Lohengrin en el Met Por Carlos J. López Rayward
El Met regresa después del parón de febrero con la ópera Lohengrin de Richard Wagner, en el estreno de una nueva producción firmada por el canadiense François Girard, con Yannick Nézet-Séguin al mando de su orquesta y un elenco encabezado por Piotr Beczała, Tamara Wilson, Christine Goerke, y los habituales del Met: Evgeny Nikitin y Günther Groissböck.

El público del Met de Nueva York, y en general el estadounidense, suele ser muy amable con los artistas. Ya hemos comentado alguna vez cómo solo algunos valientes se atreven a afear la interpretación de los cantantes, sobre todo si son conocidos. Por eso, y aunque no fue un abucheo mayoritario, los «buus» en los saludos finales tras este Lohengrin sorprendieron y sonaron, si cabe, más ruidosos.
Las protestas fueron dirigidas hacia el director de escena François Girard y su equipo, que soportaron el chaparrón con una sonrisa estoica. Ya es la tercera vez que el Met recurre a Girard para sus producciones wagnerianas. El serial comenzó en 2013 con el potente Parsifal con Jonas Kaufmann. Le seguiría una esquemática, aunque bien resuelta propuesta de El Holandés Errante, que resultaría uno de los últimos títulos que se vería en el Met antes de la pandemia de 2020. En este estreno de 2023, el público del Met acierta al señalar este Lohengrin como la puesta en escena más floja de la terna.

Girard propone una continuación de la estética de su Parsifal, con escenario compuesto por una gran losa de hormigón con un enorme agujero en forma de elipse que ofrece una vista hacia el espacio. El resultado recuerda a una alcantarilla, en el que los personajes serían algo así como ratas atrapadas en un mundo de oscuridad. El segundo acto ofrece la vista inversa: un plano cenital del trono del rey Heinrich, muy estético y cinematográfico, que no encuentra desarrollo por lo complejo que resulta poner a los personajes en ese complicado ángulo.
Aunque quizá lo más llamativo y novedoso sea el uso del vestuario del coro como el elemento visual más importante de la puesta en escena. La idea, llevada a término por el diseñador chino Tim Yip, hace que los coristas del Met, que junto con los figurantes y bailarines superan el centenar en escena, vistan una capa oscura con tres forros, verde, rojo y blanco, que van mostrando secuencialmente. Los tres colores son el trasunto visual de los leitmotivs de Wagner para el rey Heinrich, Friedrich von Telramund y Lohengrin, respectivamente. El concepto resalta con elocuencia la importancia del coro y la música en la ópera, pero su aplicación práctica resulta un fracaso.

Los miembros del coro, al convertirse en elemento escénico y visual, pierden parte de su complejidad grupal, constreñidos por las limitadas combinaciones de la triada cromática. Además, ese cambio súbito de color en la indumentaria, tan extraño en cualquier época, desconcierta más que facilita la acción. Es difícil trazar una línea lógica que explique tanto cambio de color en el coro, más allá del mero efectismo visual que, en cualquier caso, es tan elaborado como innecesario. Así, cualquier posibilidad expresiva que el recurso pudiera tener se pierde en un desconcertante marasmo de flases verdes, rojos y blancos.
Pese a una obertura al primer acto más bien deslavazada, Yannick Nézet-Séguin, director titular del Met, se hizo pronto con los mandos de la orquesta. Muy generoso con los cantantes, siempre comunicativo y propositivo, Nézet-Séguin volvió a dejar un buen sabor de boca, aunque su Lohengrin resulte más bien relativista y posmoderno, sin ambiciones trascendentales. El coro del Met, dotado aquí de todos lo medios para su lucimiento, no desaprovechó la ocasión, y regaló momentos de gran emoción incluso a pesar de las dificultades impuestas por la escenografía.

