Rachvelishvili y Meade vuelan alto en Berlín con Il Trovatore

Il Trovatore en Berlín. Foto: B. Stöss
Il Trovatore en Berlín. Foto: B. Stöss

José M. Irurzun

Termina mi estancia en Berlín con esta representación de Il Trovatore, que ha tenido un notable resultado vocal, especialmente en lo referente a las dos protagonistas femeninas, estando todo bien servido musicalmente y con una producción grotesca, ya conocida de ocasiones anteriores.

La producción escénica se debe al alemán Hans Neuenfels. Tuve ocasión de verla y escribir sobre ella hace un par de años y sigue siendo tan extraña como entonces. Es una producción que convierte una ópera seria o dramática en una ópera bufa. No se trata de que la concepción del regista sea original o profunda, sino que simple v deliberadamente quiere poner en evidencia lo absurdo del texto. Ante un espectáculo así no caben sino dos reacciones: rasgarse las vestiduras ante semejante atropello o pasar un buen rato con lo absurdo que se ve en el escenario.

La producción que nos ocupa se estrenó aquí hace ya 22 años. Como digo más arriba, es ni más ni menos que ofrecer en escena una ópera bufa, aunque con unas dosis de originalidad y atractivo escénico fuera de toda duda. Era digna de verse la escena inicial con los coralistas en trajes medievales y luciendo unas barbas enormes, como las que usaban los viejos capuchinos, cuando yo era niño. El movimiento del coro nos pone ya en la pista del tipo de producción de que se trata, con unos movimientos jocosos y originales. A continuación nos encontramos con Leonora vestida de Menina que canta su aria para aparecer seguidamente los dos hermanos, ambos vestidos de toreros, aunque no es tan difícil distinguirlos como pareciera por el relato de Azucena, puesto que el Conde Luna tiene una pierna ortopédica. Para el enfrentamiento de los dos hermanos no tiene mejor idea Neuenfels que hacer bajar del techo dos grandes punching-balls, de los que usan los boxeadores para entrenar. Resulta inenarrable la escena del convento, con una gran urna, en la que hay una santa, que en un momento dado y ante el ruido de las tropas, se reincorpora para volver luego a tumbarse. Por supuesto, los dos hermanos siguen vestidos de toreros. La entrada de Leonora es espectacular, rodeada de monjas en un auténtico desfile de modelos en clausura, una auténtica exhibición de vestidos de monjas en todos los colores imaginables, apareciendo finalmente un crucificado, quien, al escuchar lo de sei tu dal ciel disceso o in ciel son io con te, se baja de la cruz y se pone a baliar con el obispo, haciendo lo mismo los barbudos soldados con las vistosas monjas.

La imaginación de Hans Neunenfels pareció agotarse en la segunda parte de la ópera y asistimos a unos dos último actos no diré que tradicionales, pero mucho menos disparatados que los dos primeros, aunque no faltó la traca final, consistente en ver al torero Conde di Luna disparando como un loco mientras caía el telón.

La dirección musical estuvo encomendada al italiano Giacomo Sagripanti, cuya lectura fue buena, con energía, sirviendo bien a la partitura y apoyando a los cantantes. Únicamente, hubo algunos desajustes en entradas del coro, seguramente debidas a escasez de ensayos. Le he encontrado aquí mucho más en su elemento que en Il Viaggio a Reims que dirigiera esta misma temporada en el Liceu de Barcelona. Buena la prestación de la Orquesta de la Deutsche Oper. El Coro de la Deutsche Oper me resultó más convincente que en días anteriores.

Manrico, el Trovador, fue interpretado por el tenor turco Murat Karahan, a quien era la primera vez que veía en escena. La impresión global es positiva, aunque no todo sea destacable. La voz es atractiva y está bien manejada, brillando particularmente en las notas altas. El centro se queda un tanto corto y los graves son débiles. Hay algunos sonidos engolados. No brilló en exceso en su interpretación del aria, mejorando en la famosa Pira, coronada con un agudo poderoso y mantenido, aunque no cantó sino un solo verso.

Il Trovatore en Berlín. Foto: B. Stöss

La soprano americana Angela Meade volvía a ser Leonora como hace dos años aquí. Esta vez lo hacía sustituyendo a Maria Agresta y creo que hemos salido ganando con el cambio, ya que Angela Meade es una de las mejores sopranos verdianas de la actualidad. Su actuación fue francamente buena. Es una pena que su figura no le acompaña.

Anita Rachvelishvili fue una excepcional Azucena de principio a fin. Con permiso de Elina Garanca estamos ante la gran mezzo-soprano verdiana de nuestros días y es difícil pensar en una intérprete de Azucena mejor que la georgiana. Espero poder volver a verla pronto.

El barítono Simone Piazzola fue el Conde di Luna y su estado vocal me ha perecido mejor que en las últimas ocasiones en que he tenido oportunidad de verle en escena. La voz corría mejor y eso es una buena noticia. Ofreció una buena interpretación

Adecuado el bajo Marco Mimica en la parte de Ferrando, que repetía actuación como hace dos años.

Los personajes secundarios fueron bien cubiertos por Burkhard Ulrich (Ruiz) y Alexandra Ionis (Inez).

La Deutsche Oper ofrecía una ocupación de alrededor del 80 % de su aforo. El público se mostró calido con los artistas, con muestras de indudable entusiasmo para Anita Rachvelishvili y Angela Meade, en este orden.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 51 minutos, incluyendo un intermedio y algunas breves paradas. Duración musical de 2 horas y 5 minutos. Ocho minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 97 euros, costando la más barata 31 euros. Fotos: B.Stöss