
Si en los orígenes del cine y durante gran parte del siglo XX, la danza ha tenido un papel protagónico en el séptimo arte, hoy en día su inclusión en el argumento de un título de ficción suele ser la excepción.
En Amarás sobre todas las cosas, el director Chema de la Peña (Shacky Carmine, Isi Disi, De Salamanca a ninguna parte, 23-F. La Película) ha contado con la coreografía de la norteamericana, afincada en Madrid, Camille Hanson para expresar con la danza aquellas emociones que no pueden ser descritas por palabras.
Con los bailarines Eva Boucherite y Oscar Lozano como alter egos de los protagonistas, interpretados por los reputados actores Israel Elejalde (Misántropo, La función por hacer, Hamlet) y Lidia Navarro (Herederos, Acusados, Café solo o con ellas), Chema de la Peña cuenta la relación de una pareja que se conoce una noche, algo cotidiano, pensarán. Pero aquí apuesta por llevar al espectador por los momentos de euforia y de depresión de la historia de amor de Teo y Ana durante un año, de forma visual y con el visceral movimiento ideado por Hanson e interpretado en bellos parajes naturales. De todo esto hablamos con el director y productor Chema de la Peña, cuando la película se estrena ahora en la Sala Berlanga de Madrid, antes de viajar a otras pantallas.
-Dice que este proyecto nace del “deseo de expresar la necesidad vital de amar”, pero también se experimenta muchas ganas de deleitarse con lo expresivo de la imagen, con la fuerza que la imagen sin palabras tiene y que, en el fondo, es la esencia de lo cinematográfico…
Sí, a la hora de mostrar la relación de amor entre los protagonistas hay una apuesta clara por la estética, por la poesía visual, que puede funcionar como contrapunto; por la búsqueda de la belleza a través de las imágenes, mientras vemos cómo los personajes se van ahogando en su tormentosa relación… Y en ese camino encontramos muchas formas de expresar la emoción: la propia imagen, la danza… y nos olvidamos de la palabra.

-Hay también una dualidad muy enriquecedora entre lo que sucede en la ciudad y lo que acontece al aire libre, en la naturaleza. ¿Es su forma de decir que el amor también se crece o enturbia dependiendo de dónde estemos?.
Hay una intención expresa de encontrar la felicidad a través de la naturaleza. En la medida que los protagonistas se encuentran en la naturaleza la relación entra en una burbuja donde el tiempo se detiene, donde pareciera que sólo pueden verse a través de los ojos del amor; mientras que en la ciudad entran en juego todas las obsesiones, miedos y desconfianzas.
-Nos encantaría saber más de los pormenores del trabajo con Israel Elejalde y Lidia Navarro. ¿Cómo mantenían su personaje a pesar del tiempo entre rodaje y rodaje de una secuencia y otra, durante un año?.
Ellos entendieron el proyecto desde el principio y trabajamos mucho con la palabra y, también, con el cuerpo, de la mano de Camille Hanson, la coreógrafa. Ha sido un trabajo muy intuitivo y de riesgo para ellos, de dejarse llevar. Los pilares básicos de cada personaje estaban claros desde el principio y eso nos ayudó a seguir escribiendo la historia a lo largo del rodaje. Como suele suceder en estos casos, cuanto más avanzaba el rodaje, más claros y definidos tenían los personajes…
-Para Israel Elejalde es su primer protagonista en una película. ¿Cómo fue su contacto inicial, su decisión de que fuera él quien encarnase a Teo y sus conversaciones para afrontarlo?
Conocía a Israel de La función por hacer; hizo una prueba muy buena y, aunque seguí viendo a otros actores, nadie superó su interpretación de Teo. Es un actor muy intuitivo y a los ensayos ya venía metido en la piel de Teo. Como director, es un placer trabajar así, te permite jugar y explorar las profundidades del personaje.

-Ha trabajado con la coreógrafa Camille Hanson para los momentos en los que la danza se erige como mejor medio para expresar las emociones. ¿Estuvo este interés por la danza en el origen del proyecto? ¿Cómo llegaron a decidir dónde era idónea para expresar más sobre cómo se sienten los protagonistas?
Sí, la danza estuvo desde el principio, era una de las apuestas del proyecto. Quería poder expresar de forma directa, a través del cuerpo, el viaje emocional de los protagonistas. Había trabajado con Camille en algunos de sus talleres, como alumno, y conectaba mucho con su forma de trabajar con la repetición, el cansancio, el abandono… Fue difícil elegir en qué momentos aparecerían las coreografías. Entre Camille y yo fuimos explorando el guión, viendo la capacidad de expresión que podíamos alcanzar con la danza. Hubo tres coreografías que teníamos muy claras, otras fueron surgiendo mientras avanzábamos.
-¿Qué hay que “dejar en el camino” para lanzarse a realizar un cine así, impulsado por el deseo de expresar, donde la imagen es pura poesía, en una actualidad que parece complicada para películas “de autor”, en las que se palpa tanto amor por el cine y que, además, se reciben tan positivamente, ya que ha obtenido dos premios internacionales?
Este proyecto me rondaba en la cabeza desde hacía tiempo y nunca encontraba el momento de hacerlo. Un día sopesé el coste que tendría no llevarlo a cabo. Me imaginé retirado del cine, ya mayor, pensando en aquella preciosa idea de contar una historia de amor de forma poética, utilizando la danza, y me entraba una gran tristeza viéndome a mi mismo sin ni siquiera haberlo intentado. Eso me decidió a dar el salto. Uno se arrepiente de lo que deja por hacer. De lo que se hace, siempre se aprende.
Cristina Marinero