Álbum de Zarzuela: postales patrias

Álbum de Zarzuela: postales patrias
Álbum de Zarzuela: postales patrias

No es fácil empresa la de construir una antología de zarzuela con un mínimo de buen gusto y dignidad hacia el género. Tristemente, y hay que reconocerlo, la labor de seleccionar fragmentos de zarzuela para conformar un espectáculo forma parte de un pasado ya histórico en el mundo del teatro que tiene a la figura del ilustre José Tamayo como su máximo valedor y referencia indiscutible. El empresario y director teatral granadino consiguió lo indecible a la hora de preservar y entronizar el género lírico español por medio de sus antológicas antologías, y valga la redundancia, pues el nivel de calidad artística, tanto a nivel de cantantes, bailarines o instrumentistas, como puramente técnica, supuso un logro difícil de igualar en aquellos fructíferos años de los Festivales de España, y, nos atrevemos a decir, incluso ahora en nuestros días, con los mil y un adelantos técnicos y escénicos de que goza el mundo del espectáculo. 

Dejando al margen la actividad institucional del Teatro de la Zarzuela, que, a pesar de no dedicarse a montar antologías al uso en el presente año ha obsequiado al público con un espectáculo sui géneris inspirado en la relación del género lírico con el baile y que ha llevado por título Zarzuela en Danza, quizá la idea de afrontar una antología acobarda a muchas compañías privadas de zarzuela, pues la movilización de medios técnicos y humanos para ponerlo en marcha conlleva un elevado coste artístico difícil de afrontar desde los modestos presupuestos a su alcance. Pero, felizmente, en este año una compañía en concreto vuelve por segunda ocasión a emprender el proyecto de levantar toda una antología lírica con el ánimo de recuperar en parte la esencia de los gloriosos montajes de Tamayo. Así lo ha reconocido el tenor y empresario Lorenzo Moncloa, director artístico de la Compañía Luis Fernández de Sevilla, cuyas riendas siguen en la asesoría de su alma mater, la nieta del genial libretista andaluz, Nieves Fernández de Sevilla, y que han recalado un año más en el Teatro EDP Gran Vía (anterior Teatro de la Luz Philips o Teatro Compac Gran Vía) en plena arteria central de Madrid, para presentar este Álbum de Zarzuela antes de volver a amenizar el verano madrileño con la preceptiva La verbena de la Paloma a la semana siguiente, una costumbre, la de llevar a escena la zarzuela de Tomás Bretón, que la compañía lleva realizando durante varios años consecutivos. Meritorio es por tanto el empeño de la compañía por seguir tomando esta decisión y deseamos por ello que continúe abierto este oportuno camino que han emprendido con mucha ilusión, ganas y respeto al género, sin reservas hacia ese casticismo del que en gran medida está impregnado.

Pese a estar integrada por números de zarzuela (algunos echarán en falta muchos de ellos, eso es inevitable), este espectáculo tiene muchos detalles personales que la alejan de un antología al uso. Lorenzo Moncloa, alma absoluta del espectáculo, se ha apoyado en un equipo fiel de colaboradores con los que cuenta todos los años para representar zarzuela, además de codearse con dos cantantes que ayudan a resucitar el espíritu de los otrora tan mediáticos Los Tres Tenores. Se trata de Tenorissimus, un trío formado por el propio Moncloa y por Miguel Ferrer y Gabriel Blanco, firmes soportes de esta antología, pues los tres realizan una firme exhibición de sus atributos vocales: vibrantes agudos pero también un exceso de decibelios canoros en páginas cantadas por los tres juntos, como la jota de El trust de los tenorios de José Serrano, por Blanco a solo en la romanza “No puede ser” de La tabernera del puerto de Pablo Sorozábal, o a dúo, por Blanco y Moncloa, en las Granaínas de Emigrantes de Rafael Calleja y Tomás Barrera. Ferrer participa además en los solos tenoriles del brindis de la ópera Marina de Emilio Arrieta y en la Jota de La Dolores de Tomás Bretón que corona el espectáculo. Al margen de las páginas de zarzuela, los tres tenores, en un ejercicio artístico sin complejos, se dan el capricho de lucirse ofreciendo Granada de Agustín Lara acompañados al piano por el director musical de este montaje, César Belda, con el propósito de ofrecer al respetable una muestra del quehacer artístico de este grupo cuando actúa en solitario en sus sucesivas giras. Quizá esta inclusión provoca en cierta medida la sensación de cajón de sastre al espectáculo, pudiendo resultar algo comprometida la continuidad de los números musicales. Así, un tanto cogida por los pelos nos pareció esa reivindicación de los inmigrantes españoles en suelo alemán o latinoamericano durante la posguerra española y sus años sucesivos, no por lanzarla y hacerla presente, algo muy loable, sino por ilustrarla musicalmente con tres números cuyos orígenes y situaciones argumentales son bien distintas: la aludida romanza de tenor “Adiós Granada” de Emigrantes, la Habanera de Don Gil de Alcalá de Manuel Penella (“Canta y no llores”), y la canción española de El niño judío (“De España vengo”), cuyo traqueteante ritmo recuerda, efectivamente, al de ese tren que aparece en las imágenes proyectadas recorriendo múltiples paisajes, un medio de transporte que inspiró a Pablo Luna el diseño rítmico de la romanza.

