudas su mayor especialidad y por ello su gran preferencia a lo largo de la temporada de la orquesta.

Y en esta retrospectiva del siglo XX, en la segunda parte pudimos asistir a una sesión de música americana con gran preponderancia del elemento de baile a través de dos autores fundamentales: Leonard Bernstein y Walter Piston, si bien la obra elegida del segundo se halla en seria desventaja frente a la popularidad y el empuje rítmico de la del primero. Las danzas sinfónicas que Bernstein elaboró a partir de hilvanar de una forma asombrosamente habilidosa temas de su exitoso musical West Side Story sirvieron para mostrar el pleno rendimiento de la nutrida maquinaria de estridentes metales y rítmica percusión en los pasajes (no podemos hablar de números propiamente dichos por el continuum musical) más bailables como el mambo o “dance at the Gym”, coreado al unísono por todos los profesores de la orquesta, la “canción de los Jets” y “Cool”, con su particular chasqueo de dedos.

Tras las oleadas de desbocado swing que convirtieron la sala en una orgía sonora llegaba el amoroso detalle final de redención, mediante la clarísima cita wagneriana que con diferente instrumentación y estilo fúnebre introduce Bernstein del esperanzador leitmotiv con el que finaliza la ópera El ocaso de los dioses de Wagner.

Concluida la versión de concierto de esta actualización a los tiempos modernos del Romeo y Julieta shakesperiano, se pasó al más puro carácter descriptivo que destilan los pequeños números que componen, también en su gran mayoría sin solución de continuidad, la variada y amable suite de ballet The Incredible Flutist de Piston, donde asistimos a momentos de una especial belleza (un arrebatador tango, un breve vals español con inclusión del elemento exótico por excelencia, las castañuelas), junto a otros de mayor esparcimiento como la llegada del circo, en la que los atriles brindaron de nuevo sus voces para provocar escándalo en la sala. Como curiosidad a señalar, la polka final del ballet, que degenera en un vibrante accelerando, sugiere los ritmos orientalizantes que por ejemplo el armenio Aram Khatchaturiam incluyó en sus grandes ballets.

Germán García Tomás