Thaïs de Massenet, simetrías de género en Nueva York

Gerald Finley como Athanaël y Ailyn Pérez en “Thaïs.” Foto: Chris Lee/Metropolitan Opera
Gerald Finley como Athanaël y Ailyn Pérez en “Thaïs.” Foto: Chris Lee/Metropolitan Opera

Mientras la conocida revista americana TIME distinguía como personaje del año 2017 al movimiento #Metoo, formado por todas las mujeres que han roto su silencio tras sufrir acoso sexual, la Metropolitan Opera de Nueva York programa Thaïs, que vuelve al coliseo del Lincoln Center tras nueve años de ausencia. La ópera de Jules Massenet  narra la historia de Thaïs, la cortesana de Alejandría, y el monje cenobita Athanaël, y dibuja la evolución paralela pero opuesta de ambos personajes.

Massenet dedica sus mejores páginas a la protagonista y la presenta casi siempre desde un prisma más positivo que a su chomólogo masculino. De este modo, Athanaël evoluciona de la mortificación al hedonismo, mientras que Thaïs va de la pasión amorosa a la santidad. El monje es un sujeto pasivo, inerme ante los dogmas de su fe primero, y ante los encantos de Thaïs, después; mientras que la protagonista es siempre dueña de su camino, libre para cambiar de rumbo. Un cambio que, aunque drástico, es fruto de una meditación cuya plasmación musical es el centro del drama, una de las melodías más inspiradas de Massenet.

Thaïs revierte el tradicional enfoque de género de la ópera romántica. Por eso, suscita un interés especial en medio de la sociedad norteamericana, que vive estos días una nueva ola de reivindicación feminista. Sin embargo, el mensaje de la música no podría llegar al público sin la exégesis adecuada.

En la producción que se puede ver estos días en el Met de Nueva York, deslumbran los dos cantantes solistas. El barítono canadiense Gerald Finley resultó muy creíble en su papel de atormentado Athanaël. El atractivo timbre de Finley, que brilla como el acero arriba y resuena con ecos de madera abajo, es bien conocido por la afición de Nueva York; mientras que su línea, siempre tersa y redonda, permite disfrutar de la poesía del libreto y adentrarse en la psicología de un personaje que manifiesta sus verdades en los silencios y en los acentos. Como de costumbre, fue muy celebrado por el público del Met.

Con la aparición de una estrella latina como Ailyn Pérez en el papel de Thaïs, el voltaje sensual estaba asegurado. La soprano americana se mostró muy por encima de la partitura y siempre atenta a la declamación del libreto de Louis Gallet. La voz de la Pérez destaca por la anchura y la densidad de su registro medio, con una proyección fácil a la zona aguda, que produce frutos squillantes e irisados. Su actuación durante el tercer acto, donde Thaïs ya se ha consagrado por amor a Dios, tuvo una fuerza hipnótica. Sus palabras se ajustaban con gracia a cada notas, y el milagro de la lírica se obraba de forma natural, sin efectismos ni sobreactuaciones. La Thaïs de Ailyn Pérez llena el escenario y se enseñorea del drama, por lo que no le reprochamos nada al enorme éxito que cosechó en la noche del sábado pasado.

Foto: Chris Lee/Metropolitan Opera
Foto: Chris Lee/Metropolitan Opera

El tenor francés Jean-François Borras fue un notable Nicias, por su clara dicción y una emisión muy musical y al servicio del drama, aunque algo endeble. La mezzo Megan Marino (Myrtale) y la soprano France Bellemare (Crobyle) aportaron color y voluptuosidad vocales al espectáculo, mientras que el bajo americano David Pittsinger fue un reflexivo Palemon, más paternal que severo.

Junto a todos ellos, la Orquesta y Coro del Met estuvieron dirigidos por el alsaciano Emmanuel Villaume, que supo aportar el perfume oriental característico de esta ópera, siempre dentro del tono elegante propio de la escuela francesa. Por supuesto, la calidad del concertino David Chan, especialmente brillante en la Meditación de Thaïs, fue una de las claves del buen nivel general del foso.

Por lo demás, poco de positivo podemos decir de la insulsa puesta en escena de John Cox. Cartón pintado por doquier, omisión casi completa de la danza, abuso de los dorados y una falta general de imaginación impropia del coliseo de Manhattan. Tampoco encajaban bien, pese a su indiscutible factura, los vestidos de Thaïs, diseñados por Christian Lacroix, que resultaban excesivos, quizás dignos de una producción más lujosa.

Tras la atronadora ovación del público del Met, conmueve ver cómo la música se abre paso pese a lo visual, gracias al trabajo de los solistas, e impacta con inusitada fuerza en los espectadores. Ailyn Pérez fue vista horas después de que cayera el telón, en un conocido restaurante de Nueva York. En su rostro, la sonrisa de quien se siente satisfecha por el trabajo bien hecho.

Carlos Javier López