Alcina. Haendel. Dresde

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Semperoper de Dresde. 5 Junio 2014.

En los últimos años – más bien décadas – nos hemos acostumbrado a asistir a óperas barrocas, en las que ha sido muy normal encontrarnos con estupendas orquestas con instrumentos de época, maravillosos maestros, que han hecho de la música barroca su especialidad, y magníficos cantantes, que han conseguido alcanzar cotas excelsas en este tipo de óperas. A lo bueno es muy fácil acostumbrarse,

Tenía auténtica curiosidad por asistir a una ópera barroca ofrecida por un teatro de repertorio y con artistas de la propia compañía. Seguramente, el intento es digno de elogio, pero los resultado no son convincentes. Hemos tenido una producción escénica aceptable, un aspecto musical digno y un reparto vocal mediocre.

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La producción, que lleva la firma de Jan Philipp Gloger, se estrenó aquí hace tres años y se caracteriza por un ingenioso juego de elementos escénicos en forma de paredes móviles. Esta escenografía de Ben Baur permite cambios de escena muy rápidos, así como configurar escenarios distintos con gran rapidez. No es malo dar agilidad a la escena en óperas barrocas, que se caracterizan por su estatismo, generalmente. El vestuario de Karin Jud está traído a época actual, lo que no molesta, ya que estas óperas fantásticas no tienen que estar circunscritas a una época determinada. El mencionado vestuario es colorista y atractivo en los casos de Alcina y Morgana, quedando más apagado con todos los demás cantantes. Hay una iluminación adecuada por parte de Fabio Antoci.

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La dirección escénica es adecuada y podemos decir que es una producción que no molesta, aunque no sea particularmente brillante. Las comparaciones son odiosas, pero no es fácil olvidarse de la maravillosa producción de David McVicar, que tuvimos ocasión de ver varias veces en España. Como no hay manera de que un director de escena pase inadvertido en Alemania, al señor Gloger no se le ocurre mejor idea que la de hacer que Ruggiero se suicide y así se evita el final feliz, que le debe de resultar particularmente odioso.

La dirección musical estuvo encomendada a Rainer Mühlbach, cuya lectura musical fue de menos a más o quizá lo que ocurrió es que me fui acostumbrando a ella. Quiero decir que este director alemán no está a la altura de los grandes especialistas en barroco, cuyos nombres están en la mente de todos los aficionados. Quizá por eso su lectura en el primer acto me pareció correcta, pero anodina, mejorando en el segundo acto, en el que hubo mayores dosis de emoción. La Staatkapelle Dresden no toca con instrumentos de época y, por tanto, su sonido no es comparable con el de otras orquestas especializadas, aunque no deja de ser una estupenda orquesta, que aquí no brilla como en otro repertorio. No pude dejar de acordarme de las trompetas barrocas que acompañan a la siempre esperada Sta nell ircana, sustituidas aquí por trompas.

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La protagonista Alcina era la soprano vasca, aunque nacida en Florida, Vanessa Goikoetxea, cuya actuación fue solvente, mientras la partitura se movía por el centro, cantando con gusto y desenvolviéndose francamente bien en escena. A partir del paso el timbre cambia y se vuelve menos atractivo y hasta estridente, siendo el extremo agudo más bien gritado.

La mezzo soprano croata Diana Haller sustituía a la anunciada Barbara Senator y su actuación fue poco convincente tanto escénica como vocalmente. Pasó con más pena que gloria. Su interpretación de Verdi prati no mereció ni un conato de aplauso.

El personaje de Bradamante necesita una auténtica contralto de coloratura. La alemana Christa Mayer no es ni una cosa ni la otra y así el personaje de Bradamante pasa desapercibido. No es que ella lo haga mal, sino que su voz y su estilo nada tienen que ver con la ópera barroca. Bueno será recordar que en España fue Brigitta (Die Tote Stadt) en Bilbao y Erda (Siegfried) en Sevilla. En ambos casos resultó convincente, pero estos personajes nada tienen en común con Bradamante.

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La soprano argentina Verónica Cangemi era Morgana y ofreció la voz más adecuada al estilo barroco, aunque la he encontrado algo deteriorada respecto de hace unos años. Sus notas altas son ahora siempre abiertas. Para ella fueron los primeros aplausos a escena abierta en el aria Tornami a vagheggiar.

El tenor americano Simeon Esper fue un Oronte de poco interés, con afinación dudosa. Markus Butter fue un Melisso bastante modesto. La joven Christel Loetzsch mostró su inmadurez en la parte de Oberto. El caramelo (Barbara, io ben lo so) que Haendel dedica a este personaje fue bastante amargo en su interpretación. .

La Semperoper ofrecía una entrada que no llegaría al 70 % del aforo. El público se mostró tibio con los artistas. Los aplausos a escena abierta fueron muy escasos y al final no se escuchó ningún bravo.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 54 minutos, incluyendo un intermedio. En estas circunstancias se agradece que se hicieran bastantes cortes en la partitura. Duración musical de 2 horas y 26 minutos. Cinco minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 95 euros. La butaca de platea costaba 79 euros, mientras que en las filas de atrás el precio era de 58 euros. El precio de la localidad más barata era de 35 euros.

José M. Irurzun