Roméo et Juliette. Gounod. Buenos Aires

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Desde hace tiempo la ópera es escenario de la impenitente experimentación de los régisseurs que, aún a despecho de las intenciones o especificaciones explícitas de los libretistas y compositores, nos imponen su subjetiva y arbitraria mirada obligando al público a tener que resignarse al ocupar su localidad para ver qué nueva «genialidad» aparecerá sobre el escenario…

Afortunadamente, más de una vez, el milagro se produjo y la genialidad apareció, convenciendo y deleitando aún a los más conservadores… y esto sucedió cuando la innovación supo aportar modernidad de planteo pero no traicionó el fondo de la obra, su espíritu, su sentido… 

Y es que moderno no siempre quiere decir contemporáneo ni vanguardista… sino ser capaz de ver, con los saberes que nos entregó el pensamiento de nuestro siglo y del pasado, otros detalles que no aparecen en una primera y directa lectura.

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Tal vez el secreto, la llave que nos acerque a validar la intervención, sea el lograr que el «todo» tenga un sentido coherente y acorde con la mirada que se desea transmitir, es decir, que esa mirada encaje con la obra, con su texto, con su dramaticidad y (fundamental en la ópera) con su música.

Sin embargo estos límites a la acción de los régisseurs parecen cada vez más imprecisos y el «todo vale» se ha vuelto la costumbre…

A veces me pregunto qué sentirá el curioso espectador que, neófito, ocupa su butaca para ver una ópera por primera vez y ansioso por saber de qué irá la cosa se toma el trabajo de leer el resumen del argumento de su coqueto programa que, en el caso de la ópera que nos ocupa, pongo por caso, dice: «Los autores sitúan la acción en la ciudad italiana de Verona, durante la Edad Media. La ópera se inicia con una obertura-prólogo, donde el coro se refiere a la rivalidad entre Capuletos y Montescos.» pero al levantarse el telón ve, como he visto en esta producción una sala muy eduardiana, donde el coro vestido a la moda de fines del S. XIX canta los versos de Barbier y Carré, bajo un cartel luminoso que en cursiva dice:

 «L´amour» y que volverá a brillar con todo esplendor coronando el último número, sobre los amantes muertos.

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No sé qué pensará aquel neófito… Yo, lector, intenté encontrar una lógica al juego al que, obligadamente, me llevaba la directora de escena, y me dije: ¡Claro! ¡Ubicaron la acción en la época en que la obra se estrenó en la Opéra de Paris en 1888! Y hasta la aparición de la célebre Torre, símbolo de la Ciudad Luz parecía darme la razón… Sin embargo a este primer acertijo siguió otro de mayor dificultad y que aún no logro resolver… porque a medida que el primer acto de esta producción se desarrollaba la acción se volvía cada vez más farsesca, más cercana al clima de las deliciosas operetas de Offenbach que al de la tragedia de Gounod… y este clima se acentuaba por la gestualidad a la que fueron sometidos los intérpretes, a algunos detalles del vestuario (como el de el Conde Capulet de risible peluca), a la superabundancia de detalles kitsch en la escenografía tales como corazones, guardas florales, cupidos; por no citar las coreografías de unas grisetas, algo desubicadas en una casa respetable; o las de unos cupidos tan almibarados como insustanciales; etc. etc. tan frecuentes en las románticas tarjetas fin de siecle, pero tan ajenos al clima del drama shakespereano con el que, ineludiblemente chocaron al desarrollarse la acción.

El resultado fue a todas luces pobre… y es de lamentar, porque visto aislado cada elemento era de buen cuño, pero totalmente inadecuado en el conjunto y particularmente en esta obra a la que le fue restando emoción y efecto.

Mercedes Marmorek, quien firmó esta puesta, no salió a saludar al final de la función.

Desde el punto de vista musical el resultado fue muy otro, afortunadamente.

Oriana Favaro creó una encantadora Juliette en la que pudo lucir sus virtudes, que son muchas, desde un bellísimo timbre a un fraseo delicado y una cuidada línea que no se resiente a lo largo de todo el registro, aunque tiende a perder audición en los graves. Bello su vals inicial, cautivó con su escena de la poisson que fue premiada con una cerrada ovación que se repitió, merecidamente, al final de la representación.

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El Roméo de Santiago Ballerini nos permitió hallar su bella voz, que matizó buen gusto y estilo, de limpios y afinados agudos y buen fraseo al servicio de un rol en el que puso convicción y entrega dramática. También fue premiado con cerradas ovaciones.

Bien el Hermano Laurent de Walter Schwarz, aunque por momentos se hubiera deseado un caudal más parejo; cumplido el Mercutio de Sebastian Angulegui que reemplazó a Ricardo Crampton, ausente por razones de salud; más que solvente el Stéphano (que esta puesta volvió mujer) de Laura Polverini; Muy bien el Tybalt de Ivan Mayer; eficiente el Conde Capulet de Ernesto Bauer; todo un lujo la voz de Christian Peregrino para el Duque de Verona (o de París, en esta puesta); divertida la Gertrude de Vanesa Mautner y cumplido el Paris de Alejandro Spies.

El Coro, bajo la conducción del Mtro. Juan Casasbellas, tuvo una lucida actuación vocal y respondió con atención a la marcación escénica.

El Mtro. Javier Logioia Orbe logró una versión interesantísima desde lo musical, eficaz en los tempos, rica en detalles, resaltando el efecto dramático, balanceando el sonido con equilibrio y estilo.

¡Cómo hubiéramos deseado decir que estábamos cerca de uno de los mejores espectáculos de la temporada! ¡Y en lo musical, lo estuvimos…! Pero la ópera es un todo… y ese todo no logró convencernos…

Ojalá el nuevo año nos acerque la ocasión de felicitar a Buenos Aires Lírica por un nuevo suceso… Lo deseamos… nuestros artistas lo merecen… ¡nuestro público lo espera!

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Roméo et Juliette, ópera en cinco actos

Música de Charles Gounod. Libreto de Jules Barbier y Michel Carré

 

Función del 21 de Octubre de 2014, Teatro Avenida de la Ciudad de Buenos Aires

 

Elenco:

 

Juliette…. Oriana Favaro

Roméo…. Santiago Ballerini

Hermano Laurent… Walter Schwarz

Mercutio…. Sebastián Angulegui

Stéphano… Laura Polverini

Conde Capulet… Ernesto Bauer

Gertrude…. Vanesa Mautner

Tybalt….. Ivan Maier

Conde Pâris… Alejandro Spies

Duque de Verona…. Christian Peregrino

 

Coreografía: Ignacio González Cano

 

Coro de Buenos Aires Lírica

Director Mtro. Juan Casasbellas

 

Orquesta de Buenos Aires Lírica

Director Mtro. Javier Logioia Orbe

 

Puesta en escena y vestuario: Mercedes Marmorek

Escenografía: Nicolás Boni

Iluminación: Alejandro Le Roux

 

Prof. Christian Lauria