Un bufón de la ópera de Beijing

La rica tradición del teatro chino nos sigue deslumbrando. Sus máscaras admiran por su poder expresivo, y sus colores determinan el carácter del personaje. Amarillo para la ambición, azul para la astucia, verde para la impetuosidad. Los bufones de la corte llevan la cara pintada con trazos de albayalde alrededor de los ojos y la nariz. La máscara siempre esconde algo, o esconde a alguien.

Wang Jing, el dueño del Gran Canal de Nicaragua, parece salido, aún recién maquillado, de los camerinos de la ópera de Beijing; y lo presto provisionalmente a este artículo porque bien merece una novela donde la dualidad y el misterio barato se darían la mano con la comicidad que siempre se extrae del absurdo, toda una comedia de equívocos detrás de la cual se alza una gran tragedia.

Este Wang Jing de mi ópera bufa dice ser médico herbolario titulado en una universidad cuyo nombre, misterio gratuito o falacia acomodada, prefiere no revelar. Empezó su fortuna explotando minas de oro en Camboya, en obediencia al alegre mandato del presidente Den Xiaoping: “Vayan y enriquézcanse…”. Aun así, no da la medida para codearse con los extravagantes megamillonarios que hoy pueblan China.

Le gusta que lo llamen chairman Wang. Un mural de la escuela del realismo socialista, en el que aparece en primer plano el chairman Mao Tsedong, destaca en su oficina de la empresa Xinwei en Beijing, adornada también con docenas de modelos a escala de aviones caza, plataformas de lanzamiento de cohetes, carros blindados y satélites militares, toda una parafernalia insólita para un médico herbolario que se hizo empresario de telecomunicaciones sin saber nada de teléfonos celulares, según confiesa.

En septiembre del 2012 apareció por primera vez en Nicaragua, porque Xinwei había ganado una licitación para establecer una red de telefonía móvil. No hubo contrincantes, pues la banda de transmisión requerida sólo se usa en China. Los trabajos de la red nunca comenzaron. En Ucrania aún esperan que Xinwei se haga cargo de la concesión que recibió años atrás. También puede ser una novela de fantasmas la que estoy proponiendo.

Un año después regresó para firmar el tratado Ortega-Wang, que le concede derechos absolutos por un siglo sobre el Gran Canal que construirá en cinco años, igual que los genios de las Mil y una noches transportan montañas en un abrir y cerrar de ojos.

“Los nicaragüenses han tenido este sueño por centenares de años y de pronto aparece un chino y les dice que tiene un plan. Se quedaron sorprendidos”, dice. El chino, por supuesto, es él. En Beijing, al enseñar la ruta del canal, el mapa estaba al revés; al voltearlo, se adivina que se trata de la ruta del río San Juan, fronterizo a Costa Rica.

Pero semanas después había cambiado de opinión, y también desde Beijing, su capital imperial, anunció otra ruta; desde el puerto de Bluefields en el Caribe, el Gran Canal entraría al Gran Lago para salir hacia el Pacífico, no obstante que cuatro mil personas, según sus propias cuentas, apenas empezaban a trabajar en los estudios de factibilidad.

HKND es la compañía propiedad suya que recibió la concesión del Gran Canal. A los pocos días desmentía a su dueño único. “La decisión sobre la ruta final se basará en estudios técnicos, ambientales, comerciales, comunitarios y otras investigaciones que se están desarrollando”, reza el comunicado. ¿Cómo puede contradecir una empresa a su dueño absoluto?

Al asegurar que el Gran Canal era un proyecto serio, Wang afirmó que no quería convertirse en el hazmerreír del mundo, y por tanto no iba a fallar. Pero ya lo es. Hasta aquí la comedia. La tragedia es que este bufón de la ópera de Pekín es dueño por un largo siglo de la soberanía de Nicaragua. O quien esté detrás de su máscara.