60 años de ópera en Vigo

Claudia Parada, Aldo Bertocci, Licinio Montefusco y Julio Catania. (Aida. 1964). Foto cortesía de Joaquina Pérez
Claudia Parada, Aldo Bertocci, Licinio Montefusco y Julio Catania. (Aida. 1964). Foto cortesía de Joaquina Pérez

Poco se ha profundizado hasta la fecha en el determinante papel jugado por las asociaciones de amigos de la ópera para la pervivencia y promoción de la actividad lírica en la España de los 50. Superados los difíciles años de la posguerra, pero todavía en un contexto socioeconómico de gran complejidad y repleto de carencias, la iniciativa pública y privada que, especialmente en la Belle époque, había sustentado un modelo de teatro lírico de relativo esplendor, brillaba por su ausencia. El declive de la zarzuela tras los últimos grandes exponentes de aquella notable generación encabezada por los Sorozábal y Moreno Torroba, el incierto futuro del paralizado Teatro Real, las dificultades del Liceu de Pàmies, … síntomas llamativos de las paupérrimas políticas de difusión cultural de la dictadura y de su escaso o nulo interés por las manifestaciones teatrales y operísticas. Es en aquellas circunstancias cuando surge el espontáneo impulso de algunos grupos de desinteresados aficionados que, constituidos como asociación acometieron, en diversos puntos de la geografía peninsular, la arriesgada empresa de auspiciar la organización regular de temporadas líricas de calidad. 

En el caso de Vigo se cumplen en este 2018 nada menos que sesenta años desde aquel 21 de marzo en que quedaba constituida la primera junta directiva de la Asociación de amigos de la ópera de la ciudad. Contando con la colaboración municipal, alentados por su homónima de A Coruña, la decana de estas sociedades, y con el ejemplo de otras tan importantes como la de Oviedo o Bilbao, la “aventura” de los festivales de Ópera de la AAOV daba comienzo ese verano del 58, para alegría de los aficionados olívicos al arte canoro. Siete largos años habían transcurrido desde la última temporada de ópera en el teatro García Barbón, con la rutilante soprano local María Clara Alcalá como la Tosca de Puccini y la Leonora verdiana. Aquella junta, capitaneada por el inolvidable mecenas y melómano Camilo Veiga Priego, lograba confeccionar una coqueta temporada integrada por cuatro representaciones con solistas de la talla de Alvino Misciano o Gastone Limarilli junto a descollantes valores nacionales como la gallega María Luisa Nache. La jornada inaugural del 8 de agosto supuso un éxito inesperado, con un público que abarrotó el aforo del antiguo Barbón para escuchar entusiasmado la Manon de Massenet. La calurosa acogida se repetiría también en las veladas sucesivas con Tosca, Traviata y Madama Butterfly proporcionando, así, el respaldo imprescindible para afianzar el arriesgado proyecto. De este modo, y durante diecisiete años más, el festival mantendría su regular propuesta de actividad operística estival, integrada, hasta la década de los setenta, por cuatro o cinco títulos. Camilo Veiga presidiría la asociación en estos “años dorados” de la lírica en Vigo, donde algunos de los más ilustres cantantes internacionales pisarían el escenario vigués. En coordinación con el festival de A Coruña (¡qué tiempos aquellos!), con la permanente presencia de la Coral polifónica “El Eco” y de orquestas sinfónicas de Madrid o Barcelona, ocasionalmente reforzadas, el público vigués tendría ocasión de admirar festivales de Ópera circunscritos al repertorio más popular, con propuestas convencionales y modestas en el apartado escénico, pero generosos en lo vocal.  Para la arribada de señaladas compañías italianas y extraordinarios solistas era factor determinante la colaboración de ambas asociaciones gallegas, que presentaban, así, en Coruña y Vigo, similares títulos y elenco, con la beneficiosa repercusión en la reducción de gastos y cachés.

