Temirkanov y la Filarmónica de San Petersburgo, lección de música rusa

Temirkanov y la Filarmónica de San Petersburgo, lección de música rusa
Temirkanov y la Filarmónica de San Petersburgo, lección de música rusa

Los minutos previos al último concierto del ciclo Juventudes Musicales en el Auditorio Nacional de Madrid, que en la próxima temporada se verá diluido en el de Ibermúsica, se vieron empañados por los estragos que hizo la megafonía. Y se lo hizo particularmente difícil a Isabel Falabella, promotora del ciclo, que, antes del concierto, no encontraba ocasión para poder comunicar su mensaje a un cada vez más impaciente auditorio, por más que redoblase sus infructuosos esfuerzos para hacerse entender a través de un inservible micrófono y usara su débil voz sin apoyo de ninguno. Al fin, cuando todo se iba convirtiendo en un ridículo espectáculo, un profesor de la orquesta consiguió traer un micrófono que funcionaba y Falabella pudo expresar sus ilusiones volcadas en el ciclo durante décadas y la intención de continuar con el programa de becas para jóvenes músicos.

Todo se olvidó cuando los protagonistas del concierto, la histórica Orquesta Filarmónica de San Petersburgo, dirigida por su titular durante décadas, el grandísimo maestro Yuri Temirkanov, hicieron entrada con una vibrante y velocísima lectura, de trazo vertiginoso, de la obertura de la ópera Ruslán y Ludmila de Mijaíl Glinka, donde se hizo especialmente palpable la brillantez de la sección de cuerdas en el ejercicio virtuosístico. 

Temirkanov y la Filarmónica de San Petersburgo, lección de música rusa
Temirkanov y la Filarmónica de San Petersburgo, lección de música rusa

Los gestos de Temirkanov son sobrios pero efectivos, no necesita el maestro ruso mostrar en el podio una exageración gratuita. La lectura que ofreció de la Patética de Tchaikovsky mantiene el pulso y la tensión de todo el edificio sinfónico, y no añade ni un ápice de edulcorante, persiguiendo únicamente desnudar la música y hacer traslucir la expresión. Una explosión de emoción que Temirkanov consigue tras largos años de duro trabajo y perfecto conocimiento de la partitura, siempre apoyado en la gran tradición interpretativa, de la que es uno de sus máximos garantes. Marcas de la casa son la profunda densidad de la cuerda grave, la flexibilidad de violines, la transparencia y calidez de las maderas o la poderosa incisividad de los metales. La desesperación y la reflexión del primer movimiento fueron captadas a la perfección. El clima del Allegro con grazia sonó bailable. El Allegro molto vivace fue llevado a un esplendoroso ritmo marcial. Y en el Adagio lamentoso final quizá las tintas fueron cargadas lo justo, en el afán de huir del sentimentalismo, pero siempre transmitiendo en cada pasaje el desgarro de la desesperación y la tristeza infinitas.

El entendimiento entre Temirkanov y Leticia Moreno está fuera de toda duda. En su versión del Concierto para violín número 1 en la menor Op. 99 de Shostakovich (grabado por ambos para Deutsche Grammophon) la joven violinista madrileña exhibe unas capacidades técnicas que han alcanzado ya un sorprendente grado de maduración y dominio de la exigente partitura, no sólo en el plano virtuosístico, sino en el armónico y rítmico. Moreno es capaz de aquilatar una grandísima variedad de matices expresivos entre los dos movimientos lentos y los dos rápidos del concierto, desde la hondura y profundidad del Nocturno inicial, que lleva al obsesivo Scherzo, y el lirismo de la Passacaglia, cuya dilatada y soberbia cadencia final desemboca en el vitalismo y la ironía de la Burlesque final, cuyos vibrantes cambios de ritmo se sostienen en un brillante colorido orquestal. Lección de música rusa por tanto en esta última noche de Juventudes Musicales.

Germán García Tomás