Aida. Verdi. Viena

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Viena es, junto con Londres y Berlín, una de las grandes capitales musicales del mundo. De ahí que una visita cada cierto tiempo sea casi obligada para poder disfrutar de la oferta musical y operística de la ciudad. En esta oportunidad, el debut de Nina Stemme y Jonas Kaufmann en La Fancciulla del West, la presencia de Anja Harteros en el Don Carlo verdiano y el estreno mundial de la ópera A Harlot’s Progress, del joven británico Iain Bell, eran motivos suficientes para justificar el viaje. A esto todavía añadiría la oportunidades ver una ópera casi desconocida en España, como es Der Wildschütz, de Albert Lortzing, siendo esta Aida que ahora nos ocupa nada más que un complemento, que ha respondido a lo que como tal podía esperarse.

La producción de Nicolas Joel cumplía con ésta sus 104 representaciones en este teatro y no tiene mucho interés. Se trata de una producción muy tradicional, con escenografía realista y grande de Carlo Tommasi, siempre en motivos egipcios y en la que no faltan algunos detalles sorprendentes, como el de colocar la tumba de Radamés elevada en el último acto, mientras que Amneris aparece al final en un plano más abajo. Más parecía que a Radamés le habían dedicado un monumento. El vestuario del mismo Carlo Tommasi es atractivo y muy variado en lo que se refiere a la hija del Faraón. Por donde la producción hace agua es por la pura dirección escénica, que resulta totalmente inexistente, digna de una representación en forma de concierto y con trajes. La falta de vida de la producción lleva a la pesadez y al aburrimiento.

Uno de los grandes atractivos de la Staatsoper de Viena es poder disfrutar de las prestaciones musicales que en ella se ofrecen. Tampoco ha sido así en este caso, en lo

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que supongo que habrá influido el hecho de que la Filarmónica de Viena, cuyos profesores nutren a la Orquesta de la Wiener Staatsoper, está estos días ocupada en la 5a Sinfonía de Bruckner en el Musikverein. La dirección de Dan Ettinger tuvo claros altibajos a lo largo de la representación, tendiendo a abusar de volumen en más de una ocasión. Como digo, la orquesta no ofreció el sonido que cabía esperar de ella y ni siquiera el Coro de la Staatsoper brilló en exceso, llegando las voces poco empastadas en la escena del triunfo.

El reparto vocal ofrecía nombres de importancia, pero la realidad tampoco respondió a las expectativas.

Kristin Lewis fue una Aida que no pasó de lo rutinario. Hacía menos de un año que la había visto en el mismo personaje y su actuación me ha parecido más aburrida que entonces. Su canto es de una gran superficialidad, buscando efectos en forma de piani y filados, venga o no a cuento. La voz no tiene demasiado atractivo en el centro, más bien de tamaño un tanto reducido, y los graves son inexistentes. Así no se puede triunfar en Aida.

Marcello Giordani

Marcello Giordani ha sido uno de los tenores importantes en los últimos años, pero no parece encontrarse en su mejor momento vocal, lo que no deja de llamar la atención, ya que apenas ha cumplido los 50 años de edad. Su Radamés tuvo poco interés y apenas hubo brillo vocal. El centro nunca ha sido su fuerte, pero ahora suena casi áfono en muchas ocasiones. Sigue manteniendo el brillo en las notas altas, aunque parecen menos seguras que hace no mucho tiempo. Su Celeste Aida pasó sin pena ni gloria, y casi lo mismo se podría decir de su dúo con Aida en la escena del Nilo. Lo mejor fue la escena de la tumba, en la que pudimos constatar que no se le ha olvidado cantar,

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Olga Borodina ha sido una de las grandes mezzo sopranos verdianas de los últimos años y sigue teniendo una voz de todo respeto, bien timbrada, fresca y de volumen considerable. Su Amneris no despertó dramáticamente hasta la escena del Juicio de Radamés, que fue lo más convincente de su actuación. Hoy no se encuentra cómoda en las notas más altas, que resultan destempladas.

Olga Borodina

Estuvo bien el barítono Markus Marquardt en la parte de Amonasro, con voz suficiente y buenas dosis de expresividad. El bajo rumano Sorin Coliban ofreció más cantidad que calidad en la parte de Ramfis, El bajo polaco Janusz Monarcha estuvo bien como Faraón, con la voz un tanto reducida de tamaño. Buena impresión la dejada tanto por Dimitrios Flemotomos (Mensajero) como por Olga Bezsmertna (Sacerdotisa).

La Staatsoper colgó el cartel de No hay Billetes, con más que notable presencia de extranjeros, sobre todo japoneses. El público no demostró entusiasmo durante la representación, mientras que no faltaron bravos en los saludos finales para los 3 principales protagonistas de la ópera.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 3 horas y 6 minutos, incluyendo un intermedio. La duración musical fue de 2 horas y 23 minutos. Los aplausos finales no pasaron de 5 minutos.

 

El precio de la localidad más cara era de 197 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 172 y 90 euros. La entrada más barata costaba 32 euros. Como es tradición en Viena, había entradas de pie por 12 euros.

José M. Irurzun