Achúcarro y Tebar inauguran el ciclo de conciertos del Palau de la Música

Achúcarro y Tebar inauguran el ciclo de conciertos del Palau de la Música
Achúcarro y Tebar inauguran el ciclo de conciertos del Palau de la Música

Muy elogiable concierto de inicio de temporada el que ofrecieron en el Palau de la Música de Valencia Joaquín Achúcarro y Ramón Tebar con la Orquesta titular del auditorio. Excelente por inspiración, carácter, diversidad, sensaciones, criterio y, sobre todo, arrobamiento sonoro en todas y cada una de las obras interpretadas.

Se abrió el programa con «A la búsqueda del más allá», pieza a la que Tebar le tiene muy bien tomado el pulso desde la ambientalidad inicial de las maderas y los atonalismos espaciales de los cobres (que preludian la entrada de los arcos sobre los arpegios de las arpas, generando una circunstancia cósmica), hasta los compases conclusivos, con la cita del himno USA incluida.

Hubo detalles muy reveladores en el concepto primando la sensación etérea en un territorio evanescente de luz vital, el misterio de evocación mahleriana y el descriptivismo atmosférico, que hizo ensueño el espacio y la percepción del Rodrigo mediterráneo. Pero, sobre todo, primó el tiempo y la proyección sonora enquimerando el aire de la sala.

La participación de Joaquín Achúcarro en el concierto de Grieg concedió a la obra un desacostumbrado carácter de ponderación inspirada e imaginativa. El director valenciano, también pianista, dejó a su maestro expresarse a placer, acompasando la orquesta a su dictado. El bilbaíno ingenioso, con pulsación diáfana y experto uso del pedal, condujo al seductor segundo tema del primer tiempo que estipulan los cellos, pero al que el piano concedió su auténtica razón de ser. La cadencia elevó a Grieg al nivel de Brahms con fragancia raveliana. Embeleso sedoso de los arcos en el inicio del soñador segundo tiempo, tras el que Achúcarro deshojó cada nota del poético tema. Aplausos para el trompa en su comprometido solo que acoge los trinos del piano. En el ritmo del primer tema de la danza que abre el movimiento conclusivo, vuelve a estar Brahms de visita en el acento orquestal y el decir del piano. El pianista a sus 86 años, en un prodigio de sabiduría de todo tipo, sublima el tema de la flauta con perlada articulación emocional, precediendo a la coda que muchos intérpretes tienden a parrandear y que el pasado miércoles sonó con determinante propiedad. Este comentarista pocas veces ha oído en vivo esta obra con mayor majestad, aliento poético y, lo que más vale, sin un gramo de almíbar.

Gozosos ambos intérpretes se retiraron al camerino a disfrutar de su éxito, pero aún le quedaba a Tebar una obra compleja que, precisamente por su popularidad, pervive en la memoria de la audiencia: la quinta sinfonía de Tchaikovski. Me complació especialmente el criterio berlioziano con que la batuta planteó la obra: la idea del leiv motiv del fatum, tan obsesivo en el compositor ruso, que transmigra desde la fatalidad del primer tiempo a la exaltación vibrante y redentora del último.

El lúgubre solo de clarinete inicial, con espíritu Maazel, acogido por una cuerda grave copiosa, antecedió a un segundo tema acentuado en las caídas del compás, enervándose por momentos. Fue muy significativo que el maestro valenciano, señor del matiz, concedió tanta importancia a los puentes como a las exposiciones temáticas en sí mismas. Muy sugestivo el valseado, reteniendo los contratiempos, con arcos exquisitos, frente a los pasionales conjuntos. Organístico el solo de trompa del segundo movimiento, señalando hasta los mordentes con apoyatura, repetido por los aterciopelados cellos. El juego de los dos temas (el segundo presentado por un oboe sensorial) lleva a una ensoñación enamorada por el cuarteto de maderas. Alternó el director el pulso del vals del tercer tiempo, de 3 a 1para darle un punto de heterogénea complacencia. Andante reposado y piano, como prescribe la partitura en el inicio del postrer movimiento, definiendo el tema aciago del fatum como una situación premonitoria de que iba a ser vencido. Una solemnidad casi litúrgica de matizada unción precedió al allegro muy diverso en su compleja dicción fugada, en donde habría que anotar algún leve desajuste entre vientos y cuerda. El glorificado himno victorioso en la coda, con los dos temas del tiempo al unísono, arrancó ovaciones y bravos de los asistentes, parte de los cuales se pusieron en pie, obligando a Tebar a comparecer cinco veces en la escena.

Antonio Gascó