Hacía muchos años que no asistía a la Semana de Música Religiosa de Cuenca. En esta edición, la número 58, se hace evidente desde el acto inaugural el buen hacer del director artístico, el maestro Cristóbal Soler. Una sencilla ceremonia en el vestíbulo del Teatro-Auditorio, cercana y abierta a los habitantes de la ciudad, fue el arranque de una semana que ofrecerá un potente programa. Después de los breves discursos protocolarios de bienvenida, se dio pasó al recital, en ese mismo espacio, de la joven soprano conquense Estíbaliz Martyn acompaña desde el clavecín por Ignasi Jordà. Dos arias de Händel y el Ave Maria de Bach-Gounod fueron suficientes para el lucimiento de la solista. La sensual V’adoro pupille que Cleopatra canta en Giulio Cesare in Egitto, precedida por la archiconocida Lascia ch’io pianga con su respectivo recitativo, mostraron el prometedor instrumento de la soprano.
Seguidamente pudimos asistir a la conferencia pronunciada por el Dr. Fernando Pérez Ruano y Pedro Mombiedro (director del Teatro-Auditorio) en la cual se subrayó la importancia de la SMR en el desarrollo de muchos compositores contemporáneos españoles, gracias a las obras de encargo que desde la primera edición de este festival, se han realizado y a la difusión de sus obras religiosas.
Como broche de esta jornada inaugural, se contó con la maestría del violinista Gidon Kremer y su ensamble, la Kremerata Báltica. El concierto homenaje a Arvo Pärt fue una delicia de principio a fin. En la primera parte interpretaron dos piezas de Pärt. Frates es una obra temprana del compositor estonio, estrenada en 1977, y en la que seguiría trabajando hasta 2008 dejando dieciocho versiones de la misma, una de ellas dedicada a Gidon Kremer. La segunda obra, Tabula rasa, fue tan catártica como la anterior. Maravilla la precisión de los músicos y no su adecuación estilística a una música que interpretan con el sentimiento apropiado.
En la segunda parte nos hicieron vibrar con la Sinfonía No. 2 para cuerdas op 30 del polaco Mieczysław Weinberg, un compositor poco conocido por el público y que en este año, centenario de su nacimiento, está siendo programado afortunadamente con mayor frecuencia. Su difícil vida, marcada por la Segunda Guerra Mundial, se hace notar en sus composiciones, tan alegres como intimistas. La tormenta que sonoramente caía sobre la sala ayudaba a entender la perspectiva de mantener la alegría dentro de unas condiciones muy adversas.
Al final de este concierto se hizo entrega del premio honorífico a la defensa y divulgación de la música religiosa, en su variante individual, a Arvo Pärt y a la Kremerata Baltica, en su variante de grupo. Ambas fueron recogidas por Gidon Kremer, como fundador del ensamble musical y amigo personal del compositor estonio.
Federico Figueroa