A través del velo de la regresión de I Puritani en el Liceu, con Javier Camarena y Pretty Yende

I Puritani ® Bill Cooper
I Puritani ® Bill Cooper

En esta versión de I Puritani en el Liceu, la directora irlandesa Annilese Miskimmon plantea el delirio de Elvira como un ligamento entre dos tiempos históricos a costa de tensar su mente hasta romperla. Para ello parece partir literalmente un verso en el que el personaje habla de la ausencia de su amado Arturo «fueron tres siglos de tormentos y horror […]» para estipular un lapso entre los dos contextos donde oscila la mente de Elvira y la escena: el conflicto de Irlanda del Norte de los años 70 del siglo XX entre los protestantes de la Orden de Orange y católicos, y el conflicto bélico del siglo XVII entre puritanos protestantes y católicos Estuardo del libreto.

La acción transcurre en una sala de usos múltiples con un pequeño servicio de cocina, un piano y sillas apiladas, que se sugiere propia de un barrio obrero en Belfast. Allí Elvira se ve a sí misma desdoblada en un alter ego vestido de época a través de quien vive los acontecimientos, absolutamente desplazada de su realidad. Escénicamente, Leslie Travers formaliza el desquiciamiento de Elvira como el desencaje y repliegue de sus paredes para culminar en el segundo acto con una reescenificación del mismo lugar como sala del castillo de los Valton. Blanco contra negro, los elementos anónimos de la primera sala se transponen en clave representativa y monumental en la segunda sala noble: así, la ventana interior hacia la cocina se magnifica como boca de un pequeño escenario desde donde Elvira canta su aria de la locura, se elevan las alturas y los vanos de modo que la puerta doble deviene un portal, el zócalo de listones verticales de madera un revestimiento interior de gran altura e incluso los percheros parecen servir de ganchos donde asegurar las bridas de los caballos.

I Puritani, escenografía de Leslie Travers ® Bill Cooper

En lo musical, los dúos de Javier Camarena y Pretty Yende redondearon la noche de un Gran Teatre que volcó sus loas en el dueto del reencuentro de Arturo y Elvira del tercer acto, «Nel mirati un solo instante». Pero también por separado, el público remató con bravos a los amantes de bandos opuestos por resolver con hermosura los momentos que debían serlo: a Camarena —en el regalo del velo nupcial de Arturo «A te o cara» y en su anhelo desesperado de reencontrar a Elvira al escabullirse de su propia persecución— y a Yende —en el resquebrajamiento de cordura de Elvira al verse traicionada y abandonada por Arturo al cierre del primer acto y, en especial, en el posterior florecimiento de su locura «Qui la voce», que acaparó la loa más larga de la noche—. 

Hay que observar, sin embargo, que la directora plantea que la mente de Elvira se rompa antes por la fatiga de las tensiones políticas que enfrentan a los suyos con los católicos que por la negación del desengaño amoroso al saber que su prometido ha huido con otra mujer cubierta con su propio velo nupcial en vísperas de su boda. Un hecho que resulta ser falso, puesto que en realidad esa mujer es la prisionera Enriqueta de Francia, a la sazón viuda del ejecutado Carlos I, rey de los católicos Estuardo a los que pertenece Arturo, y que resolvió sin fisuras Lidia Vinyes-Curtis.

Mariusz Kwiencień encarnó un buen Ricardo y junto al Giorgio de Marco Mimica entablaron el potente y aplaudido dúo «Il rival salvar tu dei» que bajó el telón del primer acto. En general, una buena labor del coro. Cumplió el maestro Franklin con la orquesta de la casa, aunque en algún momento el apoyo a las voces pareciera perder pie o el foso se afanarse demasiado en el volumen. 

Finalmente, en el último acto se vuelve a la sala de actos de Belfast… todo está preparado para que los conocedores del argumento aguardemos la redención de Elvira, verla recuperar el sentido de su tiempo y de su vida al aclarar lo sucedido con el propio Arturo justo antes de ser atrapado y, en ciernes de su ejecución, recibir un indulto junto a todos los prisioneros de guerra del bando perdedor… pero esto no ocurre: Arturo es degollado frente al público por la Orden de Orange. Miskimmon contrapone la piedad histórica con un presente despiadado y deja que la música de Bellini y el libreto se perciban como el velo de una regresión que suaviza la percepción de unos hechos grotescos y así (o tal vez: solo así) los vuelve tolerables.

Félix de la Fuente