El Teatro Colón de Buenos Aires ha presentado un programa doble con el estreno en esta sala de las ópera «Aleko» y «Francesca da Rimini» de Serguei Rachmaninov. La labor como operista del compositor resulta harto menos conocida que su obra para piano, de cámara o sinfónica y por ello el estreno de estos títulos se esperaba con expectación.
«Aleko» estrenada en 1893 en San Petersburgo fue la obra que Rachmaninov presentó como trabajo final de sus estudios de composición en el Conservatorio Imperial y se basa en un texto de Pushkin que narra un episodio dentro de un campamento gitano en el que se refugia un ruso de buena familia (Aleko) buscando la sencillez, la libertad y el contacto con la naturaleza propios de esa comunidad. Allí conoce a la desenfadada Zemfira de quien se enamora, pero que termina engañándolo con otro gitano. Descubierta la traición, Aleko mata a los amantes y es expulsado del campamento de quienes se consideran sencillos pero no asesinos.
La versión que montó el Teatro Colón no pudo retraerse a la tentación de mover de tiempo y espacio a la trama y así el grupo de gitanos se transformó en una troupe de circo, y el siglo XIX fue reemplazado por los años indeterminados de la segunda mitad del siglo XX, cambio que entrañó abandonar también el sentido que Pushkin le da a su historia, acentuando su sordidez y un naturalismo de cine negro de clase B.
El mayor obstáculo que encontró este criterio de Silviu Purcarete, quien tuvo a su cargo la puesta en escena, fue la música de Rachmaninov tan evocadora y de carácter casi pictórico al describir la caída de la tarde, la noche estrellada, las danzas de las mujeres y los hombres (reemplazadas aquí por algunas pantomimas y acrobacias circenses) por lo que mucho de lo mejor de la partitura quedó desaprovechado.
La aparición de determinados símbolos como el hombre-oso, la araña de caireles o el ventilador de techo gigante en medio del campamento del circo resultaron de difícil comprensión para el auditorio. La escenografía y el vestuario de Helmut Stürmer acentuaron la sordidez y lo kisch del cuadro robándole todo rasgo poético.
Entre los protagonistas se destacó Serguei Leiferkus quien creó un Aleko comprometido, aunque el texto no le permita ahondar en una composición de las que nos tiene acostumbrados a aplaudirle, aún en otros títulos de Rachmaninov. Su voz, de grato timbre y rica en matices, pareció sin embargo un tanto liviana para el rol, pero más allá de cualquier reparo su presencia jerarquizó la escena.
Irina Oknina mostró una Zemfira más hastiada que desenfadada y su canto sonó un tanto estridente y exigido aquí y allá.
Leonid Zakhozhaev como el joven gitano, Maxim Kuzmin-Karavaev como el viejo gitano y Guadalupe Barrientos como la vieja Gitana, cumplieron con solvencia con sus partes, aunque se hubiera deseado una mayor autoridad en la caracterización del segundo quién, al fin de cuentas, es el jefe del grupo.
«Francesca da Rimini», estrenada en 1906, es una obra de mayor cuerpo, mejor lograda en cuanto a su contenido dramático y más ajustada en el efecto, en lo que se ve la experiencia de Modesto Chaikovski como libretista.
Aquí el director de escena tuvo mayores aciertos que en su antecesora.
Muy interesante resultó el prólogo con su «danza» de condenados en el torbellino. Tal vez el vestir a Dante y a Virgilio de negro igual que la escenografía y el traje de los condenados no fuera la mejor idea y perdió allí la oportunidad de mostrar la diferencia, indicada por Dante, entre los visitantes al Infierno y sus ocupantes definitivos; más allá de esto, el uso de esqueletos en la coreografía y la acción nos pareció impactante y conmovedora, lástima que el uso del mismo recurso en los restantes cuadros le restó efecto y terminó vanalizándolo.
En esta obra también se destacó Serguei Leiferkus quien encarnó a un Lanceotto digno de los méritos del artista. Sus escenas II y III del Cuadro I° fueron lo mejor de la velada. Su canto fue de gran clase y su interpretación digna de sus antecedentes.
Irina Oknina logró una bella Francesca, cantada con buena línea aunque su timbre sea un tanto frío.
Hugh Smith estuvo muy por debajo del Paolo ideal tanto desde lo escénico como desde lo vocal, presentándonos un canto carente de matices y sutilezas. Su timbre que no es desagradable y su caudal no fueron aprovechados con justicia.
Leonid Zakhozhaev como Dante y Maxim Kuzmin- Karavaev como Virgilio, cumplieron meritoriamente con sus roles.
El Coro Estable tuvo una muy destacada labor en ambos títulos, en los que su participación no es nada desdeñable, y sonó con grata homogeneidad y buen empaste.
La dirección del Mtro. Ira Levin no se destacó por su sutileza ni supo extraer de las partituras toda la riqueza que entrañan. Se echó de menos un mayor sentido dramático en su lectura y una mayor capacidad de matizar el sonido.
El Teatro Colón ha saldado una deuda con Rachmaninov al presentar dos de sus obras y eso es un mérito. Hubiéramos deseado que la versión recompensara con mayor brillo la espera y la expectativa.
por el Prof. Christian Lauria