El tenor Piotr Beczała se presenta en el papel titular, en un estreno que marca un punto de inflexión en su carrera, hasta ahora de tenor lírico, hacia papeles más pesados. Tras su triunfo en Fedora como Loris Ipanov, Beczała se ha convertido en el cantante más relevante de la temporada lírica en Nueva York. Su Lohengrin, lírico e inspirado, como era de esperar, da la talla como el Caballero del Cisne, aunque en la noche del estreno se mostró algo tenso y frío en sus intercambios con la Elsa de Tamara Wilson. Tanto la escena de entrada, como su negativo musical de la despedida en tercer acto, el tenor polaco dominó la escena y voló sobre la orquesta, dejando momentos de emocionante lirismo. Los defectos habituales en la colocación del agudo, así como los apoyos titubeantes no empañan un Lohengrin vibrante y de calado. Lejos quedan ya las anchuras del glorioso Lauritz Melchior o la límpida claridad expositiva de Sandor Konya; pero aún se recuerdan en Nueva York la varonil apostura de René Kollo, las apreturas del seductor Plácido Domingo o los bríos del aguerrido Ben Heppner. Junto a todos ellos, Piotr Bezcala es un digno sucesor, un artista que pese a sus limitaciones vocales sabe ofrecer un Lohengrin atractivo y musical.
La Elsa de la soprano Tamara Wilson se pudo disfrutar en plenitud. La soprano conserva la frescura en la proyección, muy wagneriana, capaz de replegarse y expandirse sin perder la línea. El timbre es muy bello también con una atractiva paleta cromática, que la soprano sabe manejar pese a cierta tendencia a sobre oscurecer las notas graves. La Wilson es una soprano spinto que emociona en los pasajes más líricos con fulgurantes ataques a las notas más altas, pero que flaquea un tanto en los más dramáticos, con un vibrato algo excesivo. Su Elsa, muy premiada por el público, resulta creíble pese a ser algo maltratada por una producción que renuncia a explorar a fondo su personaje.

La soprano neoyorkina Christine Goerke vuelve al Met como Ortrud, tras su exitosa actuación en Dialogues des Carmelites. Pese a su energética y cuidada presentación, la Goerke poco puede hacer con un instrumento ya muy agostado. Su Ortrud aguanta el tipo a duras penas gracias a la ayuda de Nézet-Séguin, a la calidez en el agudo, y a la creatividad y la expresión de su línea de canto. El deterioro de la voz es claro, si consideramos que la Gorke podía dar la cara como Brünnhilde hace menos de cuatro años.
El bajo austriaco Günther Groissböck fue el cantantes más aplaudido después de Bezcala. Desde luego, su Rey Heinrich admite pocos peros. Groissböck demostró estar en plena forma. En la noche del estreno de este Lohengrin, parecía como si el público esperara con interés cada una de sus intervenciones. Tras su éxito como Felipe II a finales de 2022, este Rey Heinrich lo consolida aún más como el bajo de referencia en el Met. Günther Groissböck no dejará Nueva York tras Lohengrin ya que está anunciado como Barón Ochs en Der Rosenkavalier, junto a Lise Davidsen.

El barítono ruso Evgeny Nikitin sigue cumpliendo, aunque sin demasiados lujos. No obstante, la oscuridad cavernosa del timbre, el squillo y la musculatura de su canto le van muy bien al personaje del desdichado Friedrich von Telramund.
Las óperas de Wagner en el Met siempre son un acontecimiento. El público wagneriano de la Gran Manzana, entendido y exigente, ha indultado esta vez a los cantantes, y condenado la alucinada puesta en escena de François Girard. En una compañía que sorprende poco con lo visual, es de agradecer el esfuerzo por ofrecer cosas nuevas y crear grandes espectáculos, más allá del resultado.
Metropolitan Opera de Nueva York, a 26 de febrero de 2023. Lohengrin, ópera romántica en tres actos con música y libreto de Richard Wagner.
Dirección Musical: Yannick Nézet-Séguin, Producción: François Girard, Escenografía y Vestuario: Tim Yip, Iluminación: David Finn, Proyecciones: Peter Flaherty, Coreografía: Serge Bennathan, Dramaturgia: Serge Lamothe.
Reparto: Brian Mulligan, Günther Groissböck, Evgeny Nikitin, Tamara Wilson, Piotr Beczała, Christine Goerke, Errin Duane Brooks, Thomas Capobianco, Anthony Clark Evans, Stefan Egerstrom, Catherine MiEun, Choi-Steckmeyer, Andrea Coleman, Alexa Jarvis, Anne Nonnemacher, Andrew Spriggs.