Tras más de 5 años de cierre por obras de remodelación, la Staatsoper Unter den Linden de Berlín abría sus puertas hace unos meses, volviendo a su sede tras el exilio en el Teatro Schiller. Tenía curiosidad por ver cómo había quedado el teatro y tengo que decir que lo más sorprendente ha sido la acústica, que es verdaderamente espectacular. Había estado varias veces en el pasado en esta sala y no recordaba una acústica tan excepcional. Así da gusto ver una ópera. No recuerdo un sonido tan bueno en mi larga frecuentación de teatros de ópera.
Se ha ofrecido una nueva producción de Tristan und Isolde, de la que se ha encargado el director de escena ruso Dmitri Tcherniakov, que parece tener una buena entente con Daniel Barenboim, ya que ha dirigido ya varias óperas para esta compañía, la última de ellas Parsifal.
La acción se traslada a tiempos actuales, contando con escenografía del propio Dmitri Tcherniakov, que resulta a ratos brillante. El primer acto se desarrolla en una sala de reuniones del barco que lleva a los héroes a Inglaterra, con una pantalla donde se puede ver la marcha del barco. En el segundo acto estamos en el palacio del Rey Marke, donde se celebra una fiesta como despedida de los invitados para la partida de caza. La sala ofrece al fondo, separada por una puerta, una gran mesa de comedor. En el tercer acto estamos en una habitación en Kareol, un tanto simple con paredes con papeles pintados, un sofá donde está Tristán, un cubículo al fondo y una ventana a la izquierda desde donde se divisa el océano. Resulta una producción moderna y atractiva.
La dirección escénica de Dmitri Tcherniakov no presenta excesivas originalidades en los dos primeros actos. Resulta sorprendente la reacción de nuestros héroes al beber el filtro del amor, ya que les da casi una auténtico ataque de risa. La entrada de Tristán en el segundo acto nos ofrece un personaje un tanto desenfadado, algo parecido a lo que ocurre con Isolde, aunque en el dúo de amor la cosa parece ponerse más seria. Las originalidades parece guardarlas Tcherniakov para el acto de Kareol. Para empezar hace que el intérprete del Cuerno Inglés salga a escena. Situándolo en el cubículo del fondo hasta que parece Isolde. Por otro lado y en pleno monólogo de Tristán, el regista hace aparecer en escena a los padres del héroe: ella muy embarazada. Esto no aporta nada sino distraer la atención sobre la música. A juzgar por los movimientos Tristán, se diría que muere de infarto, ya que no se puede entender tanto salto estando moribundo. La otra originalidad de Tcherniakov es hacer que Kurwenal y Melot no mueran, lo que hace perder todo sentido a la expresión del Rey Marke a su entrada en Kareol: Todos muertos. Salvo aspectos puntuales, la producción funciona bien y cuenta con una buena dirección de escena, como es habitual en las producciones de Tcherniakov.
El vestuario es actual y atractivo y se debe a Elena Zaytseva, mientras que la correcta iluminación es obra de Gleb Filshtinsky. Hay unas proyecciones de videos sobre los protagonistas que nada aportan.
Como siempre, la dirección musical corrió a cargo del director titular de la casa, es decir Daniel Barenboim, Su dirección ha sido magnífica, sacando un partido espectacular de la excelente de la Staatskapelle Berlín. Fue un auténtico placer, de los que pocas veces uno puede disfrutar, asistir en este teatro a esta interpretación musical, ya que su excepcional acústica convertía el sonido en algo milagroso. Fue una gran noche musical.
El tenor austriaco Andreas Schager fue un Tristán que podría calificar de excepcional. Ya el hecho de poder superar las dificultades de la partitura, especialmente en el dúo del segundo acto y en el inmenso monólogo del tercero, únicamente está dado poder hacer a auténticos héroes. Andreas Schager es hoy por hoy, junto a Stephen Gould, el gran Tristán de la actualidad. Además resulta un convincente intérprete escénico. Un gran Tristán.
La soprano alemana Anja Kampe fue una muy convincente intérprete del personaje de Isolde, viviéndolo con una rara intensidad. Su centro funciona perfectamente, con amplitud más que suficiente y sabe transmitir emociones. Es una pena que la parte de arriba ofrece claras destemplanzas, apreturas y hasta sonidos descontrolados. Es verdad que hubo aviso de indisposición al iniciarse la representación, pero me temo que no fue sino poner la venda antes de que se produjera la herida. En cualquier caso, fue una gran Isolde, si nos olvidamos de estos detalles.
El rey Marke fue interpretado por Stephen Milling, que tuvo una buena actuación, cantando con empaque, sonoridad y elegancia su gran monólogo del segundo acto. Es hoy por hoy una de las mejores alternativas para estos grandes bajos wagnerianos.
La mezzo-soprano rusa Ekaterina Gubanova fue una magnífica Brangaene. Creo que es la mejor actuación que le recuerdo. Siempre me ha dejado un tanto frío con sus actuaciones, aunque la voz tiene una indudable calidad, pero en esta ocasión me ha resultado plenamente convincente.
Buena también la actuación de Boaz Daniel como el fiel Kurwenal, con voz adecuada y sonora.
En los personajes secundarios Stephan Rügamer fue un adecuado Melot, mientras que Adam Kutny lo hizo bien como Timonel. Correcto el Pastor de Linard Vrielink.
El teatro estaba abarrotado, habiendo agotado sus localidades. El público dedicó una entusiasta recepción a los artistas. Todos recibieron su ración de bravos, siendo los mayores para Barenboim, la orquesta y los dos protagonistas.
La representación comenzó con 6 minutos de retraso y tuvo una duración de 5 horas y 31 minutos, incluyendo dos largos intermedios. Duración musical de 4 horas y 3 minutos. Diez minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 162 euros, habiendo butacas de platea desde 102 euros. La localidad más barata costaba 37 euros.
José M. Irurzun