Un absortamente necesario Tristán e Isolda en el Liceu, con Iréne Theorin, Stefan Vinke y Albert Dohmen.

®A.Bofill
®A.Bofill

Un filtro de necesidad el de esta producción de Tristán e Isolda en el Liceu, del puño de Alex Ollé, de La Fura dels Baus, con una propuesta plástica capaz de hacer gala y a su vez de saber apaciguar los recursos dinámicos hasta el punto de constituir una suerte de basamento sobre el que se yergue la música de este monumento wagneriano al claroscuro amor romántico, y lo hace además con un elenco vocal sublime y una dirección orquestal fulgurante por parte del maestro Josep Pons.

Las variaciones de tres elementos bastan para la composición escénica: una plataforma horizontal a modo de piso rotatorio; un enorme casquete esférico de 5.2 toneladas, descolgado en el centro a modo de volumen sólido de una cara o cuenco ahuecado en su cara opuesta; y las vídeoproyecciones de Fran Aleu a modo de mutaciones superpuestas. Se constituyen así en los sucesivos actos la cubierta del barco donde Tristán lleva a Isolda desde Irlanda hacia el castillo de Cornualles para que contraiga matrimonio con el rey Marke, el interior del castillo del rey donde los enamorados se encuentran a hurtadillas y finalmente el aposento de un Tristán moribundo en su tierra natal.

Llaman poderosamente la atención el estatismo del tercer y sobre todo del primer acto, donde tan solo es aparente y se nos presenta como un ilusorio ejercicio de lentidigitación digno del mago René Lavand:  Alfons Flores resuelve el barco de Tristán con unos recursos mínimos, al plano rectangular del piso se le instala una barandilla que sugiere la curvatura de la cuaderna y guía el descenso de una escalera, unas pequeñas tarimas elevadas reminiscentes de respiraderos de la bodega y una línea proyectada de oleaje sobre un fondo vacío completan la escena… en principio, puesto que los 75 minutos del cuerpo completo del primer acto son los que tarda en  virar el barco de babor a estribor y los que tarda el casquete esférico en descender a escena como una inmensa luna, una mágica transición en gran medida análoga al viraje del odio febril entre Isolda y Tristán a la mutua fiebre de amor causada por el filtro mágico que la nodriza de Isolda les da a beber en sustitución del filtro de muerte que la princesa irlandesa había ordenado. De igual modo, el influjo sobrenatural del filtro es análogo al que ejerce la aproximación de la luna sobre las mareas del océano.

Acto I: Von einem Kahn ®A.Bofill
Acto I: Von einem Kahn ®A.Bofill

En el segundo acto, el interior del casquete esférico aloja una sala del castillo que coloca nuestra mirada prácticamente detrás de la mirilla de una puerta con la deformación propia de una perspectiva en ojo de pez que nos hace asistir casi en calidad de voyeurs a los aposentos donde Isolda se reúne a hurtadillas con Tristán. Allí, la percepción se altera por una batería de proyecciones oníricas y pulsantes en consonancia con el dúo de los amantes enajenados por el filtro. Coincide que la cara interna de este casquete esférico se corresponde con la cara opuesta de la luna que se nos había presentado en el primer acto y con el valor simbólico que hace el libreto de la noche para referirse al amor absoluto, que solo puede sublimarse en la pureza que sucede a la muerte: “estamos consagrados a la noche”, dice Tristán.

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Acto II: O sink hernieder. ®La fura dels baus, Stofleth, A.Bofill.

En lo musical, un espectáculo de altura el de la pareja protagonista, sin merma ni concesiones a lo largo de una ópera maratoniana que la sala aplaudió y embraveció sin reparos: Iréne Theorin cerró la ópera con un Libestod excepcionalmente hermoso que deja patente las facultades que hacen de ella una Isolda referencial. El Tristán de Stefan Vinke fue pletórico de principio a fin y el rey Marke de Albert Dohmen verdaderamente memorable, insigne en las dos vertientes musicales del personaje, el dolor sobrio del segundo acto y la expiación inconsolable del tercero. Geer Grimsley otorga a Kurenwal una gran presencia escénica y un conmovedor tercer acto, Sarah Connolly sella una  refinada interpretación de Brangäne, y desde sus roles secundarios, Francisco Vals como Melot, Jorge Rodríguez Norton como pastor y marinero, y Germán Olvera como timonel mantienen la línea de flotación general del cartel.

En una obra donde Wagner vuelca las exaltaciones internas de los personajes sobre una partitura que se podría decir que draga los fondos anímicos del espectador, Alex Ollé da una réplica plástica y dramatúrgica del mayor interés, desde el acompañamiento visual absorto en los actos inicial y final, hasta volverse una voz cantante más, empastada con el soliviantado dúo amatorio del acto intermedio.

Félix de la Fuente