La Metropolitan Opera de Nueva York recupera estos días la producción de Robert Carsen de la ópera Falstaff de Giuseppe Verdi. En esta ocasión, el centro del espectáculo es el barítono italiano Ambrogio Maestri, aunque el elenco incluye grandes intérpretes como Aylin Pérez, Marie-Nicole Lemieux y Jennifer Johnson Cano, todos ellos bajo la batuta de Richard Farnes.
Con su olfato característico, Robert Carsen imaginó Faltaff en el Windsor posterior a la Segunda Guerra Mundial, en un tiempo que significó la última decadencia de la última aristocracia inglesa y diluyó las fronteras sociales a una velocidad nunca vista hasta entonces. En este escenario de cambios y evoluciones, la figura de un Falstaff eminentemente perdedor, descreído de todo menos de sí mismo, embaucador pero inocente, aparece con una fuerza especial.
La escenografía de Paul Steinberg pasa de los antiguos salones isabelinos, tan áulicos como apolillados, a las casas de una pujante burguesía, donde los electrodomésticos y la emancipación femenina son trazas evidentes de una nueva era de desarrollo social. En la misma línea creó Brigitte Reiffenstuel los figurines de esta producción, clavando el estilo de estos dos mundos en contraste, si bien los personajes de Bardolfo y Pistola quedan diluidos en esta época y no encuentran acomodo visual en la producción.
Sobre ese lienzo, Ambrogio Maestri pone su voz al servicio de la partitura y dibuja un Falstaff sorprendente, mimético y fascinante. La voz del barítono de Pavia llega al espectador completa, redonda y cálida. El instrumento de Maestri campanea arriba y reverbera abajo, con una expansión irresistible que llenó el Metropolitan. En ocasiones la frontera entre el artista y el personaje se difuminaban, y el espectador pudo disfrutar plenamente de la ópera. Sin duda este Falstaff es una de las grandes creaciones de Maestri, un artista que cuenta por triunfos sus apariciones en el Met.
Junto a él, y aportando cada cual su parte alícuota al espectáculo, encontramos al resto de solitas. Entre ellos destaca una Ailyn Pérez (Alice Ford) en estado de gracia. La soprano de Illinois parece cantarlo todo bien y no hay estilo que se le resista. Con la voz en sazón, su presencia sobre el escenario concita toda la atención. El canto de la Pérez es soleado, latino, con una media voz densa y corpórea, bien dibujada. Por su parte, la contralto canadiense Marie-Nicole Lemieux ofreció una Mistress Quickly pizpireta, inspirada y entonada. La artista fue la más celebrada en escena y sus evoluciones despertaron la hilaridad del público en varias ocasiones.
La mezzo Jennifer Johnson Cano volvió a convencer con uno de los timbres de mezzo más bellos que se pueden escuchar en el Met, mientras que la joven soprano sudafricana Golda Schultz, de voz liviana pero cierta y bien proyectada, convenció por su seguridad técnica. Sin duda una artista con futuro.
El aplomo actotral y la seguridad vocal de Juan Jesús Rodríguez hicieron que el madrileño cerrara una gran noche en Nueva York, en un personaje al que esta producción le exige mucho. El tenor italiano Francesco Demuro firmó un Fenton más bien gris, por debajo de sus prestaciones.
El director inglés presentó un Falstaff correcto aunque discreto, y no supo optimizar las prestaciones de una orquesta en plenitud, que sonó, no obstante, empastada y con brillo.
Verdi encerró en la música de Faltaff sus últimos sortilegios y es necesario un elenco de primera para desvelarlos por completo. Pese a lo expuesto, no sólo por el arte de Maestri, sino por la energía que irradia esta reposición de Robert Carsen, quienes se han acercado estos días al Falstaff en el Met pudieron salir satisfechos.
CARLOS JAVIER LOPEZ