El II Festival de 1959 sería el de la presentación del irrepetible tenor canario Alfredo Kraus para cantar Rigoletto y El Barbero de Sevilla, apenas tres días después del estreno en el cine Fraga de la película “Gayarre” en la que encarnaba al mítico cantante navarro. Su triunfo sería incontestable, convirtiéndose en una de las asiduas figuras de las temporadas viguesas Compartían cartel la soprano Orietta Moscucci, Carlo Guichandaut, Antonio Campó y un destacado Manuel Ausensi, que ya había dejado sonadas ovaciones en el Barbón acompañando a Mario del Mónaco.

Es en 1961 cuando el Festival se integra en los denominados Festivales de España, organizados por el ministerio de información y turismo encabezado, por aquel entonces, por Gabriel Arias Salgado y, más tarde, por Manuel Fraga, y que en esta ciudad también incorporaron vistosas representaciones y antologías de zarzuela en el auditorio de Castrelos dirigidas por el admirado director granadino José Tamayo. El IV festival sería recordado como uno de los más brillantes, con la presencia de la gran compañía italiana del ‘Maggio Musicale Fiorentino’ dirigida por los maestros Erasmo Chiglia y Federico de Sanctis, y con nombres como Renata Ongaro, Piero Cappuccilli, Paolo Washington y, de nuevo, Alfredo Kraus. El tenor español, nada proclive a los bises hubo de repetir la famosa romanza “Mi par d’udir ancora de Los Pescadores de perlas (cantada en italiano como era costumbre) ante la incesante salva de aplausos del respetable. No menos triunfal fue el Rigoletto de Piero Cappuccilli, con una “Vendetta” siempre rememorada por los aficionados más veteranos. 

Madama Butterfly fue la única ópera de Caballé en el escenario olívico en agosto de 1963. Pocos días antes se había producido el romance con el que sería su futuro marido, Bernabé Martí, al que había conocido, precisamente, sustituyendo a Alfonso La Morena como Pinkerton, en la función coruñesa de la ópera de Puccini. En Vigo fue La Morena el que acompañó a la soprano catalana, que no defraudó en absoluto los excelentes elogios que la precedían, todo ello poco antes de su definitivo salto al estrellato internacional con la famosa Lucrezia Borgia neoyorkina. El 64 supuso, nuevamente, un gran éxito para Kraus y, también, para la florentina Anna Maccianti en L’Elisir d’amore e I Puritani, mientras que los sucesivos festivales serían, sobre todo los de unos vibrantes Luigi Ottolini y Marcella de Osma (65), la espectacular Gianna D’Angelo (66 y 68) y un arrebatador Manuel Ausensi (67).  Ángeles Gulín haría su debut vigués en 1969 con la Amelia del Simon Boccanegra de Verdi. La soprano orensana hizo vibrar literalmente las lámparas del García Barbón con aquella voz incomparable que, desgraciadamente, los graves problemas de salud no dejarían brillar demasiado tiempo. Abigaille, Aida y Leonora serían los otros tres roles que completarían su paso por Vigo en los siguientes años. 

La década de los setenta marca el ocaso de esta primorosa etapa inicial.

 Pese a la mengua de títulos por temporada, todavía se cuenta con los destellos de las últimas apariciones de Kraus en Vigo, un Lavirgen en plena forma y la acertada apuesta por unos jóvenes, pero contrastados, Silvano Carroli, Viorica Cortez, Vicente Sardinero, José Carreras o Leo Nucci.  Será la ‘desconexión’ entre los festivales de ópera gallegos la que anticipe el crítico momento que iba a vivir la asociación. En 1975 la falta de coordinación entre ambas entidades en la elección de fechas ocasiona la suspensión del evento vigués, que se reanuda en octubre del 76, ya sin vinculación directa con el de la ciudad herculina. El pujante talento del cantante local Sergio de Salas, conocido en toda España por su triunfo en el concurso televisivo “La Gran Ocasión”, fue advertido de inmediato por el presidente de la AAOV que, tras el recital de ópera y zarzuela de la anterior temporada, le confía ese año el rol protagonista en dos referencias baritonales como Rigoletto y Simon Boccanegra. 

