En esta nueva propuesta escénica de Alceste, coproducida por la Opéra de Lyon y el Teatro Mayor de Bogotá, se nos presenta durante la obertura, a modo de prólogo cinematográfico, un film del inicio de viaje de una pareja (Admète y Alceste) de alto nivel económico. Son despedidos por el personal de servicio a la puerta del palacete, y vamos observando un paisaje de ensueño. Por los gestos comprendemos que la pareja discute y enfrascados en esta situación, el conductor pierde el control del vehículo y tienen un accidente. La mujer sale indemne, el varón está en estado de coma y la obertura termina. Inmediatamente la escena se convierte en un elegante salón con una habitación donde reposa Admète. Su esposa, Alceste, se siente culpable del accidente. Las proyecciones y el video (Fran Aleu) son de cuidada factura, la hermosa y fría escenografía (Alfons Flores) no aporta más que belleza y funcionalidad. El vestuario (Josep Abril) funciona muy bien en las escenas realistas y no tanto en las fantasiosas. El diseño de iluminación (Marco Filibeck), cuidado y potente, saca a relucir lo mejor de todo lo anterior. El creador escénico Alex Ollé, uno de los fundadores del grupo La Fura dels Baus, utiliza con ingenio las ventajas de la tecnología multimedia pero falla en el concepto general, más allá de la evidente belleza estética de su propuesta, pues Alceste no es sinónimo de un amor culpable. El sacrificio de la reina de Tesalia nace del amor más puro hacia su esposo, de la grandeza de su espíritu. Es plausible que Ollé es coherente con su idea primigenia y continúa en esa línea durante el discurso de toda la obra.
Stefano Montanari, al frente de la formación barroca I Bollenti Spiriti (agrupación de nueva creación compuesta por músicos de la Orquesta de Lyon) entendió perfectamente que Gluck deseaba que su música estuviera al servicio del texto. La calidad de su lectura musical fue magnífica, con una expresividad a flor de piel y una sonoridad de tintes dramáticos. El Coro de la Opéra de Lyon también putuó al alza en esta representación. Compacto, sólido y verdaderamente integrados en la escena. A pesar de un marcado estatismo en la puesta en escena y en la dirección de actores, la mezzosoprano Karine Deshayes ofreció un canto dinámico, siempre bello, a veces envuelto en la frialdad adecuada a las características impuestas al personaje, Alceste, en la propuesta. Otras veces se posisionaba en las antípodas, con chispas de fuego en cada palabra de su impecable dicción. El tenor Julien Behr buscó la expresividad por el camino, quizás equivocado, de forzar el volumen. Su timbre es atractivo y cumplió dignamente como Admète, un tanto histérico en contrastar con su pareja en la ficción. Alexandre Duhamel presentó un Gran Sacerdote con una presencia física y vocal de gran empaque, vestido como si de un neo-Rasputín se tratara. Destacaron positivamente, por su canto y actuación, el tenor Florian Cafiero y la soprano ligera Maki Nakanishi, el primero como Evandre y la segunda como Corifea. Ollé evita el lieto fine del original, dejando nos una imagen final en la que Admète está frente al catafalco donde reposa Alceste. En conjunto, la maravillosa música de Gluck fluye, con más o menos naturalidad, en una lectura escénica distante. Aplausos unánimes para los cantantes y el director musical.
Federico Figueroa