Giselle ya no es una dulce aldeana que baila en la fiesta de la cosecha mientras su corazón late por el joven Albrecht, que resulta ser un noble. En la versión del coreógrafo británico-bangladeshí es una migrante, trabajadora textil, enamorada -y embarazada- de un potentado aristócrata que, como en el original, oculta su procedencia. Creado a la medida de la bailarina española, cuenta con música de Vincenzo Lamagna, sobre Adolphe Adam y diseños del oscarizado Tim Yip. Que tome el título del ballet original de 1841 se justifica por apuntalarse sobre lo esencial del guión de Theophile Gautier y Henri Vernoy de Saint George.
Cristina Marinero
La directora del English National Ballet (ENB) había querido traer esta nueva versión de Giselle de Akram Khan a Madrid, inmediatamente después de su estreno de 2016, acompañada en el programa por el original Giselle romántico en la que se inspira. Así, componiendo un doble programa donde se viera el clásico y la actual contemporánea, se había presentado en Londres, algo absolutamente lógico incluso para un público como el que llena el Sadler’s Wells o el Coliseum –teatros donde el ENB suele bailar en la capital británica-, por lo que mostrarlo de esa forma en Madrid, donde no vemos tan a menudo el ballet Giselle de 1841 (tras la recuperación de Marius Petipa en el Mariinsky) tenía todo el sentido.
La estrategia de Tamara Rojo con la compañía que dirige desde 2012 se encuentra en la línea por la que caminan las principales compañías de ballet del mundo. Mientras los grandes clásicos del repertorio (y, sobre todo, El cascanueces que llena todas sus funciones en Navidad) siguen siendo los principales ganchos para la taquilla, las nuevas producciones encargadas en los últimos años ya se presentan a teatro lleno y atendidas con detalle por la crítica. Con la celebración del 70º aniversario de la creación de la compañía que nació como London Festival Ballet, en 1950, ha programado una nutrida temporada, con la recuperación de esta Giselle para la escena londinense, también con Cenicienta, El cascanueces y El lago de los cisnes in-the-round en el Royal Albert Hall, además de una gala, en enero, que conmemora el cumpleaños.
Akram Khan había colaborado por primera vez con Tamara Rojo y el ENB para su programa Lest we forget, estrenado por el centenario del inicio de la I Guerra Mundial. Entonces creó Dust donde ya ponía el foco en las mujeres que habían tomado el puesto de los hombres en su papel de trabajadoras, mientras ellos estaban en el frente. Y este tema se extiende en el tiempo, en un contexto donde marca más las diferencias pobres y ricos, para su Giselle, lo que denota su compromiso social.
Apoyado en el movimiento expresivo de formas del folklore, con base en su khatak y ampliando el rango hacia fraseos contemporáneos, Khan ha basado el personaje en la madurez de Tamara Rojo, en su cualidad interpretativa para narrar historias con el movimiento y la estupenda técnica sobre la que sigue elevando su arte. Vincenzo Lamagna alterna su partitura de espacio sonoro con las citas a Adam y el uso del sonido tipo bocina, que alerta, desasosiega y subraya el destino dramático de la protagonista, en un mundo sin color y aséptico creado por Tim Yip, iluminado con mucha penumbra por Mark Henderson. Gavin Sutherland, el estupendo director musical de la compañía londinense, estuvo al frente de la orquesta en este mix auditivo ecléctico. Hubo una espectadora que se quejó del volumen de la música, otro cuestionó que lo fuera y se quejó de haber pagado para ver lo que veía, y otra voz dijo todo lo contrario. No existió más revuelo.
La directora de English National Ballet bailó con James Streeter, un Albrecht un tanto desaparecido en intensidad, aunque este artista siempre es una presencia escénica, y con Jeffrey Cirio, enérgico y potente en su papel de Hilarión, que recibió el gran aplauso del público en los saludos finales. En el segundo acto, que supera en concepción coreográfica al primero, Stina Quagebeur volvió a ser una Reina de las willis contundente, fantasmagórica en su imagen y animalesca en sus movimientos, subida a las puntas, como Rojo y las bailarinas, para resaltar más aún la separación con el mundo real al que ya no pertenecen. El paso a dos de Rojo y Streeter es el gran punto álgido de este ballet que sigue de gira por el mundo (se verá en primavera en el Liceo de Barcelona), lo que señala que, como en Dust, Akram Khan se encuentra en su salsa cuando crea interacciones llenas de sentimiento y emoción para dos.