Por el contrario, el componente humorístico está muy bien traído y altamente conseguido durante todo el espectáculo, presentando en primer lugar como maestro de ceremonias a ese gran artista que es el tenor Ángel Castilla, quien, a la manera del anarquista Wamba de El bateo de Federico Chueca (cuyo jugoso tango, tras las sevillanas de rigor, luego se ocupará de interpretar con un inesperado “¡arriba los pensionistas!”), y por medio de un intachable tono castizo, introduce al espectador en la idiosincrasia del género y en lo que encontrará en las páginas de este Álbum de Zarzuela. Todo ello engrasado en un perfecto y bien sonante verso, como el canon zarzuelero más ortodoxo demanda, y que se vuelve a ver más adelante en la escena entre dos centuriones romanos que da paso al chispeante Garrotín de La corte de Faraón de Vicente Lleó, escenificado con toda la picardía, la gracia y el salero que el número y su consustancial sicalipsis requieren. 

Los diálogos hablados monopolizan el espectáculo en una situación teatral de enorme hilaridad, como la escena de los cuatro rústicos instrumentistas, que cuenta con impagables actuaciones de Lorenzo Moncloa como el sordo del tambor, Alejandro Rull como el flautista cojo, Miguel Ferrer en el bromista solista de cornetín y Gabriel Blanco en el malhumorado instrumentista del oboe, todos ellos comandados por un sufridor Ángel Castilla que vuelve a exhibir sus elevadas dotes como actor. Lástima que no suene completo acompañando esta escena el brioso pasacalle compuesto por el personaje actoral de Heriberto en La alegría de la huerta de Chueca, la obra a la que sin duda más rinde tributo este gag cómico.

El humor y el desenfado no han querido descansar en esta gala lírica, ya que, en un momento determinado, como si de un paréntesis en el espectáculo se tratase, Lorenzo Moncloa se dirige directamente al público para agradecer sus aplausos y aprovecha para hacer publicidad de la empresa arrendataria del teatro, la hidroeléctrica EDP (Energías de Portugal), que, según informó, consigue generar energía eléctrica con las vibraciones provocadas por las palmas de los espectadores, y cuyo objetivo iba a ir destinado a un proyecto social. Y en esas, se procede por sorpresa a sacar al escenario a personas del público que tendrán que acompañar al coro en el siguiente número vocal: el brindis de Marina, volviéndose un momento chistoso más que convierte el evento en un show teatral muy alejado de los códigos de una antología seria.

Volviendo al capítulo estrictamente vocal, tenemos la oportunidad de disfrutar de voces solventes sin que destaque ninguna por encima del resto, pero con aportaciones estimables de cantantes como la soprano Hevila Cardeña, esposa de Moncloa, que brinda su atractiva y fresca voz de ligera en la romanza de Cosette de la opereta Bohemios de Amadeo Vives (un número revestido con un corte muy inmóvil para la cantante), y a dúo en las Carceleras de Las hijas de Zebedeo de Ruperto Chapí junto a la también soprano Carmen Aparicio, que lució una voz ancha, de gran proyección y óptima dicción junto a Lorenzo Moncloa en el dúo-jota de Giuseppini y Antonelli de El dúo de la Africana de Manuel Fernández Caballero. La soprano Marta Pineda defiende una notable pero no demasiado chulesca canción española de El niño judío que culmina en coro para cerrar la primera parte, y Amelia Font muestra su acostumbrada gracia asociada a su faceta de actriz de carácter en la sensual habanera de El año pasado por agua de Chueca. Más que como solistas, se mantienen integradas en el conjunto coral las voces de la soprano Mariana Isaza y la mezzo Teresa Martínez. En el apartado masculino, destaca el barítono Antonio Torres, que, al margen de su cara cómica, aporta una vigorosa y enfática interpretación de gran caudal sonoro a la canción del sembrador de La rosa del azafrán de Jacinto Guerrero, dentro de un capítulo dedicado al mundo rural. A todos ellos se les ve disfrutar bailando y cantando la zamacueca chilena de Los sobrinos del Capitán Grant de Fernández Caballero.

Las parejas de ballet tienen muchos momentos de exhibir su sobresaliente y depurado arte, con más libertad y desarrollo en la coreografía de Laura La Caleta para el casi obligado intermedio de La boda de Luis Alonso de Gerónimo Giménez, único número instrumental de todo este álbum. El Teatro EDP Gran Vía, como el Reina Victoria, cuenta de nuevo con limitaciones para el apartado instrumental, no sólo por disponer de escasos efectivos, sino porque los jóvenes miembros de la Camerata Musicalis a las órdenes de César Belda tocan aislados en un reducido espacio desde el lateral izquierdo del escenario y cubiertos por un panel transparente, lo que resiente en parte que el sonido llegue adecuadamente en perfecto equilibrio y sintonía con las voces. En todo caso, el experto director contribuye a sostener un espectáculo con los números “de siempre” que concluye reivindicando la españolidad del género al ritmo del pasodoble militar “Banderita” de Las corsarias de Francisco Alonso. Y es que a orgullo patrio no nos gana nadie, y en materia de zarzuela hay que exhibirlo sin ambages.

Germán García Tomás