A propósito de las representaciones de Don Carlo en el Teatro Colón

A propósito de las representaciones de Don Carlo en el Teatro Colón
Escena de Don Carlo con el «elenco argentino». Foto: Arnaldo Colombaroli

Desde este lejano Buenos Aires y ya a finales de la temporada lírica, intentaré comentar dos funciones de la ópera Don Carlo, de Verdi. En ellas triunfó un elenco completamente argentino, después de las cuatro representaciones a cargo de un elenco internacional y heterogéneo en nuestro Teatro Colón.

A los lectores europeos de Opera World quizás les llamará la atención que dedique parte de esta nota para alabar a mis connacionales en Don Carlo. Tengo muchos motivos para hacerlo. Hace muchos años y en mi juventud, llegué a asistir a representaciones de óperas cantadas por artistas argentinos. Es imposible no recordar a aquellos atletas del canto que se dieron sin tasa en las memorables funciones vespertinas del Colón. Eran tiempos serenos, tranquilos y aquellas funciones en las tardes de los miércoles y los domingos se quedaron para siempre en mí.

Cuando los años de la guerra habían pasado, las enseñanzas de muchos maestros extranjeros y nacionales en Argentina, calaron en nuestros cantantes. Así se puede comprender cómo Beniamino Gigli, Leonard Warren, Mario del Mónaco, Nicola Rossi Lemeni, entre otros grandes, unieron sus nombres a jóvenes cantantes argentinos. Los talleres propios del Teatro Colón, sus escenografías y vestuarios se pusieron al servicio de las nuevas generaciones.

Ahora y muy avanzada la temporada de nuestro Colón, por esas cosas curiosas que a veces suceden, la dirección del teatro, llamó como antaño, a un grupo talentoso de cantantes nacionales. La ópera Don Carlo había sido interpretada por un elenco internacional y ante la sorpresa de muchos, se anunciaron también dos funciones con argentinos. El Maestro Ira Levin que condujo la orquesta estable del Colón en las funciones anteriores, dirigió también las dos, llamadas “extraordinarias”.

Los cantantes convocados no subieron al escenario de la noche a la mañana. Por honradez protocolaria los menciono alfabéticamente. Fueron ellos: Emiliano Bulacios, Lucas Bebelec Meyer, Haydeé Dabusti, Carlos Esquivel, Gustavo López Manzitti, Alejandro Meerapfel y María Luján Mirabelli.

Todos ellos pudieron acceder juntos a ensayos previos. Afortunadamente en el Colón se ha dejado a un lado la mala práctica de hacer entrar a escena a cantantes que no tuvieron oportunidad de ensayar con orquesta.

Cartel de Lucrezia Borgia en el Teatro Colón con Beniamino Gigli
Cartel de Lucrezia Borgia en el Teatro Colón con Beniamino Gigli

En el elenco extranjero los críticos musicales hallaron en ellos vestigios de tiempos mejores. Se volvió a repetir aquel dicho de una eminente musicóloga cuando afirmó que, a Argentina llegan los artistas muy jóvenes para hacer curriculum y también los mayores porque viven de sus antiguos éxitos.

Hemos tenido la suerte de poder contar con el Mtro. Ira Levin en el foso y con Eugenio Zanetti en la dirección escénica y escenografía. No tuvimos sorpresas porque Zanetti ofreció un trabajo muy serio, bonito y deslumbrante, enraizado en la tradición operística. Zanetti tomó a Don Carlo en sus manos y se alejó como era esperable de las concepciones actuales de algunas óperas. Así nos evitó “il crepa cuore”.

Por otra parte, he leído en nuestra revista Opera World varios comentarios serenos y eruditos acerca de las representaciones europeas de algunas óperas. Por mi parte, sorprendido ante la Madama Butterfly de Caracalla, volví a estudiar la partitura y el libreto de la obra.

En la versión romana, una Cio-Cio San de quince años, pasa después de tres años, a ser una mujer que abandona el kimono y aparece en jeans. Compadezco a la soprano que la cantó así. ¿Cómo habrá interpretado vestida a la moderna aquello de “da quel tempo felice tre anni son passati”? Para mí es un revisionismo poco feliz.

He podido seguir también los comentarios al Don Carlo de Burdeos. Allí las voces fueron las protagonistas y así debe ser. Afortunadamente borró el recuerdo de un Don Carlo revisionado. Lo he dicho ya y lo digo nuevamente: no es posible meter a un cantante en un personaje cuando todo lo que tiene cerca suyo, ropaje y escenificación, distan tanto de lo que el compositor pensó para sus personajes.

Por otra parte, me he sentido reconfortado con la nota sobre la espléndida Lucía de Florencia y he seguido lo dicho en nuestra revista sobre Il Trovatore en A Coruña. Lo han calificado de apoteósico y así fue. Las fotografías no cantan, pero no pueden engañar. Así me ayudaron a olvidar las imágenes de un gran tenor contemporáneo con una vestimenta completamente fuera del tiempo y cantando “madre infelice, corro a salvarti!”.

Comparto plenamente los dichos de Francisco García-Rosado, nuestro director de Opera World. Por su parte elogia a la lírica de España y ante la representación de Il Trovatore que he mencionado, expresa: “Estamos ante un acontecimiento lírico histórico que debe tener repercusión en la lírica nacional a la hora de programar sus temporadas”.

Roberto Sebastián Cava

Mario del Monaco en Otello. Teatro Colón, 1950