Parsifal en la Staatsoper de Viena

Parsifal en la Staatsoper de Viena
Escena de Parsifal en la Staatsoper de Viena. Foto: Michael Pöhn

En estas fechas son numerosos los teatros centroeuropeos que incluyen en sus programaciones esta ópera de Richard Wagner. La capital austriaca no es una excepción y año tras año programa unas representaciones de Parsifal en la Staatsoper de Viena entre la Semana Santa y la semana de Pascua. La producción de la casa es la de Christine Mielitz, que se estrenara en el año 2004 y que alcanza con ésta la cifra de 45 representaciones escénicas.

Hace tiempo que dejé de prestar atención a los significados profundos con los que los directores de escena actuales pretenden justificar sus producciones. Seguramente, mi decisión de prescindir de tanta idea y significado surgió precisamente de un Parsifal de infausta memoria. Me refiero a la que el desparecido Christoph Schlingensief presentó en Bayreuth hace ahora unos diez años. Allí había muchas ideas, casi todas indescifrables por mentes normales, pero faltaba la más importante: el público había acudido a ver Parsifal en la Staatsoper de Viena.

El caso de Christine Mielitz no es comparable al expuesto más arriba, pero también su producción pretende exponer sus ideas sobre la obra, lo que consigue hacer con más o menos acierto. Los Caballeros del Grial son una secta cerrada y un tanto militarista, en la que no tienen cabida las mujeres, que, cuando aparecen en el oficio, van todas de negro y vestidas con burkha. Lo importante es que la señora Mielitz narra bien la historia, basada en una compleja escenografía de Stefan Meyer, particularmente complicada de movimientos en la escena del grial. En el segundo acto estamos en una sala moderna con bastantes sofás rojos y una gran pantalla al fondo, en la que se proyectan imágenes de los cantantes. La lanza de Klingsor es de neón y resulta interesante ver cómo se consigue hacer pasar la misma de Klingsor a Parsifal. El vestuario del mismo Stefan Meyer resulta adecuado en esta escena, en la que las

Muchachas Flor y la propia Kundry van vestidas con trajes de noche siempre en rojo. El tercer acto se desarrolla en penumbra hasta la escena final, contando con una notable iluminación.

La producción, más allá de ideas y conceptos originales, narra bien la historia y no molesta al desarrollo musical.

La dirección musical estuvo encomendada en un principio al veterano Peter Schneider, quien canceló a última hora, siendo sustituido en el podio por el húngaro Adam Fischer, a quien por cierto volveremos a ver hoy en Rosenkavalier. No es fácil dirigir Parsifal y mucho más hacerlo con las dosis de emoción necesaria. Hace falta un maestro extraordinario o uno en un estado anímico especial, como ocurriera hace ahora 14 años en el Teatro Real con Luis Antonio García Navarro. Adam Fischer no es una cosa ni otra y su dirección ha sido correcta, pero lejos de lo que uno puede esperar en un teatro como la Staatsoper de Viena. Sus tiempos han sido muy lentos y hace falta un genio para no caer en el aburrimiento con unos tiempos tan alargados. La suya ha sido una de las lecturas más lentas que recuerdo, especialmente en el primer acto, que paso de la hora y tres cuartos. La única versión más lenta que la ofrecida por Adam Fischer fue la de Antonio Pappano en Londres hace casi dos años, pero la profundidad de Pappano no es la de Adam Fischer. La Orquesta de la Wiener Staatsoper me recordó perfectamente otras prestaciones suyas del pasado, ya que su sonido ha sido el que puede esperarse de una orquesta puntera. No diré lo mismo del Coro de la Wiener Staatsoper, que no brilló como yo esperaba.

El tenor sudafricano Johan Botha fue Parsifal y pocos reparos se le pueden poner desde el punto de vista estrictamente vocal, ya que su voz no puede ser más adecuada al personaje y está muy bien manejada. Escénicamente, en cambio, todo es menos convincente, ya que Botha es un tenor a la antigua, como no puede ser de otra manera, teniendo en cuenta su figura.

Parsifal en la Staatsoper de Viena
Escena de Parsifal en la Staatsoper de Viena. Foto: Michael Pöhn

Angela Denoke es una de las cantantes que ofrece interpretaciones más intensas en escena. No quiere esto decir que sea simplemente una gran actriz, que lo es. Además es una excelente cantante, que sabe expresar como muy pocas. Cuando ella está en escena, no puede pasar desapercibida y pondré como ejemplo el último acto, donde siempre está presente en el escenario, aunque no cante. Hoy Angela Denoke no está en su mejor momento vocal, ya que su tercio agudo está un tanto comprometido y nada tiene de extraño que haya decidido acometer personajes como Kostelnicka, con el que ha obtenido un gran éxito recientemente en Stuttgart. Me sigue pareciendo una Kundry ejemplar, a la que echaremos en falta, cuando decida retirar el personaje de su repertorio, lo que no creo que esté muy lejos.

El bajo danés Stephen Milling fue un muy adecuado Gurnemanz. La voz es amplia y bien timbrada y solamente queda un tanto corta de nobleza. Si no terminó de convencerme en el primer acto, sí que lo hizo plenamente en el tercero.

Michael Volle interpretó la parte de Amfortas y lo hizo de forma correcta, menos brillante que en otras ocasiones. Parece que no se encontraba en plenas facultades, ya que hubo aviso de indisposición.

Insuficiente el barítono israelí Boaz Daniel en la parte de Klingsor. Al inicio del segundo acto, resultaba casi inaudible, al estar situado al fondo del escenario. Luego la cosa mejoró, pero hay mucho mejores alternativa para este malvado personaje,

Pasó casi inadvertido el bajo Ryan Speedo Green como Titurel.

Los personajes secundarios son siempre cubiertos brillantemente en Viena. Bastará decir que entre las Muchchachas Flor estaban cantantes tan reconocidas como Ileana Tonca, Olga Bezsmertna y Stephanie Houtzeel, todas ellas protagonistas absolutas en otras óperas de la compañía. Les acompañaban Hila Fahima, Hyuna Ko y Suzanne Hendrix. La Voz del Cielo la puso una notable Monika Bohinec. Los Caballeros del Grial fueron correctamente interpretados por Michael Roider y Yevgeny Kapitula.

El teatro estaba prácticamente lleno, con oferta de entradas en los alrededores. Hubo algunas deserciones en el último acto. El público se mostró cálido en los aplausos finales, aunque no hubo un entusiasmo desmedido. Siguiendo una discutible tradición, que no es de origen vienés, no hubo aplausos al final del primer acto y los que rompían a aplaudir eran acallados como si estuvieran cometiendo un sacrilegio.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 5 horas y 4 minutos, incluyendo dos intermedios. Duración musical de 4 horas y 7 minutos. Siete minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 240 euros, habiendo butacas de platea por 157 euros. La entrada más barata costaba 41 euros.

José M. Irurzun