La merma en las subvenciones en un momento político de gran incertidumbre y el fallecimiento de Camilo Veiga abren una nueva etapa marcada por las dificultades económicas y una actividad muy intermitente. Los esfuerzos de la nueva directiva presidida por Juan Pérez Comesaña se traducen en una nueva colaboración del ayuntamiento que permitiría la organización de sendos festivales en el 82 y 83, tras un lustro de sequía lírica. Pero la apuesta del alcalde Manoel Soto se realiza, sin embargo, con el condicionante de la transformación del festival de ópera en Municipal y relegando a un segundo término a la directiva de la asociación y al barítono Sergio de Salas, verdaderos organizadores y artífices de ambas temporadas. Pese al buen nivel vocal, las pésimas prestaciones orquestales en obras tan exigentes como Macbeth y Don Carlos condujeron a un sonado fiasco en las últimas veladas operísticas del antiguo Barbón antes de su reforma. La llegada en 1983 del ente lírico de Cagliari bajo la dirección de Nino Bonavolonta, en el espacio alternativo de la Ciudad Deportiva del Círculo Mercantil de Vigo, recuperó las buenas sensaciones de épocas anteriores, con Bonaldo Giaotti, Pedro Lavirgen, Aldo Protti y Sergio de Salas como destacados protagonistas. Pese a las promesas de Soto, la nueva filosofía de la concejalía de cultura dio al traste con la “asegurada continuidad” proclamada por el alcalde socialista. El festival recobra denominación y numeración, pero la pérdida de las subvenciones de Xunta y Concello, se traducirán en una escasa, desigual y muy intermitente actividad, con la brillante, pero exigua, excepción de La Sonnambula de una espléndida Enedina Lloris (1987). 

El necesario punto de inflexión se producía, finalmente, a finales de 2004 con la llegada a la presidencia de Roberto Relova. Una esperanzadora etapa con distintos objetivos y que asumía nuevos retos, encaminados, principalmente, a la renovación de la propuesta cultural de la asociación. Para ello resultó fundamental la labor de la renovada junta directiva y la feliz incorporación, como director artístico, de Daniel Diz. Fruto de ello surge el denominado Outono Lírico, una iniciativa que integra conferencias, mesas redondas y diversas actividades, aglutinadas en torno a una programación lírica compuesta por recitales y representaciones de ópera y zarzuela. Paulatinamente se reconquista la imprescindible implicación de diversas instituciones públicas y se procura una renovación del repertorio, aunando modernidad y tradición. La apertura a nuevos públicos, la apuesta por jóvenes promesas y la diversificación de las obras presentadas se confirman en estos últimos años con Pedro Pablo Gutierrez al frente de la AAOV. Los estrenos en Galicia del Curlew River de Britten o el Trouble in Tahití de Bernstein, junto a clásicos como Nabucco o Rigoletto en imaginativas y actualizadas propuestas escénicas, señalan la nueva hoja de ruta de la asociación. El atinadísimo convenio de colaboración establecido con la Real Filharmonia que ya ha fructificado con unos magníficos Pescadores de perlas y Sonnambula, se traducirá en el presente año, en coproducción con Amigos de la Ópera de Santiago, en un esperado Der Fliegende Holländer bajo la contrastada batuta de Paul Daniel. Junto al Wagner, el prometedor debut de José Antonio López en Macbeth y las actividades paralelas con conferencias, cine, etc. auguran, tras este sexagésimo cumpleaños, un provechoso porvenir para el Outono Lírico de la Asociación de Amigos de la Ópera de Vigo. 

Carlos E. Pérez (Pianista y profesor del Conservatorio Superior de Música de Vigo).