Ainhoa Teatro de la Zarzuela Por Germán García Tomás
La capacidad de una mujer fuerte para sobreponerse frente a los baches de la vida. Esa es la idea que quiso hacer resaltar en el Teatro de la Zarzuela el tenor mexicano Ramón Vargas respecto de su colega Ainhoa Arteta en este esperado regreso a los escenarios de la soprano guipuzcoana tras los serios problemas de salud que tuvo que afrontar el pasado año. Eligiendo como marco el coliseo de Jovellanos y la cálida compañía del tenor mexicano, – “si no fuera por él yo no estaría hoy aquí”, según confesó la propia cantante–, y contando con el acompañamiento de Javier Carmena al piano, cuando salió a escena Ainhoa Arteta fue recibida con una larga ovación del público, una ovación que más que un saludo quería ser un reconocimiento a toda la trayectoria de una artista con mayúsculas. Porque, como quedaba de manifiesto en el mensaje de bienvenida y las palabras de Vargas, de los momentos difíciles siempre se sale más fuerte, y Ainhoa lo ha demostrado con este íntimo y emocionante recital que, algo más alejada del foco mediático de lo que es habitual, muy generosamente nos ha regalado a todos.

Canciones de diversas procedencias geográficas recorrían el programa, que dio comienzo con Iberoamérica y el encanto brasileiro de Jayme Ovalle, con nuestra soprano recreándose y abandonándose a las sensuales melodías de Azulão o Modinha, antes de crear un especial clima de intimidad con La rosa y el sauce de Carlos Guastavino. A pesar de encontrarnos frente a una voz aún en proceso de asentamiento tras una larga convalecencia, nos alegraba que Arteta, en este repertorio más doméstico que el de la ópera, y en el que se siente como en casa, volviera a demostrar su mejor arte interpretativo y a hacer gala de su cálido timbre, de sonoros graves que, a pesar de no estar siempre bien apoyados, no desmerecieron el espléndido fraseo con el que siempre ha dotado de entidad expresiva a todo tipo de canciones en acentos y énfasis variados. Lo hizo, y mucho, en el Tríptico escrito en 1974 por el fallecido el pasado año Antón García Abril, su amor compositivo confesado. En estas tres melodías Arteta dio lo mejor de sí misma dotando de alma a los versos de Antonio Gala y la tercera, “No por amor”, la elevó a un dramatismo desgarrado. Antes había frecuentado su lengua natal con las deliciosas Cuatro canciones vascas (1965) de Félix Lavilla, el difunto marido pianista de Teresa Berganza que, en contraste con la seriedad de García Abril, habían hecho sacar a Arteta su faceta más desenfadada. Por último, brindó una muy digna versión de las Siete canciones populares españolas de Manuel de Falla, mucho más exigentes técnicamente. La soprano las defendió arropada por la impecable digitación de Javier Carmena, a la sazón tenor en formaciones corales, que se reveló como un imaginativo y atento acompañante en toda la velada. Ainhoa Teatro de la Zarzuela
Como es evidente, Ainhoa Arteta no podía enfrentarse a un recital en solitario, y la generosa aportación musical de Ramón Vargas, uno de los cantantes más internacionales con los que la soprano ha compartido cartel, hizo elevar el listón hasta cotas altísimas, pues este dio buenas evidencias de su magisterio e incontestable autoridad en el que es su repertorio natural, el italiano, desde Tosti, pasando por Mascagni, hasta la pura canzone napolitana de autores como Tagliaferri, Bixio (la publicitaria “Parlame d’amore, Mariú!”) o Cardillo, contribuciones que hacían brillar el refinamiento de su estilo canoro, en el que su timbre de tenor lírico de fragancias mediterráneas se abre paso a través de una exquisita línea de canto y un fraseo canónico. Si a eso se añade que hace gala de un insolente agudo y una voz con squillo, los ingredientes ya están más que preparados para que el teatro se venga abajo, como así efectivamente ocurrió, ante tales muestras de entrega interpretativa. Como reivindicación de lo patrio, Vargas volvió a volcar su apasionamiento en los hits de una tríada de mexicanos: Agustín Lara, María Gréver y Armando Manzanero. Ainhoa Teatro de la Zarzuela
En esa línea latinoamericana, el fin de fiesta llegó de la mano del bolero Bésame mucho, donde ella le besó a él en la mejilla, y con –¡oh sorpresa! – el dúo cómico de Goro y Jacinta de la zarzuela Los claveles de José Serrano, donde vuelve a haber un intento de ósculo, teatralizado con mucho humor por ambos cantantes. El público, que había aplaudido en todas y cada una de las canciones individuales, contraviniendo la ortodoxa praxis de no hacerlo entre bloques en un recital, dejó más que claro su cariño y admiración por Ainhoa, a la que se vio visiblemente emocionada cuando una espectadora de las primeras filas la espetó: “te queremos todo Madrid y toda España”. Por supuesto, suscribimos lo que dijo la buena señora. Ainhoa Teatro de la Zarzuela