Paul McCreesh y los Gabrieli Consort and Players: un viaje por el tiempo

Paul McCreesh y los Gabrieli Consort and Players: un viaje por el tiempo
Paul McCreesh y los Gabrieli Consort and Players: un viaje por el tiempo

Aquello que pudo verse y oírse en la basílica de San Marcos de Venecia, durante la coronación del dogo Marino Grimani, un 26 de abril de 1595, nos lo han propuesto Paul McCreesh y sus huestes del Gabrieli Consort and Players en esta visita al Auditorio Nacional de Madrid: una reconstrucción musical lo más fidedigna posible de lo que podría haber sido aquella ostentosa ceremonia. Como punto de partida, el director británico y sus conjuntos habían llevado esta liturgia sonora al disco en 1990 para el sello Virgin, y, en vista del éxito obtenido, que no ha cesado desde entonces, se vieron obligados a realizar en 2012 un nuevo registro, enriquecido y renovado, pero con la base de aquel original.

Hoy en día, tras 27 años, el espectáculo no pierde ni un ápice de su poder evocador y de su belleza estética, en su pretendido afán por dotar al conjunto de una continuidad y un carácter secuencial donde el canto llano de la liturgia de la misa ordinaria y del propio del tiempo se alterna en natural connivencia con la polifonía. Conformado por obras de diversas épocas en su mayor parte de Andrea y Giovanni Gabrieli (tío y sobrino, respectivamente), asistimos a una gran variedad de formas musicales y muy diversas combinaciones instrumentales, convocándose en total un coro de 11 voces, íntegramente masculinas, y un conjunto de 15 instrumentistas entre violín, viola, cornetas, trompetas, sacabuches, bajón, tambor y dos órganos positivos. Un auténtico tour de force y algo insólito de ver actualmente en los escenarios.

Aquí, ese maestro de ceremonias que es McCreesh dirige (quizá en exceso, todo hay que decirlo), y con batuta, algo inusual y hasta herético en la interpretación de música antigua. Se coloca, avanzado unos minutos el concierto, en el centro del escenario, con el coro enfrente, y los diversos instrumentistas y solistas vocales, a derecha e izquierda, que se turnan, relevan y cambian de posición en función de las piezas a interpretar, lográndose la impresión general de un todo ordenado que funciona con la eficaz y milimétrica precisión de reloj suizo, un engranaje que llega a funcionar a la perfección en aras de crear el carácter de solemne ceremonia religiosa y dotar al conjunto de la necesaria cohesión teatral.

Resulta difícil sustraerse al encanto de lo que va desfilando ante los ojos del espectador en el transcurso de este ceremonial litúrgico, y no trasladarse a aquel tiempo que la música rememora. El grupo de McCreesh nos evoca la procesión en el introitus Benedicta sit sancta Trinitas y la pomposa entrada del Dux de Venecia al son del tambor y de las trompetas y sacabuches, con el toque marcial y los aires de fanfarria de la música instrumental de Cesare Bendinelli, donde consigue recrearse el adecuado efecto estereofónico, apareciendo los instrumentos por detrás del órgano y desde las puertas laterales. Igualmente acertada es la idea de situar para el momento de la Elevación a una trompeta y un sacabuche en uno de los laterales superiores de la sala, tocando la magnífica Sonata a 8 pian e forte (la primera de la historia con indicaciones dinámicas) de Giovanni Gabrieli.

En términos generales se evidenció un alto nivel en el trabajo instrumental, que obtuvo resultados memorables en toda la sección de vientos y la adición momentánea del violín o la viola, como en la sonata La leona, de Cesario Gussago, o las diversas tocatas con que nos obsequian los dos organistas. Pero la confluencia de todos los efectivos canoros e instrumentales resulta sencillamente conmovedora en números como el imponente Gloria de Andrea o el conclusivo Omnes gentes de Giovanni, ambos a cuatro coros. Números que contrastan radicalmente con la levedad y el recogimiento que destila el motete de Andrea, O sacrum convivium, a 5, con el único acompañamiento del órgano, destinado para la comunión. Los cantantes se muestran precisos en afinación, manejo indiscutible del estilo policoral y empaste, -magníficos los tenores, y sobre todo, el formidable dúo solista de contratenores durante el ofertorio, en el emocionante motete Deus qui beatum Marcum (ofrecido como bis ante un entregado auditorio)-, todo ello en unión con el soberbio arsenal de metales, alcanzándose índices de elevado impacto y majestuosidad, que enaltecen el arte de la polifonía renacentista italiana y que convirtieron esta inolvidable experiencia estética en un auténtico viaje por el tiempo.

Germán García Tomás