
El pianista Antonio Oyarzábal nos acerca al universo musical de la infancia en su debut discográfico en el sello Orpheus con “The inner child” a través de un sugestivo recital conformado por cuatro grandes ciclos pianísticos que evocan la imaginería infantil. Abren el disco las paradigmáticas e irresistibles Escenas de niños de Robert Schumann, obra musical que a la manera de retales nos descubre a ese niño-adulto que fue el compositor de Zwickau, y en las que el joven intérprete bilbaíno realiza una inmersión intimista y contemplativa (en piezas como “De países y lugares lejanos”, “Ensueño”…) que contrasta con la sobria expresión otorgada a esas deliciosas miniaturas pianísticas que, en su atropellar, parecen interrumpirse unas a otras, en un continuum musical que aquí no es tanto, ya que Oyarzábal opta por separar y definir claramente las piezas de manera autónoma, concluyendo con un “Habla el poeta” sereno e introspectivo, coronado por una nota pedal largamente sostenida que se extingue lentamente.
Pero es en el universo impresionista donde quizá se adivina una mayor identificación del intérprete. Nos llega en primer lugar de la mano del no menos esperado Children’s corner de Claude Debussy, recorrido con esmerada y refinada paleta, y un preciso pulso rítmico que desemboca en el jazzístico “Golliwogs’ cake walk”. En esa misma estela debussyana se sitúan las Escenas de niños de Frederic Mompou, concisa evocación playera de su Barcelona natal y donde se comprueba una vez más el brillo del color y de la fina pincelada. Concluye este recorrido musical por la infancia el ambiente fantástico y feérico que destila el ciclo Ma mère l’oye de Maurice Ravel. Esta última obra parece la auténtica predilecta de Oyarzábal, y en ella el joven pianista se recrea más en el detallismo del arpegio y el glisando, adentrándose de lleno en el carácter cristalino de la escritura pianística de estas cinco piezas, y corporizando la requerida evanescencia sonora de las imágenes evocadas, entre texturas de un especial clima sugestivo.
A lo largo del trabajo discográfico, Antonio Oyarzábal desgrana una gama de matices expresivos de elevada exquisitez y una cuidada e imaginativa concepción de la tímbrica y el color que cada obra en particular le proporciona y que él explota con intensidad por medio de una pulcra pulsación y un diáfano fraseo, junto a algunos detalles discursivos de un gran personalismo que, tras el exhaustivo y perfeccionado estudio que se revela detrás, nos muestran el resultado altamente enriquecedor que el joven intérprete extrae de estas obras para la infancia. El apreciable logro del pianista es saber conferir entidad propia y diferenciación sonora a cada una de estas magistrales partituras que, como a los compositores que las dieron vida, definen musicalmente a ese niño interior que todos y cada uno de nosotros llevamos dentro.
Germán García